Capítulo 41 - La manifestación

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Me despertó un movimiento y me encontré a Hilde plantada frente al espejo. Me froté los ojos y me acerqué para averiguar por qué miraba con tanta intensidad a mi cuerpo tendido en la cama polvorienta. Resultaba que uno de los hombres de la secta, uno al que había visto irse degradando, perdiendo pelo y ganando ojeras, se estaba aproximando con suma cautela a mi cuerpo. Antes de poder preguntarme si querría despertar a la Duquesa para pedirle más milagros diabólicos, me fijé en que llevaba un cuchillo. No uno de forma exótica, filigranas y pedrería, sino uno más bien burdo, de mango de madera y que el servicio debería estar echando de menos para partir la carne; pero, en definitiva, uno muy grande y afilado.

Hilde hizo un gesto hacia el espejo y, como respuesta, las tablas de madera crujieron bajo el siguiente paso del sectario. Él se quedó paralizado del susto, pero, al comprobar que mi cuerpo no se despertaba y le sacaba las tripas, continuó adelante. Mi tutora suspiró y murmuró algo sobre la falta de responsabilidad de la Duquesa.

El hombre se posicionó junto a la cama y levantó los brazos enarbolando el cuchillo con teatralidad y dispuesto a convertir por segunda vez mi cuerpo en un plato boloñesa, aunque no uno que pasara un control de sanidad, teniendo en cuenta el color cadavérico de mi piel. Hilde hizo otro movimiento de la mano y las raídas cortinas del dosel se enrollaron en torno a los brazos del sectario, que empezó a gritar aterrado, y más que lo hizo cuando, desde debajo de la cama, le treparon una miriada de arañas.

Yo alternaba la mirada entre el hombre, que sufría el correteo de una horda de bichos, y Hilde, que permanecía concentrada creando un infierno en la Tierra. Para rematar, mi cuerpo abrió los ojos con un movimiento mecánico y el sectario pasó a gemir incoherencias. No me pondré muy gráfica sobre lo que ocurrió en sus pantalones. El cuchillo cayó al suelo, clavándose de punta junto al pie del hombre, y mi tutora lo dejó escapar liberándolo del abrazo constrictor de las telas del dosel. El hombre salió corriendo como alma que llevara el Diablo (bueno, todavía no), dejando la puerta abierta. Hilde hizo otro gesto, con el que disolvió las arañas en polvo y bajó los párpados a mi cuerpo.

Y entonces tuve que apresurarme a sujetarla, porque se desmoronó agotada.

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