Capítulo 40: La Guarida de la Bruja. Ryan.

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Al fin, con el rostro serio, Ryan se dirigía con grandes zancadas y la cabeza gacha a la guarida de la bruja. Toda la congoja por ahora, estaba encajonada en su interior; porque, por fuera, lo que se reflejaba en su mirada ceñuda, estaba henchido de decisión y furia por terminar con esa misión, como si la bruja tuviese la culpa de todas sus desdichas.

El demonio iba vestido con su apestosa remera negra de Darth Vader, jeans, sus únicas zapatillas y la mochila al hombro. Dentro, llevaba la poción rompe-muros en un termo, la vasija para el hechizo uganor y otro recipiente vacío para juntar el preciado elixir que le robaría a la hechicera. Y por supuesto, Jodie lo acompañaba dentro de su bolsillo.

De pronto, a mitad de camino, oyó la risa del hada, lejana pero inconfundible. Por esto, tras un respingo, se detuvo y gruñó furioso, listo para hacerle frente a ese ser maligno. Sin embargo, se había ido. Así que tras unos segundos alerta, el demonio exhaló molesto y reanudó su marcha.

<<No puede venir justo en este momento>>, se dijo.

Pero se dio valor. Había podido resistirse hasta ahora.

Al fin llegó a su destino. Ansioso, en la vereda del frente, podía ver la torre de la bruja. Utilizó su olfato y descubrió que el mito estaba en su morada en ese instante. Ryan no sabía ni cómo era el nombre de esa bruja, ni si era un ser malévolo o no; jamás se la había cruzado antes de aquella vez en la plaza. No obstante, no dudaría en atacarla y darle muerte. Todos los demás mitos eran sus enemigos, así que no sentía remordimiento alguno.

En la calle no había nadie en ese momento. Así que con más furia y decisión aún, Ryan cruzó la calzada y se topó con el muro invisible. De inmediato, abrió su mochila, extrajo el recipiente, lo destapó y lanzó el líquido hacia la pared. Luego, expectante, se frotó las manos de la ansiedad, sin quitarle la vista a la pared hechizada.

<<Vamos. Vamos...>>, se dijo.

De pronto, el líquido viscoso siseó y despidió nubes de vapor. A continuación, un hueco se abrió en la pared ahora visible, como si la sustancia fuera un ácido. Ryan apretó los dientes y cruzó por el umbral todavía humeante. Ni bien salió al otro lado, le llegó con más claridad el hedor de la pelirroja.

<<Ya estoy en territorio enemigo>>, se dijo.

A cada paso podría toparse con alguna trampa o guardianes de la hechicera. No debía subestimar sus poderes.

Ciñó las correas de su mochila y, audaz, avanzó hacia la derecha por la vereda, alejándose de la puerta principal. No deseaba que el guardia, un viejo de lentes, comenzara a hacerles preguntas molestas. Él no iba allí de visita. Iba a matar.

Con prisa, ya que la bruja podría escapar, cruzó el muro del edificio de un salto. Aterrizó en un patio, forzó una ventana hasta hacerle saltar la traba y entró al edificio. Una vez allí, se puso alerta, listo para la batalla. Dio unos pasos y se encontró en un pasillo. De pronto, tuvo que esconderse sigilosamente tras una columna ya que oyó viniendo hacía él dos mujeres en plena charla. Esperó fastidioso en su escondite, sin respirar siquiera, a que las humanas pasaran de largo sin verlo.

Llegó hasta los ascensores y apretó todos los botones; pero ninguno de los ascensores acudió a su llamado. Todos estaban trabados en algún piso. Esto ya era un mal presagio. Ryan gruñó molesto. De inmediato y subió por las escaleras.

Ascendió el primer tramo, sorteando de dos en dos los escalones. Con el rostro serio, apenas jadeaba del cansancio. De pronto, con un sobresalto, se topó con un sapo de piel rugosa y verde. El animal estaba en el descanso, inmóvil salvo por el movimiento que hacían sus pulmones al respirar. Ryan entornó los ojos y se preparó para defenderse. En ese instante, el sapo le escupió una sustancia verde y pegajosa. El mito lo esquivó con agilidad haciéndose a un lado. Sabía que el animal buscaría cegarlo con ese vomito repugnante; pero no tenía tiempo para perder con él. Por esto, saltó hacia el sapo y, sin misericordia alguna, lo aplastó contra el suelo. El anfibio se esfumó como si fuese de humo.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora