17. Celos o enojo

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Minutos antes de que sonase la alarma de Mike, un número desconocido llamó a su teléfono de casa, la voz varonil le informaba de la detención de un hombre en estado de ebriedad que asegura ser su hermano menor, junto a una posible delincuente que decía ser la esposa de Darío.

Ahora se encontraba somnoliento, celoso por las palabras de Elizabeth hacia los oficiales, esperando que le entregaran a su hermano y reclamar por el paradero de los niños a Darío.

Su hermano no tardó en aparecer, gritó emocionado de que Mike le haya sacado de ese lugar y corrió a abrazarlo, sorprendiéndose al ser recibido con una bofetada.

     — ¡Mis hijos! ¿Tienes idea de lo que han hecho Elizabeth y tú? —Mike echaba humos, los oficiales le comentaron que la mujer al negarse a responder cuál era su parentesco con los niños después de ser descubierta, servicios sociales se los habían llevado—. Por todo el amor que le tienes a tus tontas ranas, ¿cómo has podido hacerme esto? Te confié tres reliquias y se la diste a una vagabunda. 

  
     — ¿Qué intentas decirme? —Sus recuerdos eran vagos y fugaces, no recordaba con exactitud qué ocurrió después de sentarse a esperarla en la esquina de Gómez Farías—. ¿Dónde está Elizabeth?

Deseaba estrangularlo, ¿cómo tenía el descaro de preguntar por ella? La única culpable de que sus hijos estén con desconocidos, creyendo que los pequeños han sido robados.

     — ¡Esto es un insulto Darío! —Bramó, saliendo de la estación de policía.

Cada vez comprendía menos, era consiente que se metió en problemas pero no en qué, y su hermano no estaba interesado en regañarlo por ello, sino que reclamaba por algo del que no está enterado. 

Salió a toda prisa detrás de Mike, mareándose al recibir los rayos del sol en el rostro, buscó a sus lados encontrándolo en los escalones, hablando molesto por su celular.

     —No… No me interesa Lourdes. Necesito a mis hijos fuera de ahí, y si es necesario me presentaré, pero mueve ese trasero que los niños tienen que estar conmigo pronto… —se quedó en silencio al percatarse que Darío le observaba—. Diana no debe enterarse de esto, ¿Me entiendes? Te llamó después.

Finalizó la llamada, encarando a su hermano aún molesto por todo lo que le estaba ocurriendo.

     —Mike, por última vez, ¿Dónde están mis sobrinos y Elizabeth? —Su cabeza dolía, todo su cuerpo también, después de dormir en una infame cama era comprensible—. Mik…

     —No me vengas con eso, hermanito —ironizó—. El “no entiendo nada” no te queda, burro. No haces más que meterte en problemas y arrastrar a los niños contigo. No sé qué polladas pasó en la noche, pero por lo que sé quiero matarte, con Elizabeth no hará falta, parece que sola se ha hundido; la acusaron de robo de auto e infantes. Pasará sus buenos añitos en una cárcel.

En ese monto estaba lo suficientemente molesto como para pensar un poco en sus palabras, Darío estaba al tanto de que su “odio” ha Elizabeth no era real, sino una pequeña máscara para ocultar lo que no es capaz de admitir por voz.

     — ¿Robo de auto y detenida? —Eso era increíble—. Entonces los…

     —Servicios sociales los tienen —le interrumpió—, y solo por ello es que la dejaré allí, no daré la cara por una mujer que sacó a los niños a media noche para buscar a un sonso como tú.

     —No puedes dejarla —insistió—. ¡No hubo tal robo de auto!

     — ¡Ah! Pero para ellos lo es y agregaron robo de infantes —se solucionaría la recuperación de sus hijos, tenía los medios para hacerlo, Lourdes trabajaba en ello y podría comprobar que es el padre y así tendría a sus hijos de vuelta—. Estoy casi seguro que me amonestarán por dejar a los niños a tú cuidado.

     — ¡Y…y que importa! Retira los cargos de robo si existen, por favor. Di que ella los cuidaba o algo, pero no la dejes allá adentro —suplicó, zarandeándolo de los hombros—. Ten corazón y no dejes a tu antiguo amor en una celda por algo que fue mi culpa.

Lo pensó y volvió a negarse, dudoso.

     —No quiero.

     —Por supuesto que quieres —le conocía bien.

     —Que no.

     —Ándale.

Se lamentaría, oh por supuesto que lo haría después.

     —Hermano, es Elizabeth de quien hablábamos, tu gran amor y la persona que te tuvo loco, con quien soñaste y te ideaste una vida en la prehistoria, ¿Quieres que…? —Mike gritó, pidiendo que se callara.

     — ¡Bien! Pero nadie la salva del robo de auto. —se cruzó de brazos, refunfuñando. 

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora