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Leyó el mensaje con rapidez. Su hermano cuando lo viera podría estrangularlo por darle el susto de su vida. Suspiró y volvió a insistirle a la niña.

—Sabes bien que tu mami no puede darte lo que yo te ofrezco, ella tiene cosas importantes que hacer y tu papá trabaja. Los tres se quedan siempre con la nana y eso no es bueno, siempre debe de haber un familiar contigo y tus hermanos. Ve a tu papá, ya no puede llevarte a lugares como antes porque está cansado. —Eso tenía sentido para ella.

—Pero yo quiero que papá me lleve a esos lugares. —Pidió.

—Y yo te digo que no puede. Por favor Anna, no le digas nada a tu padre y prometo pasar las casi veinticuatro horas a tu lado, jugando y haciendo todas las cosas que quieras. —La oferta le agradó a la niña.

— ¿De verdad?

—Tanto como decirte que amo los conejos y ranas. —Le sonrió.

—Trabajas con papá, no puedes. —Su sobrina era lista, no sedería tan fácilmente.

—Le dije a tu papá que puedo cuidarlos, y va a aceptar. Así que cuando lo haga oficialmente seré su niñero. ¿Qué me dices, aceptas? Tu no dices nada a tu papá de lo que pasó aquí con esa mujer y yo me comprometo a cumplir tus caprichos —le extendió la mano para sellar el trato como muchas veces lo hacía en su oficina, Anna aún confundida, estrechó su pequeña mano con la de su tío, aceptando su propuesta—. Inteligente elección, Anna.

Todo arreglado. Tecleó con rapidez la dirección del local.

Mike se encontraba cerca del lugar y en menos de cinco minutos entró al local azotando la campanilla de la puerta. Estaba agitado por correr y respiraba con dificultad. Encontró a sus hijos al final del local, los gemelos comían encantados el helado y su hija observaba como la camarera recogía los cristales rotos del suelo. Caminó con rapidez hacia su hermano y no tardó en detenerse frente a él.

—No sabes cuánto te detesto, Darío. Me has hecho recorrer un sinfín de calles temiendo por el bienestar de mis hijos. —Le reprendió.

—Miralos por ti mismo, están sucios pero a salvo —le mostró a Sebastián sentado entre sus piernas con las mejillas cubiertas de helado de fresa.

— ¿Qué ocurrió aquí? —La camarera se marchó después de haber recogido los cristales.

Anna fue la que respondió.

—Se me cayó por accidente.

— ¿Te has cortado? —Se alarmó.

—No.

—Bien —se relajó—. Dame a Sebastián, nos vamos de aquí.

Darío no puso objeción alguna. Ya cabreó a su hermano y no deseaba complicar más las cosas. Pidió a Martha, la camarera, la cuenta, y pagó sin problema los daños causados por sus sobrinos. Bastián fue acomodado por su padre en la carriola y asegurado, Sebastián no quiso compartir espacio con su hermano y eligió estar en los brazos de su padre, Darío le sugirió a Anna tomar la delantera mientras él empuja la carriola.

—Eres increíble Darío, en menos de dos horas estas pagando por la travesuras de los niños. Pudiste evitarlo si tan solo supieras como cuidar de ellos. —Anna empujó la puerta, escuchándose el tintineo de la campana.

—Soy principiante en esto, Mike. Uno no nace siendo padre. —Se excusó.

—Precisamente por eso, es que no puedo dejarte con ellos. Mis hijos no estarán con una persona como tú.

Darío iba a responderle, pero se quedó callado al ver a la mujer que alguna vez tuvo loco a su hermano. Mike, confundido por la mirada de sorpresa de su hermano y temiendo por la niña que salió fuera del local, se giró sólo para lamentarse haberlo hecho.

— ¡Pero si es Mike en persona! —Sonrió feliz, Elizabeth.

— ¿De qué otra forma querías que estuviera frente a ti? —Ironizó.

Sin molestarle sus palabras, lo miró con detenimiento.

—Mírate Mike, has cambiado para mal —Mike enarcó la ceja izquierda—, te vez más… como decirlo… relleno.

A sus espaldas, Darío comenzó a reírse.

—Es lo mismo que le he dicho esta mañana, excuñada.

—Elizabeth, Darío. —Corrigió Mike.

Anna al ver que su padre conversaba en la puerta del local, volvió a acercarse a ellos y ver porqué tardaba tanto.

—No estoy relleno —espetó—, Diana me ha estado alimentando adecuadamente; algo que me hacía falta. —Recordó lo poco que comía en el departamento de Elizabeth hace años con excusa de mantener una dieta balanceada.

—Es mentira, más que comida come frituras, por eso está haciendo pansa. —Interrumpió Darío.

—Con que Diana te alimenta bien, ¿eh? —Descubrió su mentira.

—Está bien, no lo hace, ¿Hay algún problema con ello? —Preguntó molesto, dándose cuenta que Elizabeth al igual que él, traía en brazos a un niño de cabello oscuro y curiosos ojos azules.

—Ninguno que me concierna, Tianchester.

—Perfecto.

—Perfecto —Lo imitó.

— ¡Excelente! —Gritó Darío, empujando del hombro a Mike, invitándolo a marcharse.

—Buenas… tardes. —Se marchó Mike, tomando de la mano a su hija.

— ¡Amargado! —Le gritó, Elizabeth.

— ¡Metiche!

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora