23. ¡Devuélveme a mis hijos!

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Escuchó la llave ser pasada por la puerta, su amigo regresaba después de despedirse, lo sentía por él, fue lo correcto, los niños debían volver al cuidado de sus padres, Darío no podía ocupar el lugar de ambos solo porque él lo quería así.

     — ¡Fue bueno dejarlos ir Albín, era lo mejor! —Habló, creyendo que quien entraba era su amigo.

     — ¿Dejarlos ir? —Mike entró mirando a todas direcciones.

El departamento estaba completamente tranquilo, Elizabeth era la única presente en la sala, sentada en posición de indio en el sofá.

     — ¡¿Qué fodongas haces aquí, gordo?! —volvía a tratarlo como solía hacerlo cuando estaba molesta con él.

     — ¿Cómo qué “qué”? Vengo por mis hijos, te lo dije hace rato, sorda treintona. —Guardó la llave en el bolsillo trasero, sin dejar de pasear la vista a todas direcciones por segunda vez— ¿Dónde están?

     —Mira ciego, quizá sea por tu edad por eso ya no ves, pero tu hermano bajó con los niños y sus cosas hace como diez minutos, dijo que te esperaría abajo —explicó, fingiendo cansancio—. Fuera de aquí y déjame descansar.

Cada vez le incomodaba más su presencia, antes lo soportaba y comenzaba de nuevo a acostumbrarse a él, con lo ocurrido de hoy, solo desea estamparle algún objeto pesado y pedirle que mantenga a la loca de su esposa lejos de ella.

     —Elizabeth…

     —No me hables. —protestó.

     —Mi hermano no está afuera —ella decía que su hermano lo esperaba afuera y nunca lo vio—. ¿Me están jugando una broma? —mentalmente deseaba que así fuera.

     —Déjate de burradas, soy yo la que no está para bromas —fue a encararlo, pero antes de decirle algo más se detuvo, con la mano en el aire y boquiabierta. La llave con el llavero de metal que tiene escrito “Ed Sheeran” y que la misma Anna lo obsequió para poner la llave de la camioneta de su tío, no estaba en su sitio—. No está la llave.

Mike vio hacia donde ella.

     — ¿Qué llave?  

     —Cual más burro, la llave de la camioneta de Albín —Mike soltó un “ah”, antes de comprender que ocurría, sino se equivocaba, ahora sí debía preocuparse—. No vamos a alterarnos, no es muy propio de nosotros —se apresuró a decir—, debió dar un paseo, a lo mejor fueron por un helado o comida, que sé yo. O puede se hayan marchado, tú tranquilo, es tu hermano y sería incapaz de hacer algo así.

     — ¡Paseos, comida… helado!

Sus hijos se marcharon con su hermano, no tenía idea de a dónde y el cuento de salir a dar un paseo no se lo tragaba, si salió con todas las cosas es porque se ha marchado, ¿Qué acababa de hacer Darío?

Lo siguiente que ocurrió, fue que Mike cayera al suelo perdiendo el conocimiento.

Alarmada porque se haya lastimado al caer bruscamente, corrió hacia él soltando un grito horrorizado. Recostó con cuidado su cabeza entre sus rodillas, aliviada al no encontrarle alguna herida; ese hombre corría con suerte. Comprobó su respiración; tranquila y pausada.

     —Vivito y coleando —lo abofeteó con cariño—. Ya extrañaba ver tus desmayos de infarto.

Aprovechó y hurgó en sus bolsillos buscando su celular, al encontrarlo encendió la pantalla, el celular no contaba con contraseña, solo un candado desplegable. Le fue fácil acceder, bastó con que deslizara el dedo en el candado y este mostrara el menú principal, lo primero que notó fue el fondo de pantalla—tristemente para ella—una imagen en donde Mike besaba a Diana, Anna arriba de una barda estando a su altura y abrazándolos, los gemelos en ese entonces de pocos meses acurrucados en una carriola doble al lado de ellos. Una hermosa imagen que pidió Mike fuera capturada por un desconocido que pasaba cerca del lugar, sin duda, Mike tuvo más suerte que ella.

     —Gordo suertudo, tú te casas, te enamoras, tienes hijos, trabajo y te va de maravilla, y yo bien gracias, aquí con excelente salud cuando no tomo, viviendo de arrimada con tu hermano y divorciándome… —continuó quejándose mientras marcaba con insistencia a Darío, toda llamada realizada era enviada a buzón de voz y a la décimo sexta vez que escuchó a esa mujer en la línea repitiendo lo mismo, lanzó el celular en el estómago de Mike con todas sus fuerzas—. ¡Ay, perdón! Mentira, no lo lamento.

Se sentó con rapidez golpeando la nariz de Elizabeth, tocó su estómago adolorido y chilló, eso le había dolido.

     — ¡Oh, oh, me lleva la suegra! —aulló, sobando su estómago.

     — ¡Oh por Dios, dile que no lo haga aún porque debo matarte! —Gritó tocándose con ambas manos la nariz comprobando que no sangraba, sintiendo un dolor insoportable.

     — ¡¿Qué te pasa?! —le miró confundido.

     —Si serás descarado, me acabas de golpear la nariz con esa cabezota al levantarte —le dio con el puño en el hombro—. Todavía que me preocupo por ti al verte desmayar, ¡Y así me pagas!

     —En verdad lo siento, no era mi intención, algo me…

     —Fui yo, así que estamos a mano, supongo —al ver la cara de desconcierto, le aclaró—. Te pegué con el celular en esa panza, por eso despertaste.

     —Retiro mi disculpa —espetó, y volviendo a lo ocurrido antes de desmayarse, preguntó—: ¿Mis hijos?

Le explicó a detalle lo que pensaba hizo Darío, como se las ideó para salir del departamento sin que ella sospechase nada, la huía junto con Laura y las llamadas a su celular sin que respondiera. A cada explicación, Mike amenazaba con volver a desmayarse, todo lo que le contaba era una locura, no creía que su hermano fuese capaz de hacer tal cosa, ese no era su hermano. Necesitaba ir a buscarlo, ¿Qué dirección debía tomar?

     —Ya que ando contando las tonterías de Albín, no te haría mal escuchar que en un principio usaba a los niños para atraer a mujeres, ya sabes las mujeres adoran a los padres solteros, los ven como padres luchones, aquí entrenos tu hermano puede que lo sea —Mike tenía la mano en el corazón, le daría un infarto, ¿escuchó mal? Su hermano usaba a los niños para sus conquistas.

     —Cómo… no… no pudo ser capaz, ¿O sea qué…? —no terminó la pregunta, estrangularía a su hermano.

     — ¡Mike, bájate del poni! Eso fue hace meses, entendió que estaba mal. —posiblemente haya metido la pata esta vez.

     —JA, ¿estaba mal? Esto es innombrable. Mis hijos no son objetos de conquistas, ah pero la culpa la tengo yo al dejarme convencer por él, me siento como un tonto, no sé cómo… cómo no pude ver sus intenciones. —empezó a hiperventilarse, le faltaba aire.

     —Ay por favor, no dramatices. Ya cambió, además no tienes por qué preocuparte, Laura llegó a tiempo para corregirlo y desde entonces no hace tonterías, es más ya no ha olvidado a ningún gemelo cuando sale de paseo —Golpeó su frente al darse cuenta de lo que acababa de decir—. No es lo…

     — ¡Olvidarlos! Dios santo. —y todo ese tiempo creyó que nada malo ocurría, que lo único grave que pasó fue la detención y los niños en servicios sociales.

     —Mike, vamos a calmarnos —se puso de puntillas para alcanzar sus hombros y obligarlo a sentarse—. Sé que todo esto que pasa parece de película, pero sabemos que tu hermano volverá pidiéndote disculpas. Albín quiere mucho a los niños, se encariñó demasiado y cuando le dije que vendrías más tarde para llevártelos, se enojó… no pensé que haría todo esto.

¿Qué debía hacer?

Ambos ya más tranquilos marcaron al celular de Darío, buscaron algún indicio entre las pertenencias de su hermano que indicaran a dónde habían ido. Sobre Laura prácticamente no sabían nada, Mike la conocía como una antigua conquista, nada de familiares, amigos, conocidos, trabajo. No tenían nada. 

Cerca de las tres de la mañana, agotado, informó a su esposa la fuga de su hermano junto con sus hijos, ambos curiosamente descartaron la idea de poner una denuncia en contra de Darío.

     — ¡Devuélveme a mis hijos! —su gritó resonó por todo el pasillo, alertando a los vecinos de un nuevo chisme que divulgarán durante la mañana.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora