Epílogo

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Dos años después...

Se despertó por el ruido de la música de la pantalla, una melodía infantil que a su pequeña le encantaba. Sonrió al escuchar que la acompañaba su papá, Bruno no era muy bueno cantando. Se refugió en las sabanas, pero con tanto ruido no podía continuar durmiendo. Con dificultad se levantó, se miró en el espejo, estaba risueña, su semana había sido exhausta con los exámenes finales, la noche anterior durmió muy complacida gracias al masaje de su amado.

Abrió la puerta y caminó por el pasillo de su casa hasta llegar a la sala, el programa infantil por fin había terminado.

─Gracias a dios por fin se acabó tu concierto ─se acercó al sofá donde Bruno tenía a su hija en las piernas, la pequeña extendió sus brazos y ella la tomó envolviéndola con ternura.

─A Perlita le gusta.

─Si, pero el que canta eres tú, no ella.

─Pero mi voz te gustas ¿no es así?

Ella ladeo la mirada. Bruno era un hombre guapo, y mirarlo así despeinado le daba un aire sensual. Se sentó a su lado, y lo besó. Su pequeña no dejaba de mirarlos. Sarah se sintió dichosa de tener a su pequeña. Perla era una niña muy consentida por todos, Bruno siempre le decía que se parecía a ella, pero Sarah opinaba diferente, su hija se parecía a ambos.

Perla tenía el cabello de su padre, su nariz, su boca, su sonrisa llena de ilusiones por transmitir, de ella había sacado las cejas, su ojos, su tez blanca, en épocas de frío sus labios se tornaban muy rojos, era su pequeña Blancanieves, aquellas mejillas eran iguales a la suyas, sus pequeñas manos eran suaves y cálidas, pero lo mejor de todo era su pequeña vocecita encantadora, llena de vida y magia. Cuando decía mamá era como un regalo celestial, la adoraba. Amaba a su hija más que a nada en el mundo.

─Es lo mejor que me ha pasado ─dijo mientras su pequeña la abrazaba.

─Ustedes son el mejor regalo de la vida ─lo escuchó decir─. Hace mucho tuve una pequeña platica con mi papá, hablamos sobre lo que sentiría cuando fuese papá. Y sabes, es una conexión única que me produce una inmensa alegría el tenerla con nosotros. Las amo a las dos.

─Mamá.

─¿Sí? ─sus manitas tomaron sus mejillas─. ¿Qué pasa hija?

─Te quiero.

─Yo también, mi pequeña y mucho ─la besó.

─Ahora estoy celoso. Perla, papá también necesita cariño.

─No seas exagerado. Nos quiere a las dos. Además ─se acercó para susurrarle─, yo te puedo dar cariño.

─Oh, eso me gusta, nena.

Sus labios se alojaron en los suyos. Notaba su deseo por ella. Su amor era profundo, sin límites. Le debía tanto a ese hombre, Bruno hizo posible la reconciliación con sus padres, ambos seguían sus caminos, pero debes en cuando le llamaban; su madre le había pedido una disculpa por todo el dolor que había sufrido a su lado, su padre después de tanto tiempo aceptó su relación, le había dicho que no quería estar distanciada de sus hijas. Ese día Sarah lloro como nunca. Tenía el mejor hombre del mundo. La dicha de despertar a su lado no se comparaba a nada, pero ver a su pequeña crecer era el tesoro más grande de todo el universo.

Cuando la vio por primera vez en la sala de partos, era una emoción tan grande y única en la vida que no se podía describir, ser madre era su sueño. Y se había cumplido. Perla era una pequeña criatura, que se removía llorando, y comprendía a Bruno al decir que había una conexión en cuanto sus pequeños ojitos cafés la miraron sintió una oleada de inmensa paz.

A pesar del tiempo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora