1: Lo veía venir

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   Llegó Julio, y con él las ganas de viajar a países exóticos para los aventureros y la libertad para los estudiantes, por suerte el bueno de Martin More, mi jefe, me deja unas semanas de descanso.

¡Cómo lo quiero!

No...En verdad no.

El agudo sonido del despertador me hizo volver de mi precioso sueño. Con rabia, y ciertamente harta de su impertinente sonido, lo cogí de la mesita de noche y lo tiré contra la pared. 

Perezosa, me levanté de la cama y fui directa a la cocina. Me serví una taza de café y empecé a beberla sentada en el sofá del salón, frente a la televisión, viendo las aburridas noticias matutinas acompañada de mi gato Ryuk, el cual estaba tumbado a mi lado izquierdo. No tenía raza, era un gato callejero, un alma libre... por eso vive conmigo.

Me coloqué al gato en el regazo, aunque de poco sirvió porque volvió a levantarse y se fue a no sé qué lugar de la casa.

Nota mental: mi gato no me quiere.

Dejé la taza sobre la mesa y me acerqué al calendario de la pared, agarré el rotulador rojo y taché el día de ayer.

- Día quince de Julio, bienvenido a mi pasado.

Tardé en darme cuenta de que todo mi apartamento estaba en penumbra, por lo tanto, y en desgracia para mí, era hora de abrir las persianas y ventanas, y... de nuevo esa condenada.

No lo he nombrado, pero el techo de mi apartamento es inclinado, parece que vivo en el desván de una familia numerosa.

Había una ventana justo en la esquina, y no había un solo día que no me llevara un golpe, así que le declaré la guerra hace año y medio. Guerra que siempre gana (por muchas estrategias que plantee).

Me até el paño de la cocina en la frente, y me encaminé a la esquina. A cada paso que daba más me encogía, hasta que estiré el brazo y... abrí la ventana sin problema alguno.

- ¡Sí! ¡Chúpate esa ventana, hoy gano yo! ¡Ni un golpe en la cabeza!- dije ilusionada.

Me levanté de golpe, ignorando por completo lo que había recordado sobre el techo y... nuevo chichón a la colección de mi vida. Me llevé la mano a la zona del golpe y con la otra me quité el paño de la cabeza.

- Sí, ningún golpe en la cabeza pero sí en la frente.- suspiré.- El karma siempre te perseguirá, Natacha, siempre.

Me encaminé a la cocina, y tras lavar la taza abrí el congelador y saqué la bolsa de hielo que preparo todas las noches. De repente, alguien llamó a la puerta.

Mientras me acercaba a ésta recordé que debía poner una mirilla. Imaginaos que un día abro la puerta y me veo al tío más sexy del mundo y yo con la camiseta blanca completamente sucia, los pantaloncitos cortos a rayas rojas y blancas, y seguramente tendré la bolsita de hielo porque me habré abierto la cabeza, otra vez.

- ¿Ellen? ¿Qué haces aquí?- dije.

- ¿No lo recuerdas? Habíamos quedado para que recogieras tus cosas y te vinieras a mi casa por una temporada, mientras buscábamos apartamento nuevo.

Una bombilla se encendió dentro de mi cabeza.

¿Os había nombrado que era olvidadiza? ¿No?

Pues ya lo sabéis.

- ¡Mierda! ¡Se me olvidó!- dije mientras tiraba la bolsa en el sofá.

- Lo veía venir...- dijo Ellen cerrando la puerta.

Me desnudé lo más rápido que pude y me vestí con lo primero que vi en el armario, cuidando de que no hiciera el ridículo por la calle porque ya pasó una vez. Al menos pude verificar que el naranja chillón y el morado no pegaban.

Saqué la maleta del fondo del armario y metí toda la ropa de golpe junto con el neceser y demás productos del baño.

Salí de la habitación y me paré frente a un espejo, me recogí el pelo malamente y volví a la habitación.

Digamos que... me tuve que sentar sobre la maleta mientras que Ellen cerraba las cremalleras ya que, si no, juro que explotaba. Cogí a Ryuk y lo metí en su trasportín.

- Listo.- dije cansada cuando las maletas y demás cosas estaban metidas en el maletero del coche de Ellen.

Cogí el trasportín y me senté en el lado del copiloto.

Fuimos hablando durante todo el camino hasta que llegamos al barrio de Ellen. Con casas hermosas y enormes, mirabas a cualquier lado y veías a cualquier mujer embarazada con dos niños más, un perro, un gato, un camaleón y su marido tan feliz. Seguramente pensando: ¿Por qué no usé protección cuando debía?

Entramos en la casa de Ellen, decorada con muebles modernos y "a la moda", espaciosa, luminosa y todo para ella solita. Solté a Ryuk, el cual, se tumbó en el sofá nada más verlo. Subí las infinitas escaleras y recorrí el pasillo de arriba hasta la última habitación, justo la de la puerta verde pistacho. Giré el pomo y contemplé mi maravillosa habitación, tan bonita, tan perfecta, tan... común. Porque tenía lo que todas las demás, una cama, un escritorio, un armario y un baño propio, fin. Nada más que contar.

Dejé las maletas sobre la cama de color blanca y saqué mis pertenencias más importantes, a eso me refiero a las pocas fotos que tenía. Lo coloqué todo en las estanterías de forma que pareciera que estaba ordenado o, medianamente bien colocado. A mí no me preguntéis, la decoradora de interiores aquí es Ellen, yo no tengo ni idea de esto.

Escuché el grito de Ellen desde la cocina que me reclamaba. Bajé las escaleras tratando de no partirme las piernas, de camino cogí a Ryuk en contra de su voluntad y me lo llevé a la cocina.

- ¿Pasa algo?- dije.

- Nat, he pensado en mañana ir al bosque de las afueras de Florida, tengo cinco días libres, podemos pasar unos días en el hotel de cerca. ¿Te parece?

- Mientras que los mosquitos no me devoren, me apunto.

- Bien, saldremos de aquí sobre las once y media de la mañana. Es hora y media de viaje y si vamos más tarde no habrá aparcamiento cerca.- asentí.- Bien, me voy, vuelvo en un santiamén. ¡No ligues en mi ausencia!

- ¡Tranquila, seguramente solo me case con el suelo un par de veces!- grité.

Escuché el portazo de la puerta al cerrarse y el ronroneo de Ryuk entre mis brazos. De nuevo ambos solos, como estábamos acostumbrados.

- Algún día se cargará la puerta por cerrarla tan fuerte, ¿verdad?- le pregunté al gato.

Si ya lo digo yo, de aquí acabaré en un psiquiátrico y me apodarán como: Natacha Greens, la mujer que le susurraba a los gatos.

- Le veo futuro a ese título.- dije.- Sí, mola bastante. O quizás: la niña que le tiraba pellizcos a los cristales.

Sinceramente, hay veces que ni yo sé de lo que hablo.


Cómo ser la Torpe perfecta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora