24. ¿Tengo cara de leñador?

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Antes de su llegada se detuvieron en una tienda de 24 horas, Darío compró todo lo que necesitaba para sus sobrinos; comida, pañales, leche en polvo. Descansaron un par de horas en el desierto estacionamiento de la tienda, para calcular su llegada alrededor de las seis de la mañana.

Al estar llegando al pequeño rancho, a las afueras del estado de Jalisco, Laura lo guio hasta el final, donde se encontraban pocas casas, en una de ellas, en la puerta una mujer de aproximadamente cincuenta años los esperaba abrigada. Pudo reconocerlos al ver a Laura asomarse por la ventanilla y saludarla animadamente.

Después de las presentaciones, los niños fueron acostados en una habitación libre, mientras Darío y Laura se quedaron a solas, mirándose frente a frente, teniendo como único obstáculo una mesa de madera vieja.

     —Bueno… —Laura quiso romper el silencio incómodo.

     —La cagamos, querida —golpeaba con los dedos nerviosamente su taza de café—. De nuevo la estoy cagando; salgo corriendo cuando todo se complica y esta vez influenciado por ti. Ah no, pero que negado soy. —Ironizó.

     — ¿Cagamos? —De pronto sintió ganas de vomitar.

     —Regado, pues. Te diré lo que le dije a Anna una vez: tienes que aprender mucho de mí —dio un último sorbo a su café rápidamente, dejando la taza vacía en la mesa—. ¿Sabes qué? Olvidemos esto y dime que hacer aquí. No quiero estar de arrimado con la suegra, ¿qué dirá de mí? —preguntó con las manos en las mejillas.

Ella se rio.

     —Primeramente dirá que te ves muy gay haciendo eso —se puso serio al instante, bajó las manos poniéndolas de nuevo en la taza—, y después que solo eres el invitado, pero como te estas ofreciendo te pondrá un montón de chamba encima.

     —Gay, sí como no. —Refunfuñó.

     —Tú y yo sabemos que eso no es verdad, lo digo solo para molestar —ahí estaba de nuevo, molestándolo con algo que para él sentía le perseguía últimamente.

     —Sí, aja —murmuró, poniéndose de pie.

     — ¡Albín, por favor, era una broma! —Gritó al verle marcharse en dirección a la cocina.

No le afectaría demasiado si tan solo hubiese optado por convencerse de que no era verdad, ahora estaba bien, la tenía a ella, le gustaba, la quería y lo mejor… la amaría.

Sonrió, era su oportunidad.

     — ¡Ranita para ti, Albín para los cuates! —Eso le hizo sonreír a Laura, su querido no estaba molesto.

••

En el transcurso de las semanas Darío estuvo atento a las noticias y periódicos; buscando cualquier dato acerca de él o los niños, sin encontrar nada. En el rancho se corrió la voz de que la anciana Carmen al fin tenia a quien dejarle sus tierras, se dijo que su yerno e hija junto a sus supuestos tres nietos llegaron para quedarse.

Anna dejó de preguntar por sus padres, los niños se acostumbraron a ellos viéndolos como sus figuras paternas. Darío una noche fue llamado “papá” por Bastián y creyó desmayarse en ese instante.

No quiso torturarse preguntándose como estarían su hermano y cuñada, ¿Lo odiarían? Por supuesto que sí, se llevó a sus hijos. Pero sabrán que están bien y que él los cuidaba como si fuesen sus propios hijos.

     — ¡Mírate, todo un machote con pecho peludo! —Darío solo contaba con los pantalones de mezclilla desgastados puestos y la camisa de cuadros azul atada a la cintura, mostrando la piel desnuda desde la cintura hacia arriba—. Bueno, sin el pelo.

     —Aj, que asco —puso mala cara al dejar el hacha en el pastizal. Laura le tendió una franela para que se limpiara el sudor—. Gracias —casi atardecía y aún no concluía con su aportación del día. Si su hermano viera cuál era su actual empleo sin recibir pago, no le creería ni una sola palabra—. Cortar estos leños es como ir al gimnasio, ¡Mira, hasta parece que tengo más brazo!

     —Y no solo eso —lo analizó de pies a cabeza con descaro—. Te me has puesto más buenote, así como el pan de queso de la señora Engracia.

Frunció el ceño, ante la comparación.

     — ¿Estoy acaso siendo comparado por un pan? —en respuesta asintió. Soltó una carcajada—. Eso es bueno, muy bueno. Ahora resulta que soy una comida para ti. —terminó de limpiarse el sudor del cuello, pensando si debía irse mañana a primera hora a algún centro comercial donde pueda comprar ropa y demás cosas que comenzaban a escasear.

La mirada divertida de su novia desapareció para ser reemplazada por enojo, detrás de Darío, una joven pasaba con una cubeta de agua en mano, sin quitar la vista de su espalda.

     —Cúbrete ya. —Gruñó.

     —Tengo calor, así estoy muy bien. —contradijo.

     — ¡Ay! Es que… es que esa de está viendo —chilló, saltando como una niña pequeña.

Se giró solo para comprobar que era verdad, la joven se apenó al ser descubierta.

     —A mi novia no le gusta que me veas así, a mí no me importa, pero no quiero que se enoje —ella lo entendió, pidió disculpas y se marchó.

     —Ella te vio cómo su leñador, el padre de su futura docena de hijos, y sino tuvieras pareja ya se hubiera presentado pidiendo tu mano con sus padres. —rechistó, molesta de solo imaginarlo.

     — ¿Tengo cara de leñador? —enarcó la ceja izquierda. Carraspeó al digerir todo lo que dijo— Aguántame tantito, ¿Aquí piden la mano las mujeres? —no preguntaría por la docena de hijos, de solo pensar en comprar pañales a doce niños, aprenderse sus nombres y mantenerlos… ¡Dios lo libre!

     —Si es una lanzada, sí. —Darío abrió demasiado los ojos, casi saliéndose de sus orbitas literalmente.

     — ¿Pedirás mi mano? De una vez te digo que me debes traer comida, ranas de peluches, mariachi… y si puedes me contratas al mismísimo Vicente Fernández o Paquita la del barrio, ¡ah! Y quiero que todo sea único, sino no acepto nada. —parecía hablar en serio.

     — ¿Me estás diciendo que soy una lanzada? —no era lo que esperaba escuchar, sino un “deja hablo con mi madre y pido tu mano”.

     —Querida, no quise decir eso. —mintió.         

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora