Capítulo 83 - La trampa

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Silbé para llamar la atención del asesino y él se volvió preparado para la batalla, pero en su cara fue evidente el desconcierto al ver el pasillo, en el que yo estaba, completamente a oscuras. Entonces la lámpara sobre mí parpadeó una sola vez y de forma muy breve, permitiéndole verme durante una fracción de segundo.

–¡Bestia! ¡Tu celda también se ha abierto! ¡Perfecto! –exclamó animado–. ¡Ven, acércate! ¡Ya es hora de que uses esos poderes tuyos para algo que merezca la pena!

El maldito no tenía reparos en gritar y despertar a medio psiquiátrico. Aunque, si afinaba el oído, escuchaba la frustración de mucha gente. Parecía ser que lo que había abierto las puertas de nuestras celdas se las había cerrado a los guardias. Allí sólo estábamos el asesino grimoso, yo y los dos enfermeros aterrados, más aterrados si cabe al escuchar que yo también rondaba por allí.

Avancé unos pasos hacia ellos, dejándome entrever en el borde de la zona iluminada, aunque las bombillas de la cabina también parpadearon al entrar ellas en mi radio de acción. Aproveché los dos segundos de oscuridad para correr hacia el asesino, sobresaltándolo al encontrarme a un metro de él en el siguiente segundo de luz. Le sonreí, porque eso suele incomodar a la gente. Los enfermeros no me vieron porque se había escondido debajo de la mesa con la excusa de buscar linternas. Durante el siguiente momento de tinieblas, corrí para escapar por una puerta lateral, desde donde sólo el otro interno podría verme al recuperar fuerza las lámparas.

–¡Bestia! –me gritó fastidiado al localizarme en el borde de la oscuridad otra vez–. ¡Ven aquí y usa tus poderes para reventar los cristales! –ordenó señalando la cabina-trinchera–. Luego ya jugamos al escondite con los demás –concedió suavizando la voz.

Pero yo le silbé una tonadilla que sonó a "A que no me pillaaaas". Él se lanzó detrás de mí con intención de darme caza y yo eché a correr, parándome cada poco para azuzarlo y no perderlo.

Supongo que no será una gran revelación para vosotros deciros a qué celda lo llevé. La puerta de Eric también estaba abierta, pero él no había salido, ya que suficiente tenía con lograr seguir respirando. En cuanto el asesino grimoso entró detrás de mí, la puerta se cerró sola con tres pestillos.

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*carcajada malvada con reverberación*

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