Capítulo 43.

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Yacía una madrugada solitaria y fría en la central de trenes de Madrid, Carlos cambiaba emocionado las canciones del reproductor de su novio. Esta era la primera vez que viajaría con él. Los dedos alrededor de la mano de Blas se presionaron con fuerza, provocando que este sonriera sin darse cuenta. Lo amaba, amaba a ese muchacho de cabello rubio, había aprendido a quererle como un loco. Con él, todo era distinto; podía despertar cada una de sus mañanas a su lado y sólo haría falta de una de sus sonrisas para hacer de ese un día especial.

Cuando se encontraron ya sentados en sus lugares reservados, Carlos comenzó a mirar por la ventana como si de un pequeño se tratase. No imaginaba que aquel sueño de viajar con Blas se estuviese cumpliendo tan pronto, no era a París como lo había imaginado pero se sentía rebosante de felicidad. El tren comenzó su partida con lentitud y Blas que acababa de dirigir su mirada a donde Carlos, no pudo evitar observar como el menor miraba ilusionado desde el vidrio.

Después de haber viajado por horas se encontraban en la Ciudad de Barcelona. En cuanto estuvieron fuera de la estación de trenes Blas tomó la mano de Carlos, sabía de un lugar que le emocionaría.

Se trataba de una rueda de la fortuna situada en el parque Ciudadela. El rubio era amante de las alturas, cosa que Blas se había grabado con el paso del tiempo junto al menor, este no paraba de hablar de lo hermoso que todo se veía en las alturas.

Cuando se encontraron bajo la gran rueda de la fortuna Blas, quiso cerrar los ojos, toda su vida había odiado las alturas, estar lejos del suelo no era de su agrado. Mientras que Carlos miraba emocionado no solo la altura de la rueda sino también a su alrededor; a unos cuantos metros de distancia se encontraba un lago enorme lleno de patos y peces. Los patos siempre habían sido su animal favorito después de los gatos.

De pronto una corriente recorrió la anatomía de ambos chicos, las razones de cada uno eran distintas. Por un lado era el miedo de Blas a las alturas y por el otro la emoción de Carlos a estas aunque esta vez no se trataba de esos sentimientos.

Blas estaba dichoso de encontrarse por segunda vez en la Ciudad de Barcelona a lado de la persona a la que amaba y por el otro lado Carlos se encontraba encantado con la idea de estar todo el tiempo posible con el castaño sin ninguna chica entrometida en su camino ni nadie que les molestase.

Cuando se encontraron frente al cubículo que los transportaría a las alturas el pecho de Blas se oprimió, comúnmente no hacía estas locuras por nadie pero el menor le hacía cometerlas.

— Blas, es nuestro turno — dijo el rubio mientras jalaba con ternura la mano derecha del castaño.

Blas tomó con fuerza casi notable la mano de Carlos y le miró, sus ojos brillaban, su sonrisa se anchaba con cada respiro y sus mejillas enrojecían.

— Podemos quedarnos abajo y buscar otra atracción.

El mayor negó, él no era así, había consumido drogas, corrido en carreras, peleado ilegalmente aunque eso no era lo peor, ahora se había enamorado.

— Vamos — sonrió el mayor entrelazando sus dedos con los del menor.

— No es necesario, hay otras atracciones.

— Haría lo que fuese por ti.

El cubículo empezó a subir con ambos chicos dentro, este encontraba con dos banquitas acolchonadas de cada lado y a su lado izquierdo una rejilla para mantenerlos protegidos de algún accidente. Carlos silencioso miraba el parque desde las alturas; era precioso, había árboles de todos los tamaños, pequeños puestos y también el lago que vieron a su llegada.

Una lágrima se derramó recorriendo la mejilla pálida del menor, se sentía emocionado y ansioso por pasar esos bellos momentos a lado de su chico, su última pareja lo había dejado bastante mal. Blas no podía evitar enterrar sus dedos en el acolchonado, se encontraban muy lejos del suelo y eso era demasiado para él, las náuseas se estaban haciendo presentes, cada vez con más intensidad.

— Carlos ¿cuándo bajaremos? — preguntó nervioso.

— Escuché que en cinco minutos — respondió Carlos sin siquiera mirarlo.

Cinco minutos era poco, podía resistir ese tiempo y más sólo con no ver el paisaje.

Las yemas de los dedos de Blas comenzaron a ponerse rojas gracias a la fuerza que ejercía la presión contra el acolchonado. Una hora había pasado desde que habían subido a la rueda de la fortuna y no habían logrado bajar de ella.

Un falso en el tablero fue el causante de aquel amargo momento para Blas, mientras él seguía aferrado a no abrir los ojos, Carlos se mantuvo en el otro asiento para hacer equilibrio y no provocarle otro susto al mayor.

— Blas, tranquilo pronto nos van a bajar de aquí.

El castaño quiso asentir con tranquilidad pero el miedo se apoderó por completo de él.

— ¡No me pidas que me tranquilice! ¡Llevamos una hora aquí arriba! ¡Los idiotas de allá abajo no están haciendo nada por bajarnos de aquí! ¡No necesito esto! ¡Todo esto me pasa por hacerle caso a un niño estúpido!

— Blas — susurró el menor, le había herido. Sus ojos se aguaron quizá el mayor tenía razón, era un niño estúpido.

Cuando Blas se hubo dado cuenta de su error ya no podía parar el llanto de Carlos, era imposible siquiera intentar mirarlo a los ojos sin sentirse culpable, era un idiota.

— Carlos... Yo... Perdón.

Ninguna respuesta salió de sus labios, se sentía mal. Blas le había abierto una herida del pasado.

Carlos intentó sonreír cuando un hombre subió por ellos en una tarima.

— Largo tío ¿no veis que estamos en medio de una discusión?

La cara de Carlos fue épica, jamás había escuchado a Blas hablar con su acento, siempre había sido en español latino o al menos no en el tiempo que llevaban saliendo.

— No vamos a bajar de aquí hasta que terminemos con esto.

La cara de Carlos y del hombre que fue en su ayuda era un cuadro.

Se encontraban en el tren, uno frente al otro, no habían cruzado palabra después de que Blas había corrido al hombre que intentó ayudarlos. Se dirigían de regreso a Madrid.

Blas comenzó a leer...

— ¿Por qué no piensas nunca? — susurró Jace.

— Estaba pensado — replicó ella —.Pensaba en ti...

Carlos lo desconcentró, ni siquiera se dio cuenta cuando el menor había sacado el reproductor. Blas no pudo evitar sonreír, el rubio se había comenzado a quedar dormido contra el cristal. El castaño con demasiado cuidado se acercó para mover al menor, se sentó a su lado y lo dejó recargado sobre su hombro. Sería una larga noche.


¡My Angel! //Blarlos//CANCELADA. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora