Capítulo 31 - La Duquesa

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Dejé que me bajaran al nivel de los pensamientos negativos (las flores que se llaman así, pensamientos, y que no paraban de murmurar autodesprecio) y regresé al palacio agarrada a la manga de Sebastian.

–Así que tienes un problema con las fiestas –comentó una mujer que nos esperaba sentada en la fuente de mercurio.

La mujer, de unos treinta años, vestía una camiseta gris de manga corta con un logo rojo estampado, vaqueros desgastados y zapatillas negras. Tenía el pelo rubio recogido en un moño, pero se le escapaban puntas en todas direcciones. Que se parecía a alguien que yo conocía era indiscutible, y los ojos color arena de playa infernal eran muy delatadores.

–Sí, Señora –contestó Sebastian haciéndole una reverencia como saludo–. Es natural si fue lo último que escuchó antes de que la sacrificaran –añadió en un tono comprensivo, pero no demasiado apenado–. Y es un placer tenerla de vuelta, Duquesa.

–¿Me echabas de menos? –preguntó ella socarrona.

–La fiesta a la que asistirá la Emperatriz se celebrará en breve y usted no ha tomado parte en los preparativos –reprochó el sirviente muy serio–. Si algo saliera mal...

–¿Qué va a salir mal si Hilde ha estado a cargo de todo? –exclamó la Duquesa con ligereza, lo que fastidio a Sebastian, que continuó hacia palacio tan tieso como si se hubiera tragado el palo de una escoba–. ¿Y a ti qué te pasa? –se dirigió a continuación hacia mí–. ¿Me ves rara?

–¿Eres...? ¿Es usted...?

–Sí, soy yo –aseguró ufana.

–¿Y por qué?

–¿Y por qué no? Los ángeles no tienen sexo, ¿por qué los rebeldes íbamos a tener uno en concreto?

–Ah... –murmuré intentando asimilar eso.

–De tanto interactuar con vosotros, los humanos, os hemos copiado algunas cosillas, como los géneros.

–Entonces... ¿es chico o chica dependiendo de lo que le apetezca? –planteé, esforzándome por tener la mente abierta.

–Voy por temporadas, sí. Y ocupar tu cuerpo sin duda me ha conectado con mi lado femenino antes de lo esperado –contestó encogiéndose de hombros.

Por lo visto era algo normal y la verdad es que cosas más raras he visto yo en el Infierno, y fuera de él. La Duquesa se puso en pie y me hizo un gesto para que la siguiera.

–Vamos, es hora de prepararse para la fiesta.

–¿Y Sebastian? –pregunté yendo tras ella.

–¿Quién es Sebastian? –quiso saber enarcando las cejas rubias.

–Su... sirviente –contesté cohibida, siempre se me olvidaba que yo era la única que lo llamaba así.

–Ah, vale. Nombres peores le han dado –dijo para sí misma sin reírse–. Pues Sebastian se siente más cómodo como chico. Pero creo que si no cambia es porque es un maldito perezoso –opinó negando con la cabeza.

Los portones del palacio se abrieron de par en par ante nosotras e inmediatamente los condenados que pululaban al otro lado hicieron una profunda reverencia para saludar a su Ama.

Creo que podría acostumbrarme a que me saludaran así todas las mañanas.

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