Capítulo 35 - La pupila

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Hilde empezó a tocar con lentitud y, para mi sorpresa, también a cantar. Se lo tomaba con calma, como si tuviera toda la noche, con una voz clara y fina, subiendo y bajando el tono al igual que una tranquila marea, creando una letanía que provocaba serenidad y calidez. Condenados y demonios se quedaron en silencio como niños buenos, escuchando una música que parecía todo lo contrario a infernal. Yo pensaba que no les gustaría, pero, al ver que los demás estaban con los ojos cerrados, me dio la sensación de que todos, incluidos los demonios, estaban recordando algún momento feliz y puro de sus vidas. Y la verdad es que a mí me estaba evocando las mañanas de primavera en las que jugaba con mis amigos en el orfanato.

Cuando Hilde acabó, hubo un relajado suspiro generalizado.

–Sigues siendo igual de pura y angelical –reprochó aburrida la Emperatriz, aunque sospecho que intentaba disimular ante sus súbditos el que se hubiera emocionado.

–¿Quiere que toque algo más animado? –ofreció Hilde sin mostrar temor ni ofensa.

–No, que ya me conozco a qué le llamas tú "animado" –desdeñó la Soberana–. Los bailarines guerreros, ahora, arreglad esta fiesta antes de que la monja consiga cargársela –ordenó dirigiéndose a un grupo de hombres de piel oscura, escasa ropa y múltiples tatuajes.

Mientras los bailarines se apresuraban a obedecer a la Emperatriz, Hilde hizo una reverencia y se retiró muy digna.

–¿Se llevan mal? –pregunté preocupada a Niccolo, aprovechando que unos potentes tambores habían comenzado a retumbar para marcar el ritmo a los hostiles bailarines.

–Oh, no... –empezó a contestar el violinista–. Resulta que Hilde fue su tutora, igual que contigo ahora, antes de que se convirtiera en nuestra Emperatriz. Y podría decirse que se tienen demasiada confianza. Hilde se niega a mostrarle toda la sumisión que debería y la Emperatriz se burla de su antigua maestra.

–¿Hilde fue maestra de la Emperatriz? –repetí alucinada.

–¿Crees que es una demonio normal? –planteó Niccolo–. En su día fue humana, algo anterior a mí. Se enamoró del Emperador y se vino a vivir aquí.

–Hice lo que pude para educarla –intervino Hilde acercándose por nuestra espalda–. Pero sigue siendo una chiquilla caprichosa –refunfuñó cruzándose de brazos–. Ni se te ocurra ser como ella –me ordenó a continuación.

Yo, por si acaso, negué con la cabeza.

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