Capítulo 9

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———Todo un infantil———

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Todo un infantil
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Al caminar sin un destino y ante la escasez de alimento, Diana propuso que se arriesgaran a ir al lugar donde Tectlian al encontrarla la llevó, Mike se negó alegando que en ese sitio encontraría a Elizabeth. ¿A dónde más irían? Lo poco que tenía en la mochila ha terminado y no sirvió—tristemente para Mike—la idea de seducir al alimento. Al final accedió molesto.   

     —Existe la posibilidad de que ella te haya dejado por infantil —se le ocurrió Diana.

Mike comenzó a reír.

     —Si eso fuera, ella jamás hubiese aceptado salir conmigo y por supuesto, permanecido a mi lado por mucho tiempo. —Le recordó. Desde siempre fue consiente de la clase de hombre con la que se relacionaba, nunca aparentó ser alguien más, sino que siempre fue el mismo. 

     — ¿Estás diciendo que ella aguantó todo esto? —negó con la cabeza.

Se miró así mismo, ¿Qué había de malo estar vestido con su característico calzoncillo de patitos y estar completamente enlodado? Había hecho cosas más vergonzosas, de las que definitivamente no le abochornaba y se atrevería a contar cada una de ellas si se lo pidieran.

     —Y muchas cosas más —agregó.

     — ¡Increíble! —Bramó—. Cuando consiga verla de nuevo y pueda hablar con ella, preguntaré como sobrevivir a tu lado —confiaba en que podría mejorar las cosas con ella, o al menos intentar que culpe a la persona que realmente lo merece—. Deberé tomar nota y seguir todos los pasos al pie de la letra.   

     — ¿Y eso que significa? —No es una persona complicada para que exagerara demasiado.

     —Que estar contigo será todo un caso. —Levantó las manos al cielo, diciendo lo obvio.

     — ¡Que mentira! —Se cruzó de brazos—. Se puede vivir conmigo una vez agarren mi ritmo. —puntualizó—. Así que no soy un caso.

Ahora era cuando pensaba que no se llevaban de maravilla como creía.

     — ¡¿Me llamas mentirosa a mí?! —Mike asintió—. ¡Por supuesto que eres un caso!

     — ¡No es cierto! —gritó tan fuerte que algunas aves que descansaban en las copas de los árboles emprendieron vuelo aterrorizados—. ¿Lo ves? Por tu culpa las asusté.

Le dedicó una mirada reprobatoria a la mujer de aspecto andrajoso; sus prendas cubiertas de lodo, el cabello recogido en una alta coleta y descalza, las piernas y brazos totalmente bronceados y con ronchas. Ahora mismo rascaba su mejilla izquierda, sintiendo incomodidad. Mike quiso reprimir una carcajada sin conseguirlo. Nunca había visto en ese estado a Diana.

     — ¡Mírate Mike, eres todo un infantil! ¡No soy tu burla! —Chilló histérica.

     —A mucha honra —cubrió su boca creyendo que de esa forma dejaría de reír, pero terminó quitándola al sentir tierra en los labios y boca—. ¡Me acabo de tragar lodo seco!

     — ¿Siempre eres así? —jamás habían pasado más de un día completo juntos. Ahora comprendía porque era insoportable estar a su lado y lo decepcionante que era admitir que aunque le gustase no podría estar con él, pero lo intentaría—. Mike Tianchester, madura ya.

     —Si maduro, todos mis encantos se irían —se quejó, escupiendo lo que quedaba en su boca.

     — ¡No importa! —Gritó—. Comienza quitándote esas sandalias. ¡Son ridículas!

     —Me gustan, además son mis favoritas —se miró los pies y le sonrió a Diana—. No lo haré. —Concluyó. 

La sonrisa que se dibujó en su rostro fue lo que le alertó que algo malo vendría después de haberse negado. Dio media vuelta sobre sus talones y lo siguiente pareció pasar en cámara lenta; corría con una mano sobre su pecho, tratando de respirar por la boca, Diana iba muy cerca de él decidida a derribarlo, se lanzó a Mike golpeándose la cara en sus piernas, perdió el equilibrio y cayó. Rápidamente le quitó las sandalias de los pies y corrió hacia los arbustos para después lanzarlos.  

     —Asesina de sandalias, ¡cómo te atreves! —Se puso de pie, molesto—. ¡Si alguien los roba, no te hablaré en lo que reste del día! —le aseguró con voz dura acentuando cada palabra.

Después de eso, se puso de pie, fue hasta el lugar malhumorado y saltó entre los arbustos.  

♦♦

Cuatro días más tarde…

Se removió incomoda entre los brazos de Tectlian, enredó su brazo alrededor del cuerpo de él y gimió, disfrutando el calor del que cree es su edredón. Tanteó el cuerpo, sintiéndolo suave, presionándolo más a ella.

Desde el fondo de la pequeña choza, un antipático Mike observó la escena. No hacía mucho llegaron al lugar, comprobando que Elizabeth parecía estar mucho mejor sin él. Molestó por lo que veía, le mostró el dedo medio de su mano derecha a Tectlian; quien se encontraba estático por la cercanía de Elizabeth.

Tectlian no tenía idea cómo reaccionar ante la cercanía de Elizabeth y no terminaba de entender cómo llegó a su sitio, si al anochecer ella se había acostado a su lado respetando su espacio.
Maldijo por lo bajo y negó con la cabeza sin apartar la vista de Elizabeth. ¡Increíble, lo había cambiado en tan poco tiempo!

     —No quiero estar aquí. —murmuró molesto a Diana, quien estaba a sus espaldas, presenciando los celos de Mike.

     — ¿Acaso te molesta verlos juntitos? —el término “juntitos” le molestó aún más.

Mike, suspiró.

     —Sólo dime que hacemos en este lugar —en esta ocasión, tiró de la oreja de Diana, obligándola a salir con él de la choza.

Mike logró captar las miradas de todos aquellos que se encontraban frente al fuego esperando apaciguar de ese modo el frio de la mañana. Al fondo, se encontraba el grupo que los obligó a salir de casa. Al reconocerlos se tensó, era un error estar en el lugar donde sus perseguidores se encuentran.

     —Señor patito sensual, usted, levanta pasiones. —Se burló.

     — ¿Cómo? —Preguntó confundido, sin apartar la mirada de aquellas decenas de ojos en color café oscuro.

     —Míralos, tienen la mirada en ti. —Mike se miró así mismo.

Tenía una nueva toalla enredada en la cintura, se había bañado dejando a la vista el color natural de su piel, un poco más clara que el resto.

     —Debe ser por mi color —concluyó simplemente.

     —O por tu barba. —Agregó Diana.

Tocó su barba crecida de hace días. Elizabeth se había llevado  su “corta barbas” negándole afeitarse en todo ese tiempo. 

     —Elizabeth se quedó con mi corta barba —al nombrarla, volvió a recordar porque necesitaba hablar con Diana—. Mira eso de estar aquí…

     —Creo que piensan que eres su Hernán Cortés. —Bajó la voz.

     — ¿Hernán Cortés, el personaje de los libros de historia? —Diana asintió. Aquello lo atemorizó—. ¡Dios me libre!, necesito cortarme esto con urgencia.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora