15. Perdido y hebrio

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Elizabeth veía una película junto a Anna sentadas en el sofá con un bote repleto de duros bañados en salsa valentina, cuando recibió una notificación de WhatsApp de Darío.

Abrió la notificación solo para encontrar un mensaje de voz de aproximadamente seis minutos, esperó que el mensaje de voz cargara y la reprodujo después de bajar el volumen al televisor.

—Chiquilla, estoy… estoy en una calle que no conozco bien, según el letrero de la esquina se llama Gómez Farías. No sé qué pasó cuñada, pero me puse a correr por todos lados para escapar de un wey y vi una licorería —frunció el ceño al celular, su amigo le acaba de enviar el mensaje completamente ebrio y perdido—, solo pedí un par de caguamas, tomé y tomé, después volví a correr, no sé cómo vine a parar por aquí, estoy asustadito, no hay carros y no sé cómo pedirme un taxi. Me senté aquí en la esquina del letrero para que vengas a buscarme, prometo no moverme, pero necesito que vengas a la de ya…

Le envió un emojic de enojo, Darío enseguida comenzó a gravar un audio y lo envió.

— ¿Estas enojada? Ven por mí. —Su voz se escuchaba ronca, arrastraba las palabras y apenas pronunciaba correctamente.

No quería que algo grave le pasara fuera y no hiciese nada para poder evitarlo. Le confirmó que iría por él en cuanto encontrara el lugar por Google Maps.

Sin poder encargar a alguna de las vecinas los niños porque estaba segura que cuando la vieran en sus puertas le negarían ayuda, decide abrigar a los niños somnolientos y a Anna.

—El tío está bien, solo hay que encontrarlo —vuelve a repetirle a Anna por segunda vez.

—Llamemos a papá, sabrá que hacer —aconsejó, mirando como Elizabeth cerraba la puerta con llave.

—No lo creo hermosa, soy perfectamente capaz de resolver esto yo solita. Ahora, llevaré a Sebastián al estacionamiento y vuelvo enseguida, por favor, no dejes que tu hermano se baje del portabebés. —No estaba segura de cómo le harían las madres solteras para salir con tres niños a la vez y más aún si dos de ellos son pequeños aún.  

          
—Ya no cabe en eso —Bastián pataleaba, intentando deslizarse por el portabebés.

— ¡Lo sé!, tu tío no le ha pedido uno nuevo a tu padre o algo con que mantenerlo quieto —suspiró—. Solo has lo que te pido, ya vuelvo.

Dejó a Sebastián en la camioneta que robó a su aún esposo Juan como compensación de infidelidad hace meses. El estacionamiento estaba a solas, sin ningún alma humana cerca, miró su reloj de mano marcar las 11:47 P.M., era cruel sacar a los niños a esa hora, pero era su tío de quien se trataba; la persona que los ha cuidado como si fuese el padre.

—Por favor, Sebastián, no se te ocurra llorar, te traeré a tu doble y a tu hermana en menos de un parpadeo, solo se paciente como el burro de tu padre —cerró la puerta y corrió de vuelta al elevador.

Al llegar a su piso, se encontró a Bastián deambulando por el pasillo y a Anna tirando de él.

—Es muy fuerte, Elizabeth. —se justificó.

—Debemos irnos, ¡ya! —Tomó a Bastián con una mano de los tirantes del overol de mezclilla y con la otra pasó por el portabebés—. Vamos Anna, que aún nos falta saber dónde lo buscaremos exactamente.

——
¿Qué les parece la trama hasta ahora?

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora