Capítulo 10

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———A lo mexicano———

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A lo mexicano
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Controlando sus celos se armó de valor al ingresar nuevamente a la pequeña y acogedora choza de otates. Recorrió con la mano la piel de animal que tenía como puerta y entró. Sonrió con descaró al ver al par de “enamorados” en la misma posición. Buscó a los lados la mochila de Elizabeth. La encontró arrinconada entre cazuelas de barro junto con más pieles que Tectlian usaba para vestirse. Fue por ella, la llevó hasta ellos y sonriente levantó la mochila arriba de su cabeza para después arrojarla hacia los dos. 

El peso de la mochila solo impactó a Elizabeth al Tectlian apartarse.

     — ¡Pudin, juro que no lo mordí! —Gritó Elizabeth, al sobresaltarse por el golpe de la mochila.

Tardó unos segundos en notar donde se encontraba. A su lado, vio a Tectlian sentado, abrazando sus rodillas y manteniendo la vista en Mike, decidiendo que hacer en su contra al atreverse a agredirlos.

Al verlo comprendió que, quizá lo asustó por su grito.

     —Tectlian perdóname, no quería asustarte —bostezó—. Regresa aquí. —Señaló a su lado.

Oh sobre su cadáver presenciaría algo así de nuevo, ya le era suficiente con lo que veo.

     —Ese taparrabos no se acostará contigo otra vez —Gruñó Mike, sorprendiendo a Elizabeth, quien hasta entonces se encontraba ajena a su presencia—. Ahora, necesito que busques en tu condenada mochila, esa navaja que uso para afeitarme. —exigió.

Restregó los ojos, intentando comprobar si quien veía ahora y escuchó, era el mismo Mike que dejo hace días.

     — ¿Mike? —esperaba volver a escuchar una respuesta de parte suya, o creería que era una ilusión tenerlo ahí de pie.

     —Sí, soy Mike y tú sigues siendo la misma greñuda que me sacó varios sustos en las mañanas. —Comprobado, era el mismo Mike.

Le notó molesto sin importarle demasiado el porqué de estarlo.

     — ¿Qué haces aquí? —Aún somnolienta, buscó lo que pidió entre las bolsas de la mochila.

Frunció ligeramente el ceño, no recordaba haberla guardado. Hurgando sin decir palabra consiguió encontrarla para la suerte de Mike, quien estaba preocupado porque su barba continuase creciendo sin saber cómo evitarlo.

Se lo tendió y él la tomó de mala gana soltando un «gracias» entre dientes. Vio salir a Tectlian no sin antes mirarlo con rabia, gruñendo como un animal y reclamando a Elizabeth suya, dejándola pasmada y a Mike conteniendo un grito de frustración.

     —B-Bueno, ¿Me dirás como es que estas aquí? —insistió, sin mirarle.   

     —Vine a comprobar como esta selva te trata. Por lo visto lo hace de maravilla, ¡hasta pareja tienes! —Los taparrabos después de todo no eran unos ingenuos, aquel torpe consiguió quedársela en un tiempo record y ella no se negó—. La verdad es que mi querida Diana me trajo, ¿A qué fin? Aún no lo sé, pero ya tendré tiempo de preguntar. De todas formas haré lo posible para no quedarme mucho tiempo aquí. —Agregó rápidamente.

     — ¿Pelos teñidos es tu querida ahora, ella está aquí? —Él asintió. Un golpe bajo de parte de Tianchester—. No puedo creerlo. —Dijo dolida.

     —Ni yo lo creo aún. —le miró acusador.

Nadie habló después de ello. Él lamentó mentirle, pero necesitaba saber si ella tendría la misma reacción que tuvo él al verla abrazada de su edredón humano. Después del incomodo silenció se marchó con lo que quería.

♦♦

Ahora afeitado, miró su reflejo en el riachuelo. Sus ojos azules lucían cansados, su cabello castaño ligeramente enmarañado y aquel gesto de enfado no le favorecía. Se encontraba molesto, eso no podía negarlo; le dolía verla con Tectlian.

     — ¡Niña tontuela! —Dio saltos en el riachuelo de una forma muy… vergonzosa—, ¡¿Cómo se le ocurre fijarse en alguien con cerebro de pollo?! —Por supuesto, él consideraba tener una mayor inteligencia que Tectlian. 

Diana lo observó con diversión. A pesar de que la mayoría del tiempo le desagradaba convivir con alguien infantil, debía admitir que los ataques de risa se los debía sólo a él, sin contar que disfrutaba verlo hacer escenas vergonzosas. Parecía estar viendo a un niño haciendo un berrinche a su madre.

     —Ay los celos. —murmuró para sí misma, entendiendo el enojo de Mike.

Caminó con dirección a Mike sin que éste se diera cuenta de su presencia y, sin aviso alguno, se le unió. Gritó y saltó como una completa loca. Y entonces se le ocurrió cantar:

     — ¡Esos celos me hacen daño, me enloquecen! —su desentonación y horrible voz, provocaron que Mike dejara de saltar—. ¡Jamás me atrevería a vivir sin ti!

Al notar que era la única que gritaba y saltaba, se detuvo.

     —Vamos Mike, continúa conmigo —lo animó—. Necesitas desahogarte, o terminarás volviéndote más loco de lo que ya me pareces.

     — ¿Y es necesario que cante algo mexicano? —Mike comenzó a reír.

Ella puso mala cara, entrecerrando los ojos, casi ocultando sus ojos color avellana. ¿Pero que tenía ese hombre en contra de las canciones mexicanas? Se preguntó.

     —La canción de Vicente Fernández, describe cómo te encuentras ahora. —Explicó.
Tenía razón. Se encogió de hombros y aceptó unírsele.

     — ¡Creí que te gustaban las canciones pervertidas! —Danzó, agitando las manos como un pájaro.

     —No sé cuál es esa. —Negó, divirtiéndose de ver a Mike bailar ahora.

     —El reggaetón combinado con el baile del oso —recordó con desagrado lo que le ocurrió hace poco más de una semana—. Vi algo similar en Discovery Channel, si algún día lo usas asegúrate de bailarlo en privado y no frente a personas. No suelen tomar el baile muy bien, te lo digo por experiencia. 

Diana confundida por sus palabras, asintió—: Olvidé porque estoy haciendo esto, ¿Tú por qué lo haces?

     —No lo sé con exactitud. Lo que sí sé es que: estos celos me hacen daño, me enloquecen…

Cantaron hasta que se sintieron bien, relajados y contentos. Conversaron del pasado, pequeños logros que hicieron sin ayuda de nadie y como extrañaban sus respectivas vidas. Mike se resignó a encontrar un lugar donde cargar su celular y lo dio por muerto, se puso sentimental y sin evitarlo lloró abrazado a Diana, diciendo cuanto extrañaría su celular y relatándole todo el contenido que tenía y perdería sin remedio.

     — ¡Mis fotos, mi vida entera, mi Instagram!

Continuó lamentándose.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora