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Errores y más errores, eso no es lo que tenía previsto Darío. Los niños eran en todo lo ancho de la palabra humanos, así que se suponía debían entender cada una de sus palabras y al menos tratar de acatarlas. Está acostumbrado a dar una orden y que esta sea realizada sin poner una queja; así funcionaba con sus empleados. Tal parecía eso no ocurría con sus sobrinos, y si no lo escuchaban ahora, ¿Cómo podrían hacerlo en un futuro? Debía trazar un plan y ver cómo conseguir la obediencia de dos gemelos que aún balbucean y que lo único que pueden decir es: papá, mamá, más, comer o agua.

—Por favor Bastián, no te embarres el mameluco. —Suplicó en vano, el niño no entendía una sola palabra.

—Es Sebastián, tío —Anna respondió degustando el sabor vainilla con chocolate de su helado.

Sus mejillas tenían un ligero tono rojizo, sus labios manchados de helado y un poco de chocolate en la barbilla.

— ¡Muy bien, me rindo! —su sobrina soltó una risilla, es fácil saber que Bastián es quien no tiene un lunar en la mejilla.

Ser padre es difícil, concluyó Darío. Los niños escuchaban sus palabras en una oreja y les salía por la otra, en realidad, no estaba seguro si al menos uno de ellos se molestaba en escucharlo.

Le preguntó a su sobrina si los gemelos podían comer helado a sus once meses, a lo que la niña respondió que no habría problema alguno. Le creyó y pidió helados para los dos en vasos pequeños y con cuchara, sin embargo la cuchara sólo se usó durante un corto rato y fueron sustituidas por un par de manos pequeñas.

Exhausto por hablar, debió un gran trago de su malteada de fresa. Estaba feliz de convivir con ellos sin escuchar temas de publicidad o los riesgos que habría en las decisiones precipitadas que toma al querer llegar a la cima con su hermano. Sin duda extrañaría la voz disgustada de Licia; la adorable secretaria que se quedaría sin empleo al haber renunciado el vicepresidente.

— ¡Pero que adorables niños! —La voz chillona lo sacó de sus pensamientos—, ¿Son tus hijos?

Tardó una milésima de segundo en comprender que la pregunta es para él. Una agradable y joven mujer que no sobrepasaba los treinta años, estaba una mesa delante de él, acompañada de una taza de café, pan tostado y mermelada.

—Es…

—Su padre. —Interrumpió a su sobrina.

La niña abrió los ojos en sorpresa, ¿su padre? Al notar el rostro de confusión de la niña, decide agregar:

—Pequeña, ve y pide lo que más te apetezca a la mujer de ahí. —Le señaló a la mujer vestida de rosa y delantal blanco, detrás del mostrador.

Dudosa, se alejó de la mesa y decidió obedecer a su tío.

— ¿Un paseo familiar? —Quiso saber la mujer al sentarse en la mesa sin el consentimiento de Darío junto con su alimento.

Con una encantadora sonrisa, asintió.

—Como todos los domingos.

La mujer preguntó si le permitía tocar la cabecilla rubia de uno de los gemelos, a lo cual aceptó gustoso. Anna no quitaba la vista de la mesa, la mujer se había atrevido a tocar a Sebastián, y eso no le agradó. Si su madre supiese que una mujer extraña tocó a los vivos retratos de su padre sin su consentimiento, echaría humos por las orejas.

— ¿Puedo preguntarle algo? —Apretó las mejillas sonrosadas de Bastián, provocando que éste se quejara.

— ¿Qué si soy soltero? Por supuesto. —La desconocida le sonrió, negando con la cabeza.

—Realmente lo que quiero saber es como logró tener gemelos. —No siempre se tenía la oportunidad de ver a gemelos por las calles y aprovecharía toda información de ellos y su genética; sentía curiosidad.

— ¡¿Me cree capaz de parir gemelos?! —Se escandalizó—. A menos que este mal, los hombres aún no pueden parir niños —negó—, debe estar mal informada. Sé que a las mujeres de hoy les gustaría vernos panzones por nueve meses y todo ese lio de que suframos como ellas, pero no señorita, eso pasaría de puro milagro.

La mujer creyó que trataba de hacerse el divertido con ella, pero al ver su rostro serio, no podía creerlo.

—Señor, hablo sobre la genética de los niños, ¿Es del padre o de la madre?

—Oh. — ¡Que tonto! Pero la culpa era de ella, al no haber especificado su pregunta.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora