Capítulo 2: Ciudad Pacífico. Yuri.

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Esa tarde, Yuri, quién contaba con veinte años, estaba patrullando un sector de Ciudad Pacífico. Su misión era encontrar algo de vital importancia. Por esto, sentía nervios y las ansias lo torturaban, pero procuraba mantenerse concentrado. Su cuadrante de búsqueda comprendía la Av. del Sol, el muro de una fábrica, y dos calles atestadas de puestos ambulantes. Era un lugar que ya conocía de memoria. En esa feria, vendían desde pollo frito hasta juegos de ingenio. Había mucha gente con sus bolsas de compras, además de carteristas y mendigos. Sin embargo, Yuri actuaba como si no existieran, claro que gruñía furioso si alguno se atrevía a rozarlo siquiera. Lo importante era concentrarse en su búsqueda. Tenía que encontrarlo cuanto antes. Por esto, se repetía una y otra vez las pistas:

<<Sangre y cenizas. Unos cascabeles. Un brillo dorado y resplandeciente. Sangre...>>.

Pero debía tener cuidado. Sólo podía buscar hasta el ocaso ya que el efecto de la poción terminaría más o menos a las 20:00 hs. Y Yuri sabía que cuando el último rayo solar fuera devorado por las sombras nocturnas, estaría automáticamente en peligro de muerte. Por esto, todo el tiempo, se mantenía alerta a la llegada de la noche. Y ya le quedaba poco a ese día de búsqueda. No más de una hora.

<<Venga ―pensó―, tiene que aparecer.>>

De pronto, movió las fosas nasales y entrecerró los ojos. Al percibir un olor a cenizas y sangre, con el corazón golpeteando, caminó hasta la esquina a paso veloz. Pero al llegar, bufó molesto al percatarse de que se trataba de un puesto de hamburguesas. Dio un respingo y, tras un gruñido molesto, continuó su camino.

<<Sangre y cenizas...>>, se repitió.

Pasó junto a un niño que vendía revistas:

―Sopa de letras. Crucigramas. Historietas de Mr. Mukis... ―vociferaba haciéndose bocina con las manos.

<<Crucigramas...>>, caviló.

Se recordó a sí mismo tirado junto a Diana sobre un colchón de césped y guijarros. Era una tarde soleada. A sus espaldas, a lo lejos, se erigían los Pirineos. Olía a pasto y tierra húmeda. Sin embargo, Yuri solo estaba atento a la fragancia que despedía la piel de Diana. Su pareja. La mujer de su vida.

―5 horizontal. Hacer saltar una pelota contra el suelo. Son... uno, dos... cinco letras ―dijo Diana, quien tenía una revista con crucigramas sobre las piernas cruzadas y una lapicera en la mano.

―¿Rebotar? ―respondió Yuri, embelesado, mientras pasaba la nariz por su cabellera negra. Le encantaba cuando ella al fin dejaba su pelo suelto.

―Yura...

―Mmm. ¿Picar? ―agregó Yuri y sonrió. Cuando lo hacía, se le veía toda la hilera superior de dientes blancos.

Con los labios fruncidos, Diana le dio con la revista en la cabeza. Sin embargo, no pudo evitar sonreír. Entonces, Yuri la subió encima de él y sujetó su cabeza con ternura. La besó con pasión. Y no pudo evitar desesperarse ante la proximidad de sus senos pequeños. Por esto, Yuri le metió una mano por debajo de la remera hasta llegar al bretel del corpiño. De inmediato, Diana se apartó y le retorció una oreja:

―Voy a tener que corrrtarrrte las manos ―lo retó la joven.

Yuri sonrió y bajó la mirada avergonzado. De inmediato, dobló las rodillas para que su novia no reparara en la erección que amenazaba con agujerar su pantalón.

―Sabes que debemos esperar ―dijo Diana.

―Vale, lo sé, Di. Y te esperaré por siempre. Ya tebya lyublyu.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora