Capítulo 23: La Habitación Blanca. Caro.

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Esa tarde, luego de un día de mucha ansiedad y nervios, se ató fuerte el pelo en una colita, se perfumó y se colgó la medallita de su padre a la que le dio un beso.

<<Papá, la encontraré>>, se juró.

Tomó su mochila y cargó allí la caja con las pertenencias de su madre. Dudó mucho en hacerlo, no querría por nada perder todos esos valiosos elementos; pero decidió que para que Yuri pudiese ayudarla, tenía que enseñarle todas las pruebas.

Al bajar las escaleras, con nervios, miró la del frente; pero, frustrada, no vio a nadie descender por allí. Todo era silencio en el edificio.

<<Mi vecino>>, suspiró.

Se dirigió hacia el centro de la ciudad. A esa hora, no había tantos pasajeros, así que viajó sin que la apretujaran en el subterráneo.

<<¿Podrá ayudarme ese chico? ―se preguntó―. Oh, mamá, haz que todo salga bien.>>

Caro arribó al Fastburguer de la cita. Ya con su bandeja, se sentó, destapó su café para que se enfriara, echó dos sobres de edulcorante y colocó la mochila entre sus pies. Y luego, con un suspiro, se dispuso a esperar a Yuri y roer sus uñas como un ratón hambriento un trozo de queso.

<<Espero que no me deje plantada>>, pensó.

No obstante, antes de que Caro llegara a chequear la hora en su celular, vio al joven entrar al local y buscarla con la mirada.

Durante la charla, Caro se puso muy tensa y los nervios la carcomían, es que sospechaba que ese siguiente pasó podría ser crucial. Pero al menos, ahora tenía una pista que seguir. Solo que le costaba enormemente dominar su impaciencia, quería ir de inmediato a ese lugar; pero se resignó a tener que ser prudente.

Al fin se despidieron. Yuri lo hizo utilizando la palabra do svidaniya.

<<Habla otro idioma ―advirtió―. Creo que es ruso.>>

Entusiasmada, perdida en la ansiedad, Caro volvió a su departamento, sin poder dejar de pensar en la taza de las rosas. Tanto que tuvo que esforzarse para prestar atención durante el viaje y lograr que no le abrieran la mochila por estar tan distraída.

Ya en su cama, por más que cerraba los ojos y contaba hasta cien, continuaba por completo despierta. Entonces, su celular se iluminó y sonaron los golpes en la puerta. Con un estremecimiento, se apresuró a abrir el mensaje:

˂˂Mañana temprano iré a investigar. Tengo que asegurarme de que no haya peligro. No seas impaciente, por favor. Aguanta un poco. Estuve ocupado. Volveré a escribirte cuando salga de allí. Hasta mañana˃˃

Caro gimió de alegría y respondió con dedos veloces:

˂˂Gracias, Yuri. Hasta mañana.˃˃

No hubo más mensajes. Así que Caro puso el celular a cargar. Suspiró conmovida y apoyó la mejilla en la almohada. Y, mientras miraba la pared, con una sonrisa, se quedó dormida pensando en su madre.

Al día siguiente, madrugó e intentó batallar con sus ecuaciones. No cesaba de pensar en la taza. Seguramente fue importante para su madre si se esmeró en volver a pegar el asa en vez de tirarla. Quizás fue un regalo de su padre. Por esto, la punta de su lápiz estaba astillada y húmeda de saliva. Constantemente chequeó su celular, pero no había llegado otro mensaje del muchacho.

<<Yuri, vamos ―suplicó―. Por favor.>>

Al rato, salió de su departamento. En el pasillo, no tuvo noticias del vecino. Ni siquiera se cruzó con otro inquilino del edificio. Lamentablemente, esta vez no pudo quedarse a hacer tiempo. Pero procuró no desesperarse. Se lo encontraría muy pronto.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora