Capítulo 26 - La Santa

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A partir de aquella espectacular cena, Hilde aceptó una especie de custodia compartida, permitiéndome ser la musa de los Mapaches, aunque no le hizo mucha gracia aquel día que me maquillaron como a ellos. También me dejó sentarme de vez en cuando a cenar en el extremo (remendado) de los condenados modernos, siempre que no se me olvidaran los correctos modales a la mesa.

Al día siguiente de la cena con espectáculo, estábamos Hilde y yo en el invernadero, buscando a una orquídea que se había escapado de su urna, cuando me pudo la curiosidad y tuve que preguntárselo.

–¿Por qué te llaman "la Santa"?

–Porque hace poco me santificaron, parece ser –contestó Hilde como si nada, buscando entre las rosas con bozal.

Yo me quedé mirándola atónita.

–¿Puedes estar aquí siendo santa?

–Sí, por qué no. Vendí mi alma. Que, mil años después, los vivos hayan decidido santificarme no me afecta –respondió con un leve y digno encogimiento de hombros–. En todo caso, al fortalecer la memoria de mi nombre y obra, me han fortalecido a mí.

–Pero...

–Me pregunto qué milagros me atribuyen haber obrado –murmuró para sí misma entre las flores de Ave del Averno, que eran muy parecidas a las de Ave del Paraíso, pero con garras.

–¿Y... los de arriba no dicen nada? –planteé, buscando con cuidado entre la hiedra estranguladora.

–¿Los de arriba del todo, dices? –preguntó Hilde asomándose tras los bancos de jacintos chillones, a los que la mujer había domado para que se estuvieran calladitos–. El Duque me advirtió que podrían pensar en empezar a mostrarse interesados en mí en doscientos o trescientos años. Y entonces llegarían los juicios... Así que es seguro que, al menos, voy a estar aquí un milenio más.

Yo estaba pensando en que Hilde parecía encantada de quedarse en el Infierno por toda la eternidad, lo que no me extrañaba después de asistir al terrorífico alarde de poder que había hecho en el salón, cuando algo pequeño y de aviesas intenciones pasó corriendo entre nosotras sobre sus finas raíces.

–¡La orquídea! –señalé y Hilde se lanzó a atraparla con la urna.

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