Caprice

Capítulo 30 - La gata atrapada

Por lo que me contaron después, me encontraron intentando saltar la retorcida verja de hierro oxidado que rodea los terrenos del Duque, chillando como una desquiciada que no pensaba quedarme a esa fiesta.

Probablemente ya lo habréis adivinado: tenía un pequeño trauma sin solucionar respecto a cómo morí y no estaba dispuesta a volver a convertirme en un plato de boloñesa.

Parece ser que Sebastian subió a bajarme, como si yo fuera una gata atrapada en la rama de un árbol. Y, como una gata aterrada y cabreada, por lo visto intenté arañarlo en los ojos.

El primer recuerdo propio que tengo de aquel suceso fue encontrarme entre los cálidos brazos del demonio, que estaba cantando una dulce nana que se llevó mis miedos y angustias.

–Ya está, ya pasó –me susurraba con un tono más propio de los ángeles.

–¿E-Estoy en el Infierno? –balbuceé mirando las carbonizadas lomas de la desolación que bajaban hasta un río de sangre hirviente.

–Es evidente que sí –me contestó Sebastian.

–¿Y no me vais a sacrificar? –musité, dándome cuenta de que tenía los ojos anegados de lágrimas.

–No lo necesitamos para invocar demonios, basta con ir a la mansión adecuada y llamar a la puerta –bromeó en un intento de quitarle dramatismo al asunto.

Normalmente me hubiera reído, pero en aquel momento sólo me importaba volver a ubicarme. Sebastian me hizo girarme hacia los jardines, que estaban plagados de peligrosos pinchos, cuchillas, árboles descarnados y plantas antropófagas. Era un paisaje de pesadilla, pero ya lo consideraba mi hogar.

–¿Recuerdas que te dije que eras nuestra invitada y que no sufrirías ningún tormento? –continuó Sebastian.

–Ya, pero los que me adoptaron también me dijeron que...

–Por favor –me interrumpió muy serio–, somos demonios, no somos tan mezquinos como los humanos –añadió y se le trasparentó el tonillo irónico.

Ahí sí que se me escapó la sonrisa y Sebastian me correspondió.

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