Capítulo 70 - Pedigüeña

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 –La Ley me obliga a preguntártelo –me advirtió el Duque–: ¿Estás segura de que quieres hacer un trato conmigo?

–Sí –contesté sin dudarlo ni un ápice.

–Tampoco es que pudieras hacer otra cosa después de la que has liado. ¿Sabes que ahora agobian a mi Secretario por no se qué de que haya ayudado a escapar a una condenada?

–¿Está en problemas por mi culpa? –me preocupé.

–Nada importante. Lo archivarán por falta de pruebas y, cuanto más tardes en morirte, más se les olvidará. El problema es que, cuando estires la pata, dará igual que sea de vieja, que te atropelle un camión o te sacrifiques por alguien, irás directa a la tabla del Pozo de las Ánimas Suicidas.

–¿Pero por qué? –me alarmé.

–Porque hay cosas que no perdonan –explicó el Duque encogiéndose de hombros–. Es como lo de venderme tu alma y luego pasarte la vida sacrificándote por los demás. No iras al cielo.

–Qué... cuadriculados –consideré con una mueca de desagrado.

–¿Por qué te crees que nos rebelamos? Aunque seguimos sujetos a algunas de sus estúpidas leyes –masculló con fastidio–. En fin, que me entretengo y me disuelvo a este paso. ¿Ya tienes pensado qué pedirás a cambio?

–Eh... Cuando muera y vaya a la tabla... –quise retomar yo, preocupada.

–Ah, sí. Entonces más te vale haber acumulado tanto poder como Hilde. Eso nos dará la posibilidad de pasarnos por el forro su sentencia y que te puedas venir a palacio –aseguró guiñándome un ojo.

–Así que tengo que vivir tantos años como ella... No puedo vivir rápido y dejar un cadáver bonito como los demás –medité seriamente.

–¡Ni se te ocurra morirte tú también a los veintisiete!

–Vale, pues... a ver, lo que quiero es un poco largo.

–¿Cuánto piensas pedir a cambio de un alma humana, querida? –cuestionó suspicaz, recordándome un momento a cuando la secta me había sacrificado para invocarlo.

–Es que quiero especificarlo bien para que no haya errores.

–Oh, veo que has leído unas cuantas historias de tratos con demonios –ronroneó y vino a sentarse a mi cama.

–No, en realidad aquí no me dan lectura de ésa. Pero, veamos, quiero... la capacidad de influenciar con mi música... Que todo aquel... o aquello que la escuche... o sienta siquiera... sea influenciado de la forma que yo quiera.

–¡Uau! Se nota que te ha educado Hilde.

–¿Es un buen deseo? –quise asegurarme.

–Se supone que yo debería darte la menor información posible para que tú metieras la pata lo más posible, pero, como partimos de que tienes que vivir un siglo... Sí, es un buen deseo para llegar a vieja.

–Y... me gustaría también entender todos los idiomas. Por favor –solté de carrerilla, nerviosa.

–¿Entender todos los idiomas? –repitió él atónito.

–Y si puedo hablarlos, pues mucho mejor –añadí cerrando los ojos, me la estaba jugando mucho–. Es que creo que hay chaval poseído aquí y no le entiendo cuando me grita y...

El Duque suspiró y me plantó una manaza en la cara.

–Lo que pides es tan... intrínseco y fundamental que voy a tener que cambiarte hasta la médula –advirtió antes de empujarme contra la cama y pretender incinerarme viva.

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Allá vamos~

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