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Hasta cierto punto Darío ha soportado su puesto en el trabajo. No se queja del sueldo; prácticamente es el segundo jefe después de Mike. Lo único que detesta es estar sentado en un escritorio, atendiendo llamadas y decidiendo que es lo mejor para la empresa Kashland Publicidad.

Sin embargo, también tiene el poder para dejar todo a cargo de su hermano; ese pobre hombre que lo considera ya, un viejo. A sus casi treinta y tres años, su hermano Mike aparenta tener más. Sus hijos siempre están con las baterías cargadas, listos para recibir al padre agotado en casa. Y es aquí, cuando el señor inteligente entra en escena, él puede salvar a su hermano de la irremediable vejez a tiempo.

—Repite lo que acabo de escuchar. —Darío rascó su nuca, nervioso.

—Dejaré el puesto de vicepresidente —Su hermano bebió su licuado de plátano con rapidez, sin siquiera degustar el sabor como acostumbraba—. No quiero terminar como tú, hermano. —Era verdad.

¿Terminar como él? En efecto, su vida no era maravillosa, Diana ya no era la de antes, ahora al parecer —según sus palabras— su meta era volver a adelgazar y recuperar su cuerpo antiguo, olvidando que en casa tiene a tres niños que criar. Su hija Anna es un dolor de cabeza, canta a todo pulmón canciones de un tal Ed Sheeran por todo el pasillo de la casa, enloqueciéndolo. Los gemelos son otro gran problema, gatean en la casa escabulléndose de su nana y las pobres mujeres se quejan de ello y piden aumento por el trabajo extra que realizan. Y sí, recibir a tres tornados después de trabajar, lo agotan.

— ¿Casado y con un trabajo que adoro? —Cuestionó.

—Pero, ¿es que acaso no te ves? —Agitó la mano, dando énfasis a sus palabras—. Te ves más gordo, y ese pijama de patos ridículos te hace ver tonto. Es domingo, por Dios; el único día en el puedes ponerte tu mejor ropa casual, invitarme e irnos a divertir, pero no, el señor prefiere ponerse esos trapos y beber su licuado. Casarte te convirtió en esto, y tu trabajo en un gordo. Tanto tiempo sentado en un escritorio te ha hecho mal.

Tocó su estómago, ¡Pero por supuesto que no está gordo!, que esté haciendo panza significa otra cosa, pero no un gordo.

—A mi pijama de patitos no le hablas así, ¿sabes lo difícil que es conseguir uno en tamaño adulto? Mi pequeña Anna lo adora —miró suspicaz a Darío—. Envidioso, estoy seguro que quieres uno también, y para llamar la atención, hablas mal de mí pijama. —No es necesario herirlo, sólo debía pedirle un ejemplar y lo conseguiría.

— ¿Y salir así, a recoger el periódico en la calle, siendo la burla de los vecinos? —Lo miró con desagrado—. No gracias, prefiero conservar mi dignidad.

— ¡Es envidia! —Golpeó su vaso vacío en la mesa, y sin decir más, se marchó de la cocina.

Darío dejo escapar una carcajada al ver que su hermano al caminar, agitaba una pequeña cola similar a la de un pato pegada al pantalón amarillo con estampados de patitos. Su cuñada, intentó quemarlo en una ocasión sin existo; Claudia llegó a tiempo esa tarde y no se marchó hasta que Mike llegó y le contó las intenciones de su esposa, provocando que no le hablara por más de una semana.

— ¡Aún está en pie marcharme de la empresa! —gritó para que lo escuchara—. Y ver qué hacer con mis adorables sobrinos. —susurró.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora