Parte 72

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El jueves no podía levantarse, el cuerpo le pesaba, le exigía estar en cama, había tenido fiebre y Cándida había permanecido a su cuidado en vela, limpiaba las heridas de sus manos untando un poco de pomada y una mezcla de hierbas aromáticas.

─¿Cómo te sientes? ─Bruno se levantó a duras penas─. Le dije a Lorenzo que te quedaras en casa, necesitas descansar.

─No Cándida, necesito ir.

─Me harás enojar, jovencito. Te he dicho que te quedaras y no me contradigas.

─Escúchame, necesito ir toda esa gente no puede sola.

─No, escúchame tú a mí, no vas a salir. Te preparare algo para que comas.

─Está bien, Cándida lo que tú digas.

Pero en cuanto esa mujer atravesó aquella puerta se las ideó para salir de la hacienda, fue al establo y liberó a su fiel equino.

En cuanto llegó a las tierras tomó una pala y se acercó hacia donde se encontraba Lorenzo. Estaba cavando un hueco para incrustar uno de las columnas de metal que sostendrán la malla. El objetivo de Lorenzo era hacer un invernadero para las plantas más pequeñas.

─¿Qué haces aquí? Cándida me dijo que tenías que quedarte, estas enfermo.

─Estoy bien ¿Cómo vamos?

─Los muchachos están por terminar, mañana llegan las plantas por eso estamos apurados. Además, se prevén lluvias, estamos contra el tiempo.

─Bien, te ayudare.

Bruno comenzó a cavar, cada vez que incrustaba la pala en la tierra un calor terrible despertaba en sus manos, era como si se las arrancaran.

─¿Crees que no me he dado cuenta de esas manos? Bruno podemos solos, ya has hecho mucho por nosotros.

─No digas tonterías ─se detuvo para limpiar el sudor de su frente.

─Conseguir ese dinero, eso es demasiado. Toda esa gente que ves está muy agradecida contigo.

─Si me quedo en casa es como no hacer nada, yo no soy ese tipo de persona.

─Eres un poco terco.

─No voy a parar hasta terminar. Aún falta mucho por hacer.

Al medio día una estela de lluvia fina comenzó a caer sobre toda esa gente. El suelo era blando bajo sus pies, ajustaron la malla de un extremo a otro, continuaron con los demás hasta terminar de colocarlas todas.

Más tarde Cándida en compañía de otras mujeres llevaban algo de comida, era evidente que estaba muy molesta y él sabía por qué. Probó un poco de aquel estofado que le sabía a gloria. Junto con toda esa gente se sentía en un ambiente familiar, todos se miraban y él se sentía parte de ellos. Se sentaron bajo la sombra de los árboles, miraba a los niños jugar, estaba orgulloso de haber logrado su cometido.

─Gracias a usted, recuperamos algo más que confianza ─Bruno miró aquel hombre robusto.

─A ustedes por estar aquí. No es fácil pero unidos hacemos más.

─Su abuelo, Don Ignacio era un gran hombre ─habló uno de los más veteranos─, al igual que usted.

─Muchas gracias, no sabe lo que significan esas palabras para mí ─poco a poco se le llenaron de lágrimas los ojos. Cándida lo abrazó sintiendo la calidez de aquella buena mujer que solo estaba preocupada.

─Bruno Díaz, eres un joven escapista por eso esta noche te encerrare y no saldrás.

─Debes entender que tengo que estar aquí con ellos.

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora