Temp III / Cap XV

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[NARRADOR]

Cuando Alejandra recuperó el conocimiento, se dio cuenta de que se encontraba atada con correas a una camilla, en una habitación que parecía un consultorio de dentista. Y no de los bonitos, sino de esos que es como si fueran sacados de una película de terror.

— Buenos días, bella durmiente –La mirada de la loba viajó hacia donde apuntaban sus pies.

Allí, se encontraba un hombre de edad avanzada, el cual tenía los ojos casi transparente. Lo cual indicaba que era ciego.

— ¿Quién eres? –Le preguntó intentando sonar seria, pero estaba aterrada.— ¿Qué hago aquí?

— No necesitas saber quién soy –Le informó.— Estás aquí, pequeña, porque tu alfa no sabe cuidar de los suyos.

La loba quiso gruñirle, enseñarle los dientes para intentar intimidarle. Pero en cuanto lo intentó, un horrible dolor vino desde su nuca, haciéndola retorcerse.

— Yo que tú no intentaría hacer eso, querida –Le aconsejó el hombre.— Esta gente tiene muy buenas formas de mantener a las criaturas a raya.

Antes de que el ciego dijera alguna otra cosa, dos sujetos vestidos con ropa oscurande tipo militar entraron a la habitación.

— ¿Qué haces aquí? –Le preguntó uno de ellos al ciego.— Nadie puede hablar con ella, puede interferir en su interrogatorio.

— Mejor vayan a sacarle información al Wendigo –Les aconsejó.— Esta es solo una niña.

Como si no le hubieran puesto atención a lo dicho por el hombre, los dos hombres la soltaron y le colocaron unas esposas que cubrían sus manos por completo. Para luego comenzar a arrastrarla hacia el exterior del cuarto.

Fuera de aquella habitación, no era un ambiente muy agradable. Las paredes estaban ennegrecidas con quién sabe qué cosa y manchadas con sangre, algunas manchas incluso aún frescas y otras que tenían pinta de llevar años allí.

— ¿Dónde la dejamos? –Escuchó que le preguntaba el hombre de su izquierda al otro.— Todas las celdas están ocupadas.

— Metámosla en la celda 15, los de ahí no la van a matar. Luego vemos donde la acomodamos.

Nuevamente, fue arrastrada por el pasillo hasta donde este acababa y se dividía en dos comenzando otros dos llenos de celdas.

Esta vez, la arrastraron de manera bruta, abrieron una celda y la arrojaron dentro.

La beta se puso de pie y se pegó a la celda mientras apretaba los dientes.

— ¡Hijos de puta! –Les gritó furiosa.

— Yo que tú me calmaría, querida –Le aconsejó una voz a sus espaldas.— Si les insultas van a llevarte a la cámara de gas.

Al darse la vuelta, Alejandra se encontró con cuatro personas. Una de ellas, una pelinegra muy delgada de ojos rasgados y marrones verdosos, se puso de pie para saludarla. Aunque no se alejó mucho del muro.

— Hola, soy Kaira –Le saludó.— Me gustaría presentarme mejor, pero bueno...

Alejandra siguió la mirada de la chica hacia sus pies,  los cuales estaban encadenados por los tobillos y conectados por una cadena al muro de concreto.

Los otros tres apenas alzaron la vista para mirarla.

— No va a durar ni una semana –Dijo un chico de cabello cobrizo, piel algo morena y ojos cafés.

— La van a torturar –Agregó una niña castaña de unos 13 años, la cual tenía un ojo ciego y se notaba algo herido e infectado.

— Pobre chica –Suspiró otro chico, que también aparentaba menos de 15 años, de cabello negro y un evidente caso de heterocromía.

— Aish... No sean tan dramáticos –Pidió Kaira.— Ellos son Eli Mitchell, Lya Waters y Leo Walker. 17, 13 y 14 años respectivamente.

— ¿Qué es este lugar? –Preguntó mirándolos a todos.

— Una sentencia de muerte –Le respondió Lya.

— Lya, deja de ser tan fatalista –Pidió Kaira.— La verdad, no sabemos. A todos nos han traído anesteciados, no vimos lo que había en el exterior. Pero si puedo decirte una cosa, este lugar es subterraneo.

— ¿Cómo lo sabes?

— Porque el Kanima, el que estaba allí –Eli señaló una de las celdas de en frente, la cual estaba destruida.— Intentó hacer un agujero en el muro, este se vino abajo y la celda se llenó de tierra.

Alejandra miró hacia la celda que el chico señalaba, en efecto estaba destruída y de entre los escombros se podía ver una mano escamosa, en un obvio estado de descomposición.

— ¿Cuánto tiempo van a tenerme aquí?

Los cuatro encadenados se miraron entre sí, fue Leo quien le respondió.

— Será mejor que te pongas cómoda.

(...)

Alec había sido llevado a una especie de sala de tortura, en la cual le habían hecho de todo. Había quedado hecho mierda, pero no le habían sacado nada de información. Seguro sus captores creían que se estaba aguantando el dolor, aunque la verdad era que no sentía dolor. Pero no se los iba a decir, mejor que creyeran que solo se aguantaba el sufrimiento.

El problema fue que los golpes y descargas si le dejaron inconsciente. Cuando despertó, estaba un cuarto en forma de cilindo, el cual debía de de dos metros de ancho por unos cuatro de largo.

— ¿Te gusta tu suit privada? –Le preguntó una voz desde afuera.

Levantó la vista y vio que le miraban desde una pequeña rendija en la puerta, la cual le dejaba ver los ojos de quien le hablaba y era el único sitio por el que entraba una muy reducida cantidad de luz.

— Está hecha específicamente para los de tu especie, Wendigo –Le informó la persona de afuera.

Mirando mejor, Alec notó que aquél sujeto tenía una cicatriz en lo que podía ver de su rostro.

— Déjame adivinar –Pidió.— Eras un cazador y un Wendigo te dejó así de feo.

Al acabar la frase, Alec sonrió con burla. Viendo como el fruncía el ceño.

— Ríe mientras puedas –Le dijo con más seriedad.— Pero esta cicatriz será lo último que veas por mucho tiempo.

Antes de que Alec pudiera preguntar, el hombre se alejó y aquella rendija fue cerrada desde fuera. Sumiéndole en una absoluta oscuridad.

NOTA DE LA AUTORA:

Alec y Alejandra están en problemas, y no son los únicos encerrados ¿Quiénes son esas personas? ¿Dónde los tienen encerrados? El Domingo sabremos más.

En fin, sin más que decirles me despido deseándoles un buen resto del día y mandándoles muchos besos y abrazos. Adiós mi linda manada.

La Manada StilisnkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora