9

75 11 0
                                    

Le tendió la mano a Anna y salió de la cocina con una sonrisa triunfal. Lo ha puesto en su sitio, como lo ha hecho ya una docena de veces, aunque el triunfo no es del todo su disfrute; debía admitir que prefería a su otro hermano.

—No me gusta que pelees con mi tío —habló en tono triste Anna.

—Sé que no te gusta vernos así, pero tu tío es muy bobo y mete las narices donde no debe. Prometo ya no pelear tanto con él —le dedicó una sonrisa.

—Eso dice papá y vuelve a pelear contigo también. ¿Por qué todos te pelean? —la curiosidad de la pequeña, le hizo quedarse unos segundos callada.

A sus espaldas, Darío respondió:

—Ella es la peleonera, pregunta a tu papá cuando vuelva.

Elizabeth iba a encararlo, cuando el timbre se escuchó. Anna gritó "pizza" emocionada, se soltó del agarre de Elizabeth y fue en busca de Sebastián.

—Te salva la comida Tianchester, te salva la comida. —le señaló con el dedo índice.

—Y bendita sea —le mostró la lengua.

Ambos adultos se dirigieron a la puerta. A veces se preguntaba por qué continuaba en casa de Darío, su vida nuca marchó del todo bien, su hermano mayor se fue de casa a temprana edad y desde entonces no han entablado alguna conversación. Sin un hermano que la supervisara, pronto su vida giro en fiestas y alcohol, sus padres le dieron un ultimátum cuando cumplió los diecinueve, ella debía dejar de beber y retomar sus estudios o se marchaba de casa, por supuesto terminó echada de casa y poco después conoció a Mike y a su hermano en ese entonces adolescente, con ellos dos su vida tuvo un ligero toque de alegría y amor, y no hace mucho pensaba que lo tenía todo con Juan, pero se equivocó. A Darío le debía la amistad de diez años, pensaba que estando en su casa intentando ayudarlo de cierta forma le pagaría lo mucho que le ha dado.

Al fin y al cabo, todos ganaban, ella no pagaba renta.

—Espera, saca de mi cartera los $120 y propina para el chico —le acercó el trasero a Elizabeth.

— ¡Cuidado por donde me pones eso! —le regañó.

—No me malinterpretes. Toma la cartera en el bolsillo trasero —dudosa metió la mano en uno de sus bolsillo, y aprovechándose de la situación, pensó en vengarse, pellizcándolo—, ¡Auch! Me has pellizcado una nalga.

Carcajeó maliciosa.

—Me lo debías.

—Es el otro —susurró adolorido.

La puerta se abrió sin necesidad de que Elizabeth o Darío lo hicieran. Sosteniendo la caja de la pizza con una sola mano, guardó las llaves en su pantalón y cerró la puerta cuidadosamente, sin apartar la vista de ellos.

— ¡Por qué te tardas tanto! Sácalo, vamos, tira de él, no estés jugando Elizabeth. —Estando de espaldas al igual que Elizabeth, el espectador tenía bastas razones para malinterpretar la situación.

— ¡Si vamos, sácaselo Elizabeth! —Gritó una voz familiar, que los dejó estáticos.

La primera en reconocer la voz fue Anna, quien dejó a Sebastián de pie en el umbral para correr con los brazos extendidos hacia la puerta.

— ¡Papá! ¡Papá! —Chilló colérica al verlo después de dos largos y eternos días para ella.

Elizabeth se recompuso con facilidad, sacó la cartera para después tendérselo en la mano a Darío de mala gana.

—Aquí tienes.

—H-Hola Mike, veo... veo que traes la pizza —balbuceó, temiendo que su hermano haya visto con otros ojos la escena—. Justo Elizabeth y yo íbamos a pagarla —le mostró la cartera.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora