20. ¡Aléjate de mi marido!

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Darío se vio enfrascado en una pelea de palabras con su cuñada, la mujer se encontraba incontrolable, elevaba la voz alterando a sus hijos sin que Laura hiciese mucho para calmarlos.

Intentó excusarse en cada acusación en vano; Diana siempre tenía la forma de encontrar una buena replica en la que no le permitía defenderse. ¿Qué si estaba en un lio? Oh, claro que sí. Recientemente libraba un gran conflicto y ahora nuevamente tenía uno. Solo que de este no tenía idea cómo librarse. Posiblemente su hermano le haya dado la espalda esta vez y en venganza por los niños, envió a Diana. Mike era un descabellado vengativo, concluyó. Creía que había dejado en el pasado ese asunto, ¡El mismo Mike no deseaba que Diana se enterara de lo que ocurría dentro del departamento!  

Después de todo, quizá fuera un imán para los problemas.

     — ¡Te odio Darío! —Chilló, echándose al sofá gris, recientemente manchado por refresco de mandarina—. Es increíble que no me haya dado cuenta en todo este tiempo —analizó—. Mike llegando a casa más tarde, sonriente, muy conversador… ¡Y tú eres su tapadera!

     —Cuñadita, lo que sea que esté pasando por esa cabeza hueca no es verdad —se atrevió a opinar ante la mirada molesta de Diana—. Además, lo sabrías si nos visitaras.

     — ¡Ah, sí! ¡Pero como no lo pensé antes! —Ironizó, haciendo a Darío sentirse más tonto—. No soy de agredir a los hombres, pero tú te estas ganando unos buenos taconazos. 

Tragó saliva con dificultad, ¿por qué estaba rodeado de mujeres violentas?

     —Te acusaré con… Mike. —Con eso bastaría para mantenerla lejos de él, libre de las garras de esa mujer maniática.

Su cuñada estaba fuera de sí, hervía de celos ante la idea de que su esposo no solo visitara a sus hijos sino que aprovechara para ver a Elizabeth. Lo asesinaría, ese hombre no le vería la cara, si entre esa mujer y él había algo debía decírselo o no sería capaz de controlarse. Algo le decía que no era normal que su marido pasase últimamente más tiempo en el departamento de su hermano que en su propia casa.

     — ¡Elizabeth, deja a mi hermano ahora! —las puertas del departamento se abrieron, dejando a Mike a la vista. Entró ajeno a lo que ocurría, pensando que nuevamente Elizabeth molestaba a su hermano. Cuando hubo guardado las llaves y levantado la vista, se quedó boquiabierto, ¡su esposa estaba en el sofá, mirándolo con el rostro enrojecido de ira! —. Querida, no… no sabía que visitarías a los niños.

Su esposa se puso de pie y lo primero que hizo es arrojarle su bolso al rostro.

     — ¿A caso no puedo visitarlos y llevarme sorpresas desagradables? —cuestionó. Mike supuso se refería al enterarse que Elizabeth se encontraba en el departamento.

     —Sabes que no quise decir eso, puedes visitar a los niños siempre que lo quieras —masajeó su quijada, ese bolso debía traer algún ladrillo dentro. Intentó sonreírle en un intento de apaciguarla un poco—. Pudiste llamarme y así vendríamos juntos.

     — ¡Y así avisarle a tu amante que se vaya de paseo mientras llegamos! ¡No soy tan tonta, Mike! —parecía estar poseída, levantaba las manos al aire exasperada, sin comprender porque su marido trataba de verle la cara.

     —Querida, tranquilízate. Nuestros hijos no pueden verte así —se aproximó a ella poco a poco. Al notar que no intentaría lanzarle algo más, la tomó de ambas mejillas y le hizo mirarle a los ojos—. Sabes perfectamente que sería incapaz de ser infiel, ¿De dónde sacas eso?

     —Mike, no me mientas. ¡Es Elizabeth! como no podrías cambiarme por ella, ¿ya olvidaste que tuvieron su historia y ahora está aquí, con MIS hijos? —eso no era suficiente, sus palabras no le eran suficiente para creer lo contrario.

     —Si Elizabeth está aquí no es porque yo lo quisiera, es Darío quien la trajo aquí después de separarse de su esposo. Esa loca y yo nada de nada, ¿entiendes? —Diana negó, desesperando a su esposo—. Solo lo diré una vez Diana, NO SOMOS AMANTES.

     — ¡Mentiroso mujeriego! Te la pasas aquí todo el tiempo, y me dirás que no has visto a Elizabeth con otros ojos. —se alejó de él.

     — ¡¿Y con qué otros ojos quieres que la vea, si son los únicos que tengo?! —bromeó, molestándola—. Si me la paso aquí todo el tiempo son por nuestros hijos.

Aprovechando que Diana puso toda su atención en su marido, Laura tiró de la playera roja a Darío, alejándolo del campo de batalla.

     — ¿Siempre es así? —susurró cerca de su oído.

     —Oh no, solo cuando anda en sus días de humor de perros o cuando cree que le quieren robar al marido —asintió a sus palabras, esa mujer esa una bestia cuando se lo proponía—, Elizabeth está ebria y posiblemente dormida, así que todo estará de maravilla por aquí. Son broncas de casados, ya verás que se les pasa.

Creyó en ello por poco tiempo. Elizabeth salió de su cuarto, adormilada, quejándose por los gritos. Anna al verla salir, gritó llamándola “mamá dos”, dejando estupefactos a sus padres.

     —Anna, ¿Dónde está papi? —con los ojos entrecerrados, no lograba ver demasiado.

Al señalar el lugar donde estaban sus padres, Darío cerró los ojos, rezando tres aves marías, pidiendo que no se derrame sangre en su departamento.

     —O sea… N-No solo te robas a mi esposo, sino a mis hijos —dio la espalda a Mike y fue tras una ebria Elizabeth—. ¡Aléjate de mi marido, borracha! Te quiero lejos de mis niños, lejos de mí.

Nadie sabía cómo reaccionar ante tal escena, los gemelos no dejaban de llorar pidiendo atención, Anna comenzaba a llorar creyendo que era su culpa, Darío continuaba rezando y Laura se abrazaba a él, cubriendo su boca con la mano.

     — ¡Querida, Diana…! ¡Diana, por favor! —La tomó de la cintura, alejándola de Elizabeth—. ¡Darío, llévate a los niños ahora! ¡Fuera de aquí!

Acatando la orden, reaccionó e hizo lo que pidió, dejándolos discutiendo.

     —Esto es el colmo, Diana. No puedo creerlo.        

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora