Capítulo 45 - La última canción

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Aun así, bajo sus dedos, el terrible instrumento entonó de forma bella, como si un demonio recordara que una vez fue ángel. Hilde también cantó una dulce despedida para mí, deseándome una buena vida arriba y, quizás, volvernos a ver.

Fue entonces cuando los los demás comprendieron de qué iba la cosa y se apresuraron a improvisar junto a la mujer. Lyn se sentó con una zanfoña en el regazo, que era un extraño instrumento de cuerda, manivela y botones que sonaba como si fuera del año de la castaña, y que debió de sacar del mismo sitio que Niccolo el violín eléctrico. Yo me fui emocionando a medida que el resto se fue añadiendo. El Mapache guitarrista se puso a hacer virguerías con una vihuela, una pequeña guitarra con tropecientas cuerdas, y el Mapache teclista confesó que su sueño era tocar un órgano de tubos, que apareció allí mismo, gigantesco, como arte de magia. Yo estaba lagrimeando ya cuando Robert, tras dudar si él era un músico moderno o antiguo, se decantó por ocupar el teclado y tocar ahí su jazz. El Mapache baterista me sacó una sonrisa al pedirse un carrillón, con cientos de campanas, y el Mapache bajista se pilló un arpa más grande que él.

Hilde me deseaba una buena vida, Lyn añadía paz y amor, Niccolo y Robert preferían expresarse con complicados acordes y los Mapaches Frenéticos berreaban que saliera a destruir un par de civilizaciones y quemara recintos sagrados al atardecer. Y, de alguna manera, semejante grupo de instrumentos, estilos y letras casaban estupendamente. Está claro que todos vendieron sus almas por talento.

Es irónico, pero la ocasión en la que más lloré en el Infierno fue cuando me tocó marcharme de allí, supongo que eso dice mucho de mí. Aunque también me reí, como cuando el Mapache guitarrista, ahora vihuelista, sin salirse del tono ni de la rima de la canción, le empezó a gritar a Hilde que le iba a santificar la guitarra. Ella respondió acelerando sus dedos y cambiando la forma de tocar para que la guitarra volviera a sonar demoníaca y, de paso, dejarnos a todos con la boca abierta.

–¡Es la monja INFERNAAAAAAAAAAAAAAL! –presentó el Mapache cantante gritando agudo y mis carcajadas se pudieron escuchar por todo el palacio de la Duquesa.

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