Capítulo 6 - La fiesta

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Me desperté en un infierno, no el de verdad, pero bastante parecido. Decenas de velas ardían procurando una luz anaranjada y unos encapuchados me rodeaban cantando con voces guturales. Estaba atada de pies y manos a una mesa de piedra, y un puñal danzaba a medio metro sobre mí. En pleno frenesí, el arma bajó hundiéndose en mis tripas. Yo grite de puro dolor y terror, ellos aullaron en éxtasis, el tiempo se detuvo y él suspiró sentado junto a mí.

–Pensaba que ya no quedaban más legajos de la versión para idiotas de cómo llamarme –murmuró alborotándose el pelo rubio con una mano–. A ver, ¿qué queréis?

No me hagáis mucho caso, al fin y al cabo yo estaba al borde de la muerte por haber sido sacrificada en un rito pseudosatánico, pero juraría que la secta se quedó de piedra ante el aire desenfadado del demonio. Seguramente se esperaban una cabra roja con cuernos de fuego, voz gutural, aliento de no haberse lavado los dientes después de haber comido cadáveres putrefactos y con más parafernalia que todos los grupos heavy del mundo juntos. Pero se les había aparecido un chico de unos treinta años, de pelo rubio corto disparado en todas direcciones como agujas, ojos color arena, que vestía una sencilla camiseta gris y unos pantalones vaqueros.

–¿E-Eres tú Agarés, Duque de los Infiernos, comandante de treinta y un legiones...?

–Sí, mucho título ,pero no se te ha ocurrido hablarme de usted –interrumpió el demonio.

Menudo corte. Os juro que me hubiera tronchado de la risa si el corte que habían hecho a mí no hubiera sido peor y mis intestinos no saludaran a los presentes.

–Le r-rogamos nos disculpe, Duque. No volverá a pasar, se lo prometemos –se adelantó otro sectario, que resultaba ser mi padre adoptivo, haciendo una profunda reverencia después de haberle dado una colleja al que había hablado primero.

–Hala, que sí, dejad lo de los cargos nobiliarios, que no es lo vuestro –se volvió hacia mí–. ¿Acostumbras a airear tus tripas a menudo? –me preguntó con un susurro y devolvió su atención a los sectarios–. ¿Qué queréis?

Alguno de ellos dio una larga y enrevesada explicación. Yo veía colorines y me daba igual, ya no me dolía nada.

–A ver si me he enterado. ¿Me habéis sacado de mi cómodo sillón de mi lujoso salón con vistas al Infierno para que os conceda poder a tooooodos vosotros a cambio del alma de una niña que ni siquiera es vuestra? –a pesar del aturdimiento, la voz de Agarés sí que la escuché alto y claro–. ¿Os habéis leído la letra pequeña, panda de inútiles? –suspiró y le respondieron murmullos afirmativos–. Bien, de acuerdo, pues entonces me pondré a vuestro servicio.

Yo ya me elevaba entre nubes nacaradas por un eterno amanecer...

–Eh, ¿dónde vas? –el demonio me agarró del brazo–. Tú tienes un lugar esperando ahí abajo.

Me lanzó contra la tierra, pero no golpeé la mesa de piedra, ni el suelo ni las tuberías. Caí y caí hasta que una llamarada recibió a mi cuerpo, aunque en realidad sólo era mi alma, y de repente me encontré sentada en un cómodo sillón de un lujoso salón con vistas al... ¿Infierno?

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