》VIII: Unión

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《Consejo: Reproducir la canción cuando empiece la boda.》

Después de no haber dormido casi nada esta noche no espero mantenerme en pie. Después de cuatro horas de lamentar mi suerte y de repetirme lo miserable que será mi vida si me caso con el Drakul decidí cerrar las cortinas y quedarme totalmente a oscuras. Y el resto de la noche me la pasé llorando como si eso fuera a solucionar algo hasta que me dormí. Poco después apareció un guardia a traerme el desayuno. Las tostadas y el zumo siguen sobre la bandeja, no tengo hambre. Me siento entumecida, en cuerpo y alma. El sol me hace daño, casi no me ha dado estos días y a mi vista le molesta la claridad. Llaman a la puerta y es el guardia de antes. Ve que no he comido nada y me mira. Me encojo de hombros, no es raro que no haya querido comer nada. Se lo lleva y deja la puerta entre abierta. Una mano pequeña y blanca la abre, es Adriana. Sonrío al verla, pero la sonrisa se borra al ver un moratón en su mandíbula. Se acerca a paso cauteloso.

—Te preguntaría si estás lista para el gran día—comienza pero baja la voz después de ello—Pero esto debe de ser lo contrario a un gran día para ti.

Asiento, sé que ha tomado sus precauciones para que el guardia no la escuchara. Me alegro de que me entienda y esté de mi lado a su manera. Me acerco con mis pintas andrajosas a pesar de llevar un pijama que seguramente valga varios cientos encima. Acerco mi mano a su cara y se la muevo para ver bien el golpe. Ella no la quita, solo cierra los ojos algo dolorida.

—Nadie debería estar obligada a dejar que la traten así—suelto amargamente.

Erik trata mal a todas las mujeres. No sé a raiz de que viene su odio, pero es aún mayor que hacia los hombres.

—El padre de Erik le pegaba de pequeño—dice al ver que me he quedado en mi mundo—Le pegaba muchísimo porque era un niño que prefería jugar con las flores del jardín que practicar con la espada. Su madre nunca hizo nada para evitarlo. Tampoco podía, pero eso él nunca lo entendió.

Se nota que tiene misericordia hacia el alma del Drakul. No debería, porque no se la merece. Muchas personas han tenido una infancia horrible y no se han convertido en monstruos.

—Eso no lo excusa, eres su mujer—digo confusa—No entiendo como puede hacerte esto.

Antes de que me de tiempo a pestañear me está dando un corto pero reconfortante abrazo. Parece muy humana para ser vampira.

—Estoy acostumbrada Jane—dice con una sonrisa cansada—Pero gracias.

Le devuelvo la misma sonrisa. Es una chica extremadamente fuerte. No entiendo esto. No entiendo como los hombres Drakul consiguen absolutamente todo lo que quieren y luego lo tratan a rastras. El poder de su sangre es algo que no puedo entender. Es más que una realeza. A la realeza del mundo humano se la puede derrocar. Pero ellos no son seres que han constituido la élite. Ellos son por naturaleza la élite, los más fuertes. Y yo no quiero formar parte de esto. No quiero ser parte de la crueldad, de caminar por esta vida creyéndome mejor que los demás.

—Me siento una parte muy pequeña de mi misma—digo con la voz rota—Tú conoces a Lyov, yo no quiero ser su mujer. Nadie que lo conozca bien querría ser su mujer.

Adriana carraspea un poco. Está advirtiéndome de que mi tono de voz está siendo demasiado elevado. Aún asi se que el guardia no me ha escuchado. Puedo sentir su presencia y no de encuentra justo al lado de la habitación.

—Te equivocas—dice con una sonrisa triste—Toda mujer de este mundo querría ser su mujer. Es Lyov, es el gran Drakul, es el heredero, el futuro rey. Ser su mujer significa tener todo el poder de este mundo. Aquí no son como tú Jane, aquí lo material mueve a los nuestros mucho más que los sentimientos. El amor es relativo, una paliza es temporal, en un tiempo los moratones pasan. Pero los vestidos bordados con hilo de oro siguen ahí. Los viajes siguen ahí. Que toda tu familia viva en casas lujosas sigue ahí. Todos prefieren llorar entre estas pareses lujosas.

Lazos de Sangre(+16)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora