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Cerró la puerta cautelosamente después de tener a los niños y a Laura fuera del departamento. Los residentes del piso tres estaban fuera de sus departamentos, curioseando, levantando las orejas—agudizando el oído— para enterarse a detalle de lo que ocurría en el departamento #67, deseando ser partícipes de los conflictos, cambiar un poco la rutina del día y tener un nuevo tema del que hablar durante el té más tarde.

Les dedicó una mirada molesta, les acusó de ser chismosos y, poco les importó. Su prioridad era saber por qué el dueño del departamento se marchaba con sus hijos y dejaba dentro al hermano y una desconocida que le acusaba de infiel. Sentían que aquello era un capítulo de una novela mexicana de drama y algunos otros solo deseaban ver como concluiría la discusión.

Deseoso de alejarse de las miradas de los vecinos, tomó a los gemelos en brazos y caminó por el pasillo a paso apresurado con dirección al elevador, seguido de Laura con Anna llevándola de la mano.

     —Dime que esta no es tu rutina de diario —miró de reojo a la niña. La pequeña parecía estar traumatizada, sus padres jamás han peleado como ahora—. Ay, Anna, aquí no pasa nada. Papi y mami necesitan un rato a solas para aclarar algunas cosas.

     — ¿A…Aclarar? —Habló en un tono bajo, sorbiendo mocos.

     —Cosas de grandes, sobrina mía —fue Darío quien intervino. Pulso el botón del elevador varias veces, desesperado por bajar—. No creí que esto terminara así. —habló bajo para que solo Laura escuchara.

     —La verdad entiendo poco, ranita. Sabía que tu hermano tenía una esposa y que no visitaba a los niños —limpió las lágrimas que bajaban de las mejillas de uno de los gemelos—, sin embargo no sabía que Elizabeth estuviera embarrada en la pelea de hoy.

Las puertas del elevador se abrieron en ese momento, para alivio de Darío, estaba vacío. Entraron con rapidez y pulsó el botón de la planta baja con dificultad.

     —Debes saber que esos tres se conocen desde hace poco más de diez años, era un mocoso cuando Elizabeth y Diana entraron a nuestras vidas; en ese entonces mi hermano salía con Elizabeth. —le contó asombrando a Laura.

Se las ideó para tranquilizar un poco a los niños, pero continuaban sollozando, parecían saber que algo no marchaba bien arriba, y las palabras bonitas de su tío no les servían.

     — ¿Sabes por qué tu hermano terminó con Elizabeth? —una sonrisa torcida se formó en su rostro, asintiendo a su pregunta.

     —Por mucho tiempo fue el tema principal de la familia —la puertas se abrieron—, así como ahora, Mike fue señalado como infiel. —Caminaron por el pasillo ahora mucho más amplio, Darío saludó a algunos conocidos que al igual que él residían en el edificio.

Cuando la luz del atardecer les iluminó en la calle y el aire pareció tranquilizarles un poco, los gemelos dejaron de llorar para mirar curiosos a su alrededor, señalando entre balbuceos cualquier cosa.

     — ¿Qué hacemos?

     —Caminar, amor. Distraernos un poco —besó los labios de Laura con ternura, antes de seguir caminando—. ¡Vamos! 

Ante los ojos de los peatones eran una familia, la mujer caminaba de la mano con un hombre mucho más alto y delgado, cada uno cargando a un gemelo, mientras la niña caminaba detrás de ellos, jugueteando sus risos. Deambularon por las calles más tranquilas, conversaron sobre el pasado de Mike, los conflictos que tuvo por culpa de su ahora cuñada Lorena y demás temas que no dejaban de sorprender a Laura.   

     —Así que tú concuña continúa trabajando en esa pequeña empresa de tu hermano, a pesar de todo lo que hizo. —analizó, pensativa de toda la información que acababa de recibir.

     —Diana no tuvo nada que ver; por lo que sé, ellas no tienen una buena relación actualmente. Fue Mike quien quiso darle una segunda oportunidad, no me quito de la cabeza que fue una mala decisión —carcajeó al sentir las pequeñas manos de Bastián acariciar su barbilla—. Lorena hasta ahora no ha hecho nada malo, pero uno nunca sabe. Arruinó una relación de cuatro años, ¿Qué podría hacer la próxima vez?

Laura lo pensó, Darío estaba en lo cierto.

     —Será mejor que tu hermano no siga confiando en ella. —Puntualizó.

     — ¡Tú me entiendes! Es lo mismo que le he dicho, pero no entiende el muy asno.  —bufó.

Pasadas las cuatro de la tarde decidieron volver al departamento, para entonces esperaban que todo estuviese tranquilo. Cerca de un puesto ambulante de frutas, Víctor elegía la combinación de frutas que compraría cuando un rostro ya muy conocido pasó unos metros lejos de él. Arrugó la frente al verlo tan tranquilo, sonriente y acaramelado con la misma chica que vio en el restaurante.

Eligió las frutas de deseaba apresuradamente y en cuento las recibió en su vaso de litro de plástico transparente, corrió detrás de ellos. Dos cuadras adelante, disminuyó el paso, los vio detenerse frente a un edificio común; veintidós pisos, ventanas cubiertas en polvo, pared a medio terminar dejando visibles librillos. Fuera parecía ser un edificio corriente, dentro el lugar estaba en buenas condiciones, con un elevador funcionando al 100%.  

Puso distancia, ocultándose discretamente en un poste de  luz cubierto de anuncios ofreciendo empleos.

     — ¿Podrías quedarte una noche más? —escuchó pedir.

     —Ranita mía, no puedo. —Víctor llevó la mano derecha hecha puño al cielo.

     —Adoro que me digas ranita, aunque a veces me pregunto si es porque me ves feo o algo. —quiso interrumpir y decirle que era condenadamente atractivo.

     — ¡Por supuesto que no! Te lo digo de cariño, queda muy bien con tu gusto obsesivo por las ranas. —Eso provoca que Darío sonría.

A pesar de haberse negado a quedarse, Darío encontró la forma de que subiera con ella, decepcionando a Víctor. Puede que después de todo Darío tuviese razón, las mujeres le encantaban.

Y parecía que encontró a su indicada.

Pero continuaba deseando ser él, el indicado.    

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora