Cuando la Emperatriz se aburrió de verme, ordenó a Niccolo que tocara el violín, por lo que yo volví junto a Hilde. He de decir que hasta entonces sólo lo había escuchado tocar al darme las clases, jamás en un concierto. Lo primero en lo que me fijé fue en el ímpetu con el que se movía entero al rasgar las cuerdas. Pero la palabra "ímpetu" pronto se quedó corta, parecía poseído por la forma que tenía de inclinarse hacia atrás. ¡Y la velocidad a la que movía los dedos de la zurda era endiablada! Supe que jamás conseguiría tocar apropiadamente una de sus obras sin vender mi alma al menos dos veces.
Me quedé extasiada viendo actuar a Niccolo, sacudiéndose como un junco negro bajo un violento vendaval, partiendo las cuerdas hasta que sólo le quedó una, y aún así continuó interpretando una bella melodía. Después se quedó sin ninguna y al fin tuvo que parar. De inmediato recibió un entusiasta aplauso en el que tanto yo como la Duquesa y la Emperatriz aplaudimos a rabiar. Hilde fue más comedida en la celebración, como siempre. Niccolo, sudoroso por el esfuerzo, hizo reverencias en todas direcciones, apartándose las greñas revueltas de la cara.
La Duquesa se acercó a ofrecerle una cerveza en un cuerno y, en cuanto el violinista hubo calmado la sed, le metió semejante morreo que lo dobló hacia atrás más de lo que él había hecho por su cuenta. Yo me sobresalté porque aquello no me lo había esperado.
–La fiesta empieza a calentarse –murmuró Hilde poniéndome una mano en el hombro, al tiempo que la Duquesa arrastraba a Niccolo a su silla-trono junto a la Emperatriz–. Se acabó para ti –añadió tirando de mí en sentido contrario.
–¡Espera! ¡Van a tocar los Mapaches! –señalé al ver que tomaban posición.
Hilde suspiró y se detuvo.
–Los escuchamos a ellos y nos vamos, ¿vale? –propuso sin soltarme.
Yo asentí como una niña buena. La verdad era que su música no terminaba de gustarme, pero los consideraba mis amigos, de modo que era mi deber estar en su actuación y saber si a la Emperatriz le gustaba su canción o los despellejaba allí mismo. Las guitarras, bajo y batería me parecieron más potentes y desgarradores que en los ensayos y, cuando el cantante empezó con la letra, me volví hacia mi tutora para preguntarle algo a lo que llevaba dándole vueltas un tiempo.
–Hilde... ¿la letra... insulta a la Emperatriz?
–No, aunque pueda parecer lo contrario.
–Pero dice algunas cosas...
–¿A ti te parece que a ella le moleste?
–Pues... no. Parece compla... ¿Complacida?
–Sí, complacida –asintió Hilde dando la palabra por buena–. A la Emperatriz le gusta que le digan esas cosas.
Yo escuché la canción atronadora un poco más, con los ojos muy abiertos.
–¿Es una de esas cosas que entenderé cuando sea mayor?
–Probablemente –contestó Hilde y me levantó en volandas antes de que se callaran las guitarras.
Al principio no entendí a qué venía tanta prisa, luego me di cuenta de que el público, las centenares de personas allí reunidas, estaban tan frenéticas como los Mapaches. A algunos de los presentes incluso habían empezado a crecerles los cuernos.
Hilde se abrió paso a base de sus arrolladores poderes de monja infernal y consiguió alcanzar un pasillo vacío y cerrar las puertas tras nosotras. Al otro lado se había desatado el Apocalipsis.
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Caprice
FantasyCaprice nos cuenta con mucho carisma la historia de su vida. Fantasía, humor negro y mucha gente chalada (cambiaré de universo, pero mi estilo se mantiene). En cierto modo también es un historia de terror. En cierto modo. No cuento más p...