Cuando se me pasó el asombro, observé suspicaz que había muy pocos sirvientes para tanto metro cuadrado. No contaban con suficientes manos para tantas cristaleras, espejos, lámparas de araña, candelabros bañados en oro y cientos de antiguas alfombras. Saltaba a la vista que aquel lugar había tenido tiempos mejores.
Un paseo el segundo día me hizo ver la de habitaciones cerradas con llave que tenían del primer piso para arriba. Cuando mamá me encontró intentando abrir una de las puertas del tercer piso, me agarró con fuerza del brazo y me bajó a tirones.
–No puedes estar por ahí, niña, ¿es que no ves que es peligroso? –me dijo más molesta que preocupada, metiéndome en mi habitación. Y allí me dejó.
Lo cierto era que la madera crujía más de la cuenta, como si fuera a partirse en cualquier momento, y las tuberías chirrían como si la mansión estuviera muy cabreada.
El tercer día opté por salir a los jardines descuidados y curiosear en el invernadero de paneles de cristal opacos por la roña y con cuatro plantas medio muertas. Fue entonces cuando escuché a alguien caminar muy decidido hacia donde me encontraba y, por si acaso me volvían a abroncar por estar donde no debía, me escondí debajo de una mesa plagada de telarañas.
Así vi pasar a uno de los sirvientes que más mal rollo me daba, uno con ojos dispares que usaba para mirarme de una forma muy siniestra. Desde donde estaba agazapada, pude ver cómo el hombre empujaba una gran maceta y levantaba a continuación una trampilla oculta hasta el momento bajo ella. En cuanto el sirviente se perdió bajo tierra, yo salí corriendo, aterrada hasta la médula sin saber por qué.
Me interné en el bosque circundante hasta quedarme casi sin luz, me detuve y traté de convencerme a mí misma de que mi miedo se debía a estar en un lugar nuevo, decadente y bastante solitario, ya que hasta entonces yo había estado acostumbrada a estar rodeada por mis amigos huérfanos. Continué vagando y di con la vieja verja que delimitaba los terrenos, tan vieja que tenía un buen pedazo quebrado por el óxido.
Allí plantada, me tentó la idea de escaparme. Mi nueva familia me daba malas vibraciones, no parecían tenerme mucho cariño y no entendía por qué me habían adoptado si suficientes problemas económicos tenían para mantenerse ellos y sus sirvientes. Por no hablar de esos sirvientes siniestros que se metían bajo trampillas ocultas. Y los extraños ruidos nocturnos que emitía la casa.
Me lo planteé durante un buen rato, pero me hacía una idea de lo lejos que quedaba mi orfanato, por lo que volví a casa, evitando al sirviente siniestro todo lo que pude.
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Caprice
FantasyCaprice nos cuenta con mucho carisma la historia de su vida. Fantasía, humor negro y mucha gente chalada (cambiaré de universo, pero mi estilo se mantiene). En cierto modo también es un historia de terror. En cierto modo. No cuento más p...