33. ¡Ya quédate con toda mi despensa!

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En menos de una semana se dieron a conocer los planes de Diana, resultó estar saliendo desde hace poco más de dos años con Juan, Mike dudó de su paternidad con los gemelos y sólo su duda consiguió aclararse cuando las pruebas de paternidad dieron positivo, los tres hijos eran completamente suyos y Diana no peleó por quedárselos, le aseguró después que no encontraba la necesitad de pelear por su custodia si ya tenía lo que deseaba. Confesó frente a los tres Tianchester que perdieron todo desde el momento en el que Lorena, su hermana, volvió a trabajar con ellos.

Fueron embaucados.

Todo lo que su padre consiguió pasó a manos de Diana, Mike estaría en la calle si no fuera por los miles de pesos que conservaba en una cuenta externa a nombre de su hermano que planeaba serían usados en sus hijos si alguna vez no estaba para ellos.

¿Cómo es que no lo notó? Un par de confusiones en documentos y firmas sin revisar, contestaban a su pregunta.

Claudia junto a su esposo y dos hijos estuvieron un tiempo en el departamento de Darío, después rentaron uno para ellos solos en el mismo departamento al sentirse trincados entre tantos residentes.

Al pasar las semanas Mike quiso hacerlo también y se marchó con sus hijos al departamento de enfrente que fue desocupado en el tiempo justo.

     — ¡Préstame leche! —pidió Darío desde su departamento.

La puerta de ambos departamentos estaban abiertas y Mike escuchaba perfectamente cada pedido que hacía, agotado por su nuevo empleo donde no ganaba ni la quinta parte que en su empresa, pidió que Anna fuera a dejárselo. Apenas entraba su hija saltando por la puerta, Darío volvió a gritar:

    — ¡También tres huevos! —Vertió la leche en la licuadora, revisando que era lo que exactamente hacia Víctor—. ¿Piensas ver como se quema el sartén? —cuestionó divertido, al ver su mirada confusa, sin saber que debía hacer.

     —La verdad no sé que estoy haciendo aquí, te dije que salgamos y me pusiste frente a ese sartén, cuando te dije que no sé cocinar. —se quejó señalando la estufa de mala gana.

Esto era lo que deseaba ver, Víctor estando en un terreno que no conoce y donde solo él le lleva la delantera.

     —Aquí tienes tus huevos, tío. —Anna le dio una bolsa transparente con los tres huevos que pidió y despareció sin esperar las gracias.

     —Hay mantequilla en la puerta del refrigerador, tómala y con el cuchillo que está en la mesa corta dos rebanadas delgadas y las pones en el sartén, ¿captas? —Víctor asintió soltando un suspiro—. ¡Mike, manda harina para Hot Cakes! 

Anna apareció con su pedido, esta vez quedándose para decirle lo que su padre dijo.

     —Mi papá dice que si quieres algo más que lo pidas ya, porque no voy a venir muchas veces, yo estoy viendo la televisión —tiró de su vestido, molesta.

     —Ya dile todo lo que quieres, traes a la niña de un lado a otro. —rio Víctor, jugando con la mantequilla.

Le pidió amablemente que no metiera sus narices en los asuntos de ingredientes. Se dirigió a su sobrina sonriente, alborotando su cabello rizado.

     —Lo siento, ya es todo lo que ocupo. —sin más, se fue corriendo de la cocina.

     — ¿Todos los domingos son así? Digo, cocinas y pides cosas a tu hermano. ¿No le molesta? —vio mezclar todo en la licuadora y en poco tiempo ya estaba licuando a velocidad dos. Víctor cubrió sus oídos ante tan molesto ruido.

     —Le molesta, la otra vez me arrojó una manzana a la cara y me dejó el ojo con un pequeño moretón, fue este lunes que pasó. Siempre fue así cuando éramos niños, solo que ahora golpea más fuerte. —explicó al disminuir la velocidad de licuado.    

     — ¡Ya calla esa máquina del infierno, algunos necesitamos dormir! —Elizabeth asomó la cabeza en la habitación, su aspecto era deplorable, el cabello le cubría todo el rostro y vestía una playera que le quedaba por debajo de las rodillas.

     — ¿A la una de la tarde? —se mofó Víctor.

     —Ashh, deja de decir preguntas tontas, o me voy contra ti como la última vez. —amenazó. Víctor fingió ponerse un cierre en los labios—. Ustedes dos son más odiosos cuando están juntos. Me voy a saludar al vecino. —salió del departamento a paso apresurado.

     —Ahora así se le llama, “saludar al vecino” —la imitó con una voz chillona—, no me sorprenderé después si vuelvo a ser tío —arrugó la nariz al oler quemarse la mantequilla—. ¡Perfecto Víctor, siempre cagandola!

     —Pero nunca dijiste que no lo dejara quemarse —recibió un golpe leve en el estómago—. Y me acabé la mantequilla. —un segundo golpe.

Le regañó diciendo que no volvería a invitarlo a la cocina.

     — ¡Mike, me prestas la mantequilla, acá tu amigo hecho a perder la…! —algo golpeó su hombro, lastimándolo.

     — ¡Ya quédate con toda mi despensa si gustas! —se burló. ¿Cómo es que sabía que necesitaba su mantequilla? — ya deja de decir que Elizabeth y yo tenemos algo, sabes muy bien que me visita porque vendo tamales y le guardó algunos.

     —Lo que tú digas. —responden al unísono.

     —Hablo en serio. —amenazó.

     —Si yo fuera ella no solo te visitaría por unos tamales rojos, sino también por el postre y lo que se ofrezca después.  —le provocó.

     —suficiente…

Se abalanzó contra su hermano y Víctor se unió, olvidando que el sartén continuaba quemándose. Darío pateó la mesa y el contenido de la licuadora fue vaciada en los tres.

Comenzaron a reírse a carcajadas, Mike extrañó estar envuelto en situaciones como esa, hacia tanto no se divertía como un adolescente junto con su hermano, poco después se unieron su hermana, Elizabeth, sobrinos e hijos, dejando la cocina hecha un desastre y un incendio en el que tuvieron que evacuar a todo el piso, siendo una falsa alarma.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora