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Dudaba ahora de su capacidad para cuidar niños, le resultaba cansado tener que dividirse—literalmente—en tres para supervisar a sus sobrinos. Los pequeños parecían disfrutar hacer de sus travesuras mientras él se aseguraba de remediarlas. Elizabeth no ayudaba demasiado; la pobre recaía nuevamente en la bebida por culpa de Juan. Darío se suponía la trajo a su departamento para que lo ayudase, sin embargo, era él quien trataba de ayudarla para evitar que sobrepasara los límites con la bebida y suplicaba por un poco de su cooperación hacia los niños.

Los últimos cuatro meses ambos han sido testigos de los primeros pasos de los gemelos, no hace mucho, Elizabeth ayudó a Sebastián a caminar sin tener a su lado algo en que sostenerse. Ella no negaba que los pequeños eran adorables como su padre y se permitía imaginar que hubiese pasado si Mike y ella fueran los padres de los tres niños.

—Sería un caos —le susurró Albín cerca del oído.

— ¿Qué? —Haciéndose la desentendida, siguió sacando la ropa de la secadora.

—Seré un poco burro, pero te le quedaste viendo al guapo de Bastián y suspiraste —dobló el vestido de Anna y la puso en la canasta—, creo que pensabas si así se vería un hijo de Mike y tú. Y te delata tú cara de boba —Elizabeth le arrogó una prenda al rostro.

— ¡No es cierto!  —Negó, quitándose la prenda y comenzando a doblarla—, eres cruel Darío, no pensaba esas cosas.

—Entonces sólo lo mirabas así, porque lo ves adorable. —rodó los ojos.

— ¡Eso! Exactamente, no por lo que pensaste primero —cerró la tapa de la secadora cuando hubo retirado toda la ropa y salió del pequeño cuarto evitando la mirada de Darío.

— ¿A dónde vas? —Le gritó al perderla de vista—, no hemos terminado de doblar la ropa.

— ¡Me voy a beber, estaré en la cocina! —Respondió desde el otro extremo del departamento.

— ¡No de nuevo Elizabeth, no voy a permitir que te acabes todo el rompope! —El resto de la ropa lo echó a la canasta sin molestarse en doblarla y salió junto con ella, en dirección a la cocina.

Los gemelos observaron cómo Darío brincaba tratando de esquivar los juguetes esparcidos en el suelo, logró quebrar un león con llantas sobre sus patas ocasionando que uno de los niños empezara a llorar, dejó sobre el sillón la canasta y fue a tomar al niño.

Revisó el brazalete en su mano derecha y leyó el papel escrita con su caligrafía.

— ¡Increíble, he roto el juguete de Bastián! —Miró alrededor en busca del doble de Bastián, logrando encontrarlo cerca del cuarto de donde acababa de salir—, así que el otro era Sebastián. ¡Van a volver loco a papá número dos! —Suspiró, y volviendo su vista a la cocina y ahora con un lloroso niño en brazos, se apresuró al lugar mientras gritaba—: ¡Elizabeth te lo advierto, voy a contarle esta vez a Mike que has vuelto a la bebida!

Lo único que se repetía en la cabeza, es que daría un mal ejemplo a los niños y si su hermano se enteraba de que actualmente hospedaba a una adicta al rompope y SKYY de arándano, le quitaría a los niños. No sabía cómo aún después de tanto tiempo no había encontrado a Elizabeth ebria, pero lo único que si encontró es pelearse con ella, siempre que visitaba a los niños o los llevaba a casa.

Al entrar a la cocina, se encontró a Anna con un vaso de agua de melón que preparó esa mañana estrechándolo contra el vaso de Elizabeth, de lo que distinguió por el color era rompope.

— ¡Salud, monada de niña! —Sonrió, llevándose el vaso a la boca y bebiendo el primer trago.

—Salud, mamá dos. —bebió de su vaso.

Estupefacto por lo que sus ojos veían, corrió hacia ellas. Anna al ver a su tío, dejó el vaso en la mesa, asustada.

— ¡¿Desde cuándo la llamas así?! —La pequeña no supo que responder, ante la mirada dolida de Darío—, a mí no me llamas papá ni enfrente de las conquistas como acordamos.

—Calla a tus dramas, amor. Yo soy mejor que tú al hacer negocios, verdad Anna —la niña asintió—. ¿Lo ves? Yo también tengo tratos con ella.

—Pero que traicionera —negó mirándola, suspicaz—. Ahora mismo, dejarás tu rompope en el refrigerador y saldrás conmigo en… —miró su reloj de mano— exactamente siete minutos y treinta y seis segundos a recibir la pizza, que he pedido para nosotros.

Levantó la mano pidiendo tiempo, y sin detenerse poco a poco fue vaciando el contenido de su vaso hasta dejarlo totalmente vacío. Dejó el vaso sobre la mesa.

—Mira Darío, ¡Metete ese tiempo en el trasero! —Abrió la botella nuevamente—, pareces mi madre; siempre dando órdenes. ¡Mírate! Hasta te vistes como ella.

Arrullando a Bastián para intentar calmarlo, se miró unos segundos.

—Soy un padre dedicado al hogar. Que tenga un delantal no significa que sea tu mamá, ¡soy tu amigo, soy la uña y tú mi mugre! ¿Lo captas? —ésta mujer lo sacará de quicio, cada vez entendía más a Mike cuando llegaba a contarle de sus recientes y ridículas peleas.

—No, no lo capto. No seas pesado y acompáñame con un vaso.

En un rápido movimiento le arrebató la botella antes de que volviera a servirse y comenzó a tirar el contenido en el lavamanos.

—Pero… ah ¡tonto! ¡Burro! —Jaló su oreja, si no tuviese a Bastián en sus brazos, se le hubiese lanzado encima—, no puedo creer que lo hayas tirado, las madrecitas me lo ofrecieron a mí, no a ti.

—Controla el lenguaje frente a ellos —le amonestó. Terminó de sacudir la botella hasta tirar la última gota, dejándolo vacío en el lavamanos—. Quiero recordarte que yo pagué eso, además, si las madres supieran a qué clase de alcohólica se lo ofrecían seguro se daban la vuelta por donde llegaron. Y, según lo acordado beberías un poco cada tres días, cosa que no has hecho. —Sabía muy en el fondo que su absurda táctica para que dejase el alcohol no funcionaría.

—Pero si “hubiera” sabido que entre esas reglas estaba no tener bebidas alcohólicas de verdad, no lo habría aceptado. Mira Tianchester, no tomo cosas buenas por los niños, pero es injusto que ya ni esa cosa me dejes tomar —se cruzó de brazos, mirándolo desafiante—. No quieres verme molesta Darío —el nombrado, negó—, entonces ya no molestes más. Seguiré tus reglas sólo porque duermo en tu sofá entre ranas y por ellos, pero no te atrevas a tirar o a quitarme el rompope porque te muelo a chanclasos.

—Entiendo —susurró.

— ¡Por supuesto que sí lo haces! —Sobresaltó a Bastián junto con su tío—. Vamos a esperar la pizza en la sala, y aremos que esto nunca pasó.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora