22. Vamos a huir

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Entraron al departamento en silencio, Darío miró a todas direcciones, buscando algún rastro del trio de adultos. A la única que encontró fue a Elizabeth, sentaba en el suelo detrás del sofá, con el mirada cabizbaja, su cabello estaba mucho peor que hace horas. Sin duda Diana y ella consiguieron enfrentarse sin que Mike pudiese evitarlo.

Pidió en silencio que Laura se hiciera cargo de los niños mientras veía cómo se encontraba su amiga, tan solo se acercó un par de pasos más y divisó pequeños rasguños.

     —Oh, Elizabeth… —Con cuidado, se echó al suelo a su lado.

     —Es una loca Albín —su voz delataba que aún continuaba bajo los efectos del rompope, solo que ahora parecía estar más consciente de su entorno—. Pude… pude ponerla en su lugar, la dejé peor. Óyeme bien Mike, yo no soy la amante de nadie, no tenía por qué acusarme de algo tan feo. —Sin importarle que haya nombrado a su hermano, la consoló.

     —Es mi culpa, debí conseguirte algún departamento aquí, antes de plantearme que te quedaras conmigo y los niños. No pensé bien las cosas, es más, no debí pedirte que me ayudaras sabiendo que Diana y tú se odian —se disculpó con sinceridad—. Puedo ahora mismo buscarte un lugar y así no tener problemas.

La risa de ella, le hizo mirarla confundido.

     — ¿Por qué te ríes? —cuestionó.

     —No vale la pena —el conflicto salió de control, las mujeres estaban fuera de sí y como ultimátum, Diana pidió a sus hijos de vuelta en casa o de lo contrario tomaría medidas drásticas que perjudicaban a todos. Poco le importó saber que también lo estaría ella, prefería eso, a ver a sus hijos y esposo conviviendo con Elizabeth. Mike aceptó sin dudarlo, debía darle la razón a su esposa y no ocasionar más problemas —. Los niños deberán de irse esta noche, Albín.

Palideció ante sus palabras.

     —No… eso no es verdad.

     —Que sí —lo contradijo—. Mike dijo que no quería más problemas, le prometió llevarse a los niños hoy a su casa. Albín debemos empacar todas sus cosas, los niños volverán con sus papás.

Negó varias veces, por supuesto que estaba en desacuerdo con su hermano. Los niños eran felices con ellos, aprendió a ser una persona casi responsable, hasta ha pensado en tener hijos propios, ahora mismo, no tenía en mente separarse de sus sobrinos. Los quería, los consentía y ellos eran su centro de atención, en casa de sus padres no lo serían, su cuñada prefería retomar su vida de juventud y su hermano elegía el trabajo.  

     —Lo que acabas de decir me entró en una oreja y salió en la otra; en otras palabras, los críos son míos. —sentenció.

Se puso de pie y fue en dirección a la cocina.

     — ¡No tienes ningún derecho sobre ellos! —Realmente Darío perdió la cabeza.

     — ¡Soy el padre sustituto, son MI sangre, tengo derecho a quedármelos! —Dentro de la cocina Laura lo recibió con el rostro preocupado, escuchó parte de la conversación y sabía cuan encariñado estaba Darío con sus sobrinos. Intentó sonreírle en vano, susurrando un “todo está bien”, iba a perder a los niños, eso le entristecía—. ¡Voy a prepararte el café! —avisó, encendiendo la estufa.

     — ¡Y yo a buscar toda la ropa de los niños y tú vas a empacar aunque te niegues!

Mientras entretenía a los gemelos con las sonajas, pensó con rapidez alguna solución. Lo importante era que los niños no se separaran de su tío, y sabía cómo hacerlo, la idea era una locura, preocuparía a los padres e incluso serian señalados como delincuentes, pero ahora mismo no pensaba en las consecuencias solo en ver a su pareja feliz sin importar nada.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora