Parte 60

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En aquella habitación había hecho el amor con Bruno por primera vez; tan solo era un jovencito. Se respiraba mucha tranquilidad, las paredes habían sido decoradas de un rosa pastel cálido.

─Esteban remodeló un poco, claro que yo también ayude.

─Gracias, Miriam, por permitirme estar aquí.

─No tienes nada que agradecer.

─Claro que sí, me han permitido ser como de la familia.

─Te equivocas, eres de la familia. Tú y mi pequeña.

─Eres como la madre que nunca tuve.

─¿Le guardas rencor?

─Te juro que no lo sé ─miró a su hija, dormía con mucha tranquilidad en sus brazos.

─Deberías visitarla un día de estos. Tal vez ya ha cambiado.

─No creo que sea una buena idea.

─Tiene derecho de saber que tiene una nieta ─sintió su mano en su hombro.

El fin de semana condujo nerviosa, después de mucho tiempo iba a visitar a su madre. Miriam tenía razón, tenía todo el derecho de conocer su hija. Dobló en la siguiente esquina, reconocía esa casa incluso de lejos. Detuvo el auto en la acera, le quitó el cinturón a la pequeña, las manos le temblaban.

No quería tocar el timbre, de algún modo quería regresar al auto y largarse. Finalmente lo hizo. Volvió a tocar una vez más. Observó a través de la reja de metal, la puerta de madera se abría y la silueta de su madre apareció, comenzó a sudar, no sabía qué decirle.

─Hasta que te animas a venir. De seguro recordaste que tienes madre.

Aquella mujer cruzó los brazos.

─Hola, mamá ¿Cómo has-

─Muy bien ¿qué no me ves? Escucha Sarah, tú y yo tenemos mucho de qué hablar ─su mirada no había cambiado en nada, seguía fría como siempre, como si la odiara. Quitó el seguro de la rejilla─. Entra. No esperes un abrazo ─caminó detrás de ella hasta que se giró─. Y me vas a decir de quién es ese engendro ─incluso sus palabras eran cuchillos letales.

─No te permito que le hables.

Antes de terminar aquella frase su madre le dio una bofetada.

─Veo que no has aprendido a guardar silencio ─el golpe le había dolido, no quería sentir de nuevo ese miedo─. No te quedes allí.

Su antiguo hogar había cambiado, su madre se había desecho de las fotografías de su padre y de ella cuando aún era pequeña. Todo estaba impecable, libre de polvo, pero olía demasiado a desinfectante. La pequeña despertó moviéndose inquieta sobre su regazo.

─Me dirás que te has hecho todo este tiempo.

Tenía a esa mujer del otro lado del sillón con la mirada en su pequeña.

─No hay nada que decir, mamá.

─¿Por qué me tienes miedo? ─parecía burlarse de ella─. Tu hermana siempre fue mejor que tú. Es una lástima que salieras a tu papá, igual de tonta, igual de ingenua.

─Siempre me has dicho eso. Alma y yo somos diferentes, mamá.

─Por supuesto. Cuanto tu papá nos abandono fue difícil sobrellevar mi vida.

─Mi papá nos abandonó por tu culpa.

─Te atreves a contradecirme ¿alguna vez siquiera le has preguntado? Creo que se te olvida que fuiste tú quien lo vio con otra mujer.

Jamás olvidaría lo que sintió al ver a su padre besando aquella mujer. Un mes después su padre dejo la casa.

─No se me olvidadebiste buscar tu felicidad al igual que él.

Aquella ceja delineaba se elevó.

─¿Buscar mi felicidad? ¿Cómo? Trabajaba día y noche para que no les faltara nada ¿y dices que yo tuve la culpa?

─Puedo saber por qué me tratas mal ¿alguna vez me quisiste?

─Eso ya no importa ¿puedo saber por qué te divorciarte?

─¿A qué viene eso? Ya ha pasado mucho tiempo.

─Siempre supe que estabas loca, dejar a Diego por un jovencito, que no sabes que quien se acuesta con niños amanece mojado.

─Es ridículo.

─Mas lo eres tú ¿no te daba vergüenza?

─No, mamá. No me daba vergüenza. Él era un verdadero hombre.

La sonrisa burlona de su madre comenzaba a fastidiarla.

─Imagino que esa ─apuntó hacia su pequeña─, es la hija de ese Bruno.

─Es nuestra hija ─sus pequeños ojitos se abrieron─. ¿Quieres cargarla?

─No, muchas gracias. Ese tal Bruno estaba ciego. Qué bueno que nunca nos conocimos.

─¿Cómo puedes decirme eso?

─Está muerto. Creo que es hora de que te vayas con tu hija.

─Claro que iré ─se levantó del sofá─. Pero antes debo decirte que te detesto. Me lastimaste durante mucho tiempo, pero eso se acabó.

─Bien, ahora es mi turno. Yo te odio, aun me temes ¿no es así? ─su madre tomó su mandíbula, sintió un escalofrío que le recorría todo el cuerpo.

─No me toques por favor ─retrocedió.

Siempre le había temido.

─Tú y tu hermana eran una carga para tu papá, por eso jamás las llevó con él. Admite que prefirió a su nueva familia en vez de ustedes.

Lloró durante todo el camino a casa. Salió del auto, subió las escaleras y se encerró en la habitación. Abrazo a su hija, jamás le haría daño. Le daría una vida llena de amor.

Si su padre había preferido su nueva familia eso ya no importaba. Lo único que tenía que agradecerles a sus padres era que le permitieran vivir, tal vez no en un ambiente familiar, pero si en este mundo donde había conocido al mejor hombre de todos, al amor de su vida, aquel amor platónico que ni el tiempo le haría olvidar.

─Bruno. Por favor. Vuelve.

El dolor en su pecho era cada vez más agudo. Un dolor insoportable, sentía que estaba a punto de desmayarse, de caer al suelo. Temía que algo le fuera a suceder a su pequeña. La miro, todo era hermoso en ella, sus cejas, su boquita, sus pequeños ojos centelleantes y llenos de vida, su angelito.

Intentó gritar para pedir ayuda, pero la voz no salía. Algo se lo impedía. Lentamente sus ojos se fueron cerrando, no quería, su visión era borrosa solo alcanzo a besar a su pequeña, aunque fuera la última vez.

─Vuelve Bruno

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora