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Al escuchar sus intenciones, se dirigió a su recamara a paso apresurado, dejando a Darío en los escalones.

— ¡No me ignores, Mike! —Corrió detrás de él, intentando hacerlo entrar en razón, pero su hermano cerró la puerta antes de que entrase—. Sólo quiero hacer algo bien. Déjame abandonar el trabajo.

Desde el otro lado de la puerta, Mike volvía a acostarse en su cómoda cama, arropándose con su edredón y poniéndose la almohada en el rostro.

—Es injusto esto. He de acusarte con Claudia; ella me apoyará. —Refunfuñó, volviendo a tocar la puerta.

Volvió a tocar con insistencia minutos con más tarde, y dieciocho minutos después, se resignó. Mike no pensaba permitir que su hermano abandonase su trabajo, no cuando prometió a sus difuntos padres tener a Darío a su lado y ver por el futuro del menor de los Tianchester.

Decidido, fue a la habitación de Anna a intentar poner en práctica su “don” de cuidar a niños. Su pequeña sobrina ya se encontraba jugando en el suelo con la casita de muñecas que su padre le obsequió en navidad. Al ver a su tío aparecer entre la puerta, corrió hacia él.

— ¡Tío! —Darío sonrió, agachándose hasta quedar a su altura y abrazarla.

—Hola hermosa, ¿Cómo va todo en casa? Escuché por ahí que el amargado de papi no te complació con el rico helado que le pediste. —Negó, desaprobando las palabras de su hermano.
Haciendo puchero, asintió.

—Dijo que Luisa me compraría un bote de helado, porque estaba cansado para salir conmigo y comprarlo —hoy su querida nana, tenía el día libre y no le compraría su helado—, perooo Luisa se fue.

Depositando un beso en la mejilla de su sobrina, sonrió.

—Es tu día de suerte, Anna —le guiñó un ojo—. Como tu tío, mi deber es hacer feliz a mis sobrinos. Así que no se diga más, nos vamos por el helado.
A la pequeña se le iluminaron los ojos, saltó feliz por la habitación y le agradeció.

Su tío pidió que se alistase con rapidez mientras iba a la habitación de sus hermanos y volvería más tarde para peinarla.

No solía convivir con los gemelos, les temía, y eso era gracias a su hermano. No hace mucho, le dijo que ambos niños son tremendos cuando se trata de cambiar pañales y vestirlos; Sebastián orina a su padre mientras intenta cambiarlo de pañal y Bastián se asegura de seguir el ejemplo de su hermano cuando es su turno de cambiarlo, o viceversa. Le aterraba la sola idea de manchar su camisa y no deseaba correr la misma desgracia de su hermano.

Al entrar en la habitación, los niños dormían abrazados el uno al otro.

—Pero que adorables —recargó su barbilla en la cuna, pensando cual es la forma correcta de despertar a un bebé. Sí su intención era cuidarlos, debía improvisar y comenzar a aprender—. ¡Vamos, es tarde, sus juguetes los esperan! —elevó la vos.

Lo único que consiguió es que quien tiene un lunar en la mejilla al que cree llamarse Bastián, se moviera un poco.

—Los invoco gemelos, ¡arriba! —Su segunda táctica fue inservible—. Deben tener interruptor de apagado o algo parecido. —Con el ceño fruncido, hurgó en el estómago de los niños buscando el supuesto botón para despertarlos. Rascó su nuca al no encontrar nada.

Su sobrina observaba la escena confundida desde la puerta.

— ¿Qué les estás haciendo, tío? —Escuchar la vos de Anna, lo sobresaltó.

—Yo… nada. Sólo quiero que se despierten; nos acompañarán. —Informó.

—No funciona si les hablas; papi los acostumbró a dormir con música de Vicente Fernández a todo volumen. Es por eso que no se despiertan tan pronto —explicó su sobrina lo obvio. Si no fuera por su madre, ella habría corrido el mismo destino que sus hermanos. ¡Gracias al cielo adora a su cantante británico! —. Zarandéalos, tío.

Abrió demasiado los ojos, asombrado. ¿Le está proponiendo agitar a los niños como si fuesen juguetes?

— ¿Cómo…? —Dudando, tomó de la cuna a uno de los niños y lo acomodó entre sus brazos, cuidando mucho la posición correcta en la que debe acomodar su cabeza—. Lo que dices es muy extremo.

— ¿Qué es extremo? —Preguntó confundida.

—Algo peligroso.

— ¿Y peligroso?

—Algo malo, Anna. —Suspiró.

Asintió. Lo malo no se hacía, le recordaba su mamá. Si no podía zarandearlos, le enseñaría otra forma efectiva de despertarlos. Recorrió con la mirada la habitación pintada de color azul; las fotografías de sus padres cargando a los niños se encontraban enmarcadas en las paredes, un ropero en el que guardaban la ropa de los niños estaba a lado de la cuna, dos caballitos de madera cerca de la ventana, una mecedora en la esquina de la habitación y finalmente lo que buscaba, debajo de la mecedora, un pollo de goma rechinador; el juguete favorito de Sebastián.

Fue por el juguete y se lo tendió a Darío, dejándolo confundido.

— ¿Quieres jugar? —Preguntó, aceptando el juguete.

Anna negó.

—Con eso se despertará Sebastián. Rechina ese juguete y verás que pasa. —Su tía Lorena descubrió de la peor forma como levantar a Sebastián de su séptimo sueño; esperaba contarle a su tío Darío con lujo de detalle cuando fueran por el helado.

Sin creerle, hace lo que pide. Rechina varias veces cerca del oído al niño que sostiene en sus brazos.

—No funciona —Anna le explica que quien carga es Bastián, y quien está en la cuna ahora despierto, es Sebastián—. ¡Increíble, esto parece brujería!
—Ha Bastián sólo presiónale las mejillas, pero no tan fuerte. Se despertara poco a poco. —Siguió los consejos de su sobrina, despertándolo también.

—Qué haría sin ti, preciosa. ¿Cómo podría pagarte todo esto? —sonrió.

—Comprándome el helado que tanto quiero.

—Pan comido.

—Dije helado, no pan. —Refunfuñó.

—Es una expresión —al ver que aún no comprendía, explicó—: Es como decir que eso es fácil. ¿Pero, es que tus papás no te explican nada de palabras cool? —Anna se quedó en silencio—. ¿Culero, plebe, el burro hablando de orejas, te ves cura o chato?  ¿Nada de nada? —Negó cada una de ellas.

—Mamá dice que son palabras vulgares y no debo hablarlas. —Y si lo hacía por error, se olvidaba del postre después de comer.

— ¡Me cago en tu madre! —La niña soltó un gritillo—. Pues no soy vulgar, soy una persona condenadamente sexy y decente. Y repito: son palabras cool. Anna, tienes mucho que aprender de mí, y tendremos mucho tiempo. ¡Haré de ustedes unas personas respetables y Mike me lo agradecerá!

—No entiendo.

—Le dije a papi que me deje cuidarlos. —A la niña le emocionó saber que tendría a su tío más a menudo en casa.

Aproximadamente media hora más tarde, una camisa orinada y empolvada con talco para bebés, dos cambios de pañales desastrosos, una pañalera con un sin fin de cosas dentro, un peinado no tan creativo de Anna y una carriola con los gemelos asegurados en broches que amarró improvisadamente al no saber cómo utilizarlo, después, ¡Estaba listo para marcharse!
Escribió una nota con rapidez.

Querido hermano.
Me llevo a los niños para demostrarte que soy capaz de cuidar a algo con vida, no soy tan tonto como crees, puedo con mis sobrinos.
Si temes que haga algo mal—lo cual sospecho que no—, estaremos en ese pequeño restaurant donde sólo sirven golosinas, helados y esas cosas.
Un beso, anciano.


Se marchó azotando la puerta para que Mike notase que se había largado.

Querida, no soy infantil 1 Y 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora