A partir de aquel día se hizo evidente que preparaban el palacio para celebrar una gran fiesta en él. Los condenados estaban más ocupados que nunca limpiando suelos, paredes, ventanas y techos. Niccolo parecía una araña de verdad cuando le tocaba subir a desempolvar las lámparas, Hilde se dedicaba a elegir los más bellos y peligrosos especímenes de orquídea y a dar órdenes a diestro y siniestro a los condenados más jóvenes que ella, que eran la gran mayoría, y Robert se afanaba en crear una canción para la Emperatriz. Hasta los Mapaches compusieron una para la Señora del Infierno, aunque, por cómo sonaba, yo temía que los enviaran al Pozo sin Fondo durante tres centurias.
Y yo no tenía nada que hacer.
Pasaban los días y tenía que apañármelas para averiguar cuál de mis tutores estaba libre de los preparativos para la fiesta. Pero yo no tenía nada que hacer porque no había vendido mi alma. De hecho, estaba participando en una carrera de mopas cuando apareció Sebastian a recordarme que no era trabajo mío.
–Aprovecha para hacer lo que quieras –me dijo como si me hiciera un favor–. Explora las zonas que todavía no conozcas. Incluso podías bajar a las mazmorras, que están más tranquilas con motivo de los preparativos.
Pero la que no estaba tranquila era yo, lo que me extrañaba. De acuerdo que no tuviera nada que hacer y me aburriera un poco, pero estar intranquila por eso no es propio de mí. Por mis años en el orfanato estoy acostumbrada a entretenerme con poco y a apañármelas con mi imaginación. Pero allí no parecía que funcionara. Pensé que sería un efecto secundario de estar muerta.
El día anterior a la fiesta empecé a ver los modelitos que lucirían los condenados, había trajes de todas las épocas y rincones del mundo. Y mi desasosiego iba en aumento, a saber por qué. Encontré a Hilde organizando la decoración del Salón de Ónice, quería hablar con ella, pero parecía muy ocupada dando órdenes a toda aquella gente como si en vez de otra condenada más fuera en realidad una demonio. Por lo que me quedé a parte, esperando a que se librara para acercarme, y puede que fuera por las antorchas de tres metros o por las fuentes de sulfuro, pero yo empecé a sentir una opresión en el pecho y me costaba respirar. Así que salí corriendo como alma que llevara el diablo. Jaja.
Me dirigía a los jardines por instinto, como si allí fuera a encontrar aire más fresco, cuando me choqué contra alguien. Resultó ser una señora de la época entre Niccolo y Robert. Debía de estar estrenando ya su vestido de fiesta y su mejor collar de perlas.
Pegué un grito de terror y me lancé a través de los campos de enredaderas, aunque ninguna pudo atraparme en mi loca carrera por la libertad.
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Caprice
FantasyCaprice nos cuenta con mucho carisma la historia de su vida. Fantasía, humor negro y mucha gente chalada (cambiaré de universo, pero mi estilo se mantiene). En cierto modo también es un historia de terror. En cierto modo. No cuento más p...