Preso de sus enemigos estaba encerrado en un sótano, sentado en el suelo con la espalda apoyada a la pared. Tenía los brazos caídos al costado y la cabeza le colgaba sobre el pecho. Sus labios se veían resecos y agrietados. Apenas tenía fuerzas para moverse. No obstante, sus ojos estaban cargados de odio y rencor. Estaba decidido a fugarse a la menor oportunidad.
De pronto, experimentó el ramalazo de un dolor tan terrible que creyó partirse a la mitad. Arqueado, cerró los párpados, frunció los dientes y, entre gemidos, se apretó con fuerza el vientre con los brazos. El sudor le chorreaba de la frente. Jamás había soportado un padecimiento como aquel.
<<¡No! ―se asustó―, mis reservas están a menos del 1%.>>
Desesperado, a pesar de su debilidad, gruñendo con furia, se puso de pie y tiró con mucho esfuerzo de las cadenas que lo sujetaban a la pared. Gimió de dolor. Tenía las muñecas en carne viva a causa de los brazaletes metálicos; pero no se detuvo. La situación era crítica. Con ese nivel de energía, le quedaban con exactitud solo dos días de vida. Luego, se desintegraría hasta reducirse a polvo. Tenía que escapar y alimentarse, pero mayor era el hambre...
<<Eso no ―recordó―, juré no volver a hacerlo.>>
Continuó forcejeando con las esposas. Gruñó, las venas de su cuello se tensaron. Su respiración se aceleró, pero no pudo lograrlo. Débil, agotado y dolorido, cayó al suelo de rodillas. Jadeaba aparatosamente. Las muñecas le quemaban y chorreaban sangre. Sin embargo, no se rendiría. Buscó recuperar fuerzas para luego insistir.
<<Si tan solo tuviera mi lanza>>, se lamentó.
Pero se la habían quitado antes de encarcelarlo.
En su prisión, no tenía siquiera un colchón de paja como siempre había visto en las películas. En ese sótano inmerso en un desesperante silencio, en el cuál sólo se oía respirar, a veces escuchaba arriba el taconeo de botas, un silbido y luego sucedía lo peor.
Él podía ver perfectamente, aún en la más completa oscuridad. Levantó la mirada y contempló la única forma de entrar o salir. Era una puerta guillotina de madera y metal dorado en la pared opuesta, junto a una pila de cajas polvorientas. También, una botellita de agua sin abrir en el suelo. Se pasó la lengua por los labios, pero sabía que no podía tomarla por más que estirase sus manos.
<<Por esa paloma asquerosa enferma de la cabeza>>, maldijo.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Allí abajo, por más que hiciera marcas en las paredes, era difícil advertir el paso de los días. Pero creía que debían ser dos o hasta tres semanas de cautiverio.
<<Y llevo diez días sin comer ni beber nada ―se recordó con rencor―. Él me lo dijo... luego de darme latigazos.>>
Era el único prisionero. Ni siquiera había ratas allí. Pero de todas formas, no anhelaba compañía. Siempre fue un solitario.
Al fin, a pesar de su estado, decidido, se puso de pie. Procuró no darle importancia a sus muñecas destrozadas. Las esposas, como gruesos brazaletes, eran de oro y las heridas que le ocasionaba ese metal, no se curaban con facilidad, menos aún si no realizaba una transformación. Y estaba tan débil, que hacía mucho que no se podía convertir.
Frunció el ceño y tomó una de las cadenas con ambas manos, apoyó una pierna en la pared para hacer palanca y jaló con todas sus fuerzas. Gruñó con ira. Tiró y tiró pero sin poder arrancarla. Exhausto, cayó de rodillas y buscó recuperar el aliento. Descansaría y volvería a intentarlo.
<<Cómo pude ser tan idiota para dejarme atrapar por esas palomas asquerosas>>, se torturó.
Su carcelero era uno de ellos. No sabía su nombre pero lo detestaba. Quizás estaba mal de la cabeza o solo era un truco; pero unas veces se mostraba callado, el pelo le cubría el rostro, apenas levantaba la mirada y, con una voz temblorosa, hasta le pedía disculpas por todo el mal ocasionado. Hasta el tono de su piel era más claro. Y en otras, el carcelero le hablaba y hablaba. A veces, desde un hueco en el techo y otras tantas entraba en persona a la celda. Siempre apestaba a jugo de naranjas y vestía sotanas doradas. Cuando lo visitaba, le extraía muestras de sangre, cabello, piel y uñas. También llenaba esa celda con gases que le hacían arder los ojos al prisionero y, tras fuertes jaquecas, hasta llegó a vomitar varias veces. No obstante, este parecía no ser el resultado esperado, así que el carcelero, tras chequear, enfundado en su traje antigás, que el prisionero seguía con vida, lo sometía a torturas siniestras: ácido, latigazos, agua fría o hirviendo, sed, hambre... Llegó a amenazarlo con arrancarle los dedos a mordiscos, para saber qué sabor tenía su carne; pero siempre se contenía ya que los experimentos parecían ser muy importantes. Y a su vez, el prisionero intentaba soltarse y rebanarle el cuello con los dientes.
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Aullidos, flama y un corazón.
WerewolfSOLO +18!!!! Algunas escenas son EXPLICITAS y contienen LENGUAJE ADULTO. #Primer lugar Mostlettersawards. #Segundo lugar Premios Arcoiris. Sinopsis: Caro deberá buscar pistas para encontrar a su madre a la que creyó muerta toda su vida. Esta aventu...