Capítulo 20: La Sanguijuela. Yuri.

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Alterado y con miedo, Yuri despertó de otra pesadilla. Tenía la frente húmeda y tuvo que esforzarse para sosegar sus jadeos. De inmediato, se adentró en su bolsa de dormir para evitar que alguno de sus compañeros reparara en su cicatriz malévola.

<<Otra vez esos malditos pajarracos verdes>>, pensó.

Logró calmarse y, tras una exhalación, recorrió la guarida con la vista. Estaba amaneciendo.

No pudo volver a dormirse, así que procuró pensar en qué estaría haciendo Diana allí en Los Pirineos. Seguramente trabajando. Quizás luego, daría un paseo por la pradera y se dedicaría a completar sus crucigramas. Yuri se imaginó que volvió a casa. Se tiraría a su lado y la vería contar casilleros con la punta de la lapicera. Le parecía tan hermosa aun enfundada en ese atuendo cosido por ella misma y con lamparones de sangre que no se iban por más que fregara y fregara. Yuri se embelesó al ver sus piernas asomando debajo del doblado de su vestido. Eran blancas y robustas, por completo depiladas. Sin poder contenerse, pasó los dedos por sus pantorrillas.

―Yura... ―lo amenazó Diana pero no se hizo amago de detenerlo.

Así que Yuri bajó con su mano hasta la rodilla y luego, hasta los muslos de su pareja. Con el corazón palpitando, ya con una erección que reventaba, Yuri se arrastró y comenzó a dar pequeños besos en las piernas desnudas de Diana. Esta se quedó tiesa, pero no se resistió. De inmediato, Yuri fue subiendo con sus labios hasta sus muslos. Lentamente, abrió sus piernas con ternura a tiempo que le dirigía miradas culposas. Sin embargo, Diana no despegaba la vista de su revista. Yuri levantó el ruedo del vestido y dejó al descubierto la ropa interior blanca. Pasó el dedo por la hendidura y notó que ya la tela estaba húmeda. Así que con suavidad, fue deslizando esa prenda por sus piernas hasta que las dejó olvidada en el pasto. Con una sonrisa, abrió las piernas de Diana y acercó su rostro al pimpollo mojado y acaramelado. Diana suspiró excitada, aferró su revista y echó la cabeza hacia atrás. Yuri pasó la lengua por los bordes de esa ostra con lentitud, procurando recorrer toda la longitud casi desde el ano hasta el monte de Venus. Diana empezó a temblar, gemir y arquearse. Yuri comenzó a jugar por los bordes de esa grieta deliciosa mientras con la punta de su lengua jugueteó con el clítoris de Diana, el cual comenzó a despertar de su letargo; pero sin descubrirlo del todo de su caparazón. Sabía que este era el punto más placentero de la mujer. Su padre se lo había explicado. Así que continuó con su lengua en ese lugar, corriendo apenas el envoltorio que lo recubría. Mientras su boca se perdía en esa cueva lujuriosa, miraba a Diana y disfrutaba verla gozar. Con una de sus manos libres, tanteó los timbres de la joven con pequeños y suaves movimientos circulares. Yuri varió las formas de sus lamidas, sabía que no tenía que ser un movimiento monótono y trató de salivar todo lo posible. Estaba disfrutando tanto como Diana. Sentía que su escopeta explotaba en sus calzones. Así que Yuri aumentó la velocidad de sus jugueteos, su lengua en la cúspide de ese pimpollo, sus dedos hurgando entre sus pétalos y con la mano restante, acariciando sus senos y principalmente sus pequeñas cerezas. Diana se arqueó desesperada.

―¡Oh, Yura! ―gimió Diana al explotar de placer.

De pronto, Yuri dejó sus ensoñaciones ya que David y Gastón se levantaron de sus bolsas de dormir. Con culpa, antes de salir de la suya, Yuri tuvo que esperar a que su entrepierna pegajosa se tranquilizara.

Al fin, la manada salió del edificio. Cada uno tenía que ir a un lugar diferente, así que, tras desearse suerte, se separaron ni bien pisaron la calle repleta de autos estacionados.

Con el rostro serio, concentrado, Yuri tomó el subterráneo hacia el norte de la ciudad. Fastidioso, recordó que ese día, no sólo debía encargarse de su parte de la misión, luego, tenía qué encontrarse con la humana Carolina.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora