Capítulo 23 - La musa

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 –¿Haciendo nuevos amigos? –preguntó de imprevisto Sebastian.

Yo, que me estaba acostumbrando ya a sus apariciones, me sobresalté poquito. Miré a los Mapaches Cabreados y me encogí de hombros. En realidad se llamaban con un nombre mucho más basto al oído y terrible al entendimiento, pero yo, que llamaba "Sebastian" a un demonio, me veía en mi derecho de renombrarlos como me apeteciera.

–Parece que les interesa mi historia.

–No me extraña, siempre están a la caza de historias de este tipo. Yo no me fiaría de que no hicieran un repertorio entero.

–A Hilde no le va a hacer ninguna gracia –supuse repanchingándome en el trono de demonio hortera.

–Pero a ti te veo cómoda –observó Sebastian, que tal como estaba de pie junto a mí, parecía ser mi consejero.

–Sí, bueno, una vez que te acostumbras a que sean tan... intensos, no parecen mala gente –opiné mientras contemplaba con diversión cómo luchaban por ponerse de acuerdo con el ritmo que tendría la canción que narraría mi sacrificio.

–¡Señor! –exclamó uno de los Mapaches al reparar en Sebastian y se acercó corriendo cargando con la hija bastarda de una guitarra y algún bicho surgido del Pozo sin Fondo–. ¡Señor Secretario Infernal, Su Pérfida Presencia! –añadió y consiguió que sonara más a saludo marcial que a humilde, y rimbombante, servidumbre.

–¿Sí? –preguntó el demonio con la paciencia de un niñero con unos recién llegados algo revoltosillos.

–Escuche esto.

Dicho eso, se puso a torturar el instrumento para sacarle un chirrido de gato atropellado por un tren oxidado sin frenos. Yo miré de reojo a Sebastian, que parecía estárselo tomando muy en serio.

–¿Qué le parece como aparición del Amo? –añadió a continuación.

–Les digo que el Duque no se apareció así, que de repente estaba allí, ¡en vaqueros! Pero no me hacen caso –me quejé.

–¿Sabes lo que son "licencias poéticas"? –me respondió el demonio pelirrojo.

–Sí, Hilde me ha hablado de eso, pero para qué preguntan si luego... –refunfuñé–. Bueno, eso que hacen que suene me encaja más con lo que hace él para asustar a la secta –admití, por buscarle algún lado bueno.

De repente tenía a todos mirándome de nuevo interesados.

–¿Puedo... contárselo? –pregunté a Sebastian y él se encogió de hombros, le daba lo mismo–. Pues ahora el Duque tiene mi cuerpo ahí arriba... y hace cosas como comerse arañas enormes y hablar idiomas raros y caminar por el techo... –me callé cuando vi que los Mapaches volvían a estar Frenéticos.

–De aquí sacamos un disco entero –celebraron y retomaron el trabajo.

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