Capítulo 27: KIE129.

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De un lado, había un muro mohoso y, del otro, las negras paredes de una fábrica que no dejaba de expeler nubes tóxicas al cielo estrellado. Retumbaban los estruendos de las máquinas. Aterrado, un ser enfundado en sobretodo y capucha, venía corriendo a toda velocidad. Se encontró sin salida. Para escapar tendría que utilizar sus poderes pero si lo hacía, sería presa fácil de sus perseguidores. Aguzó el oído y los oyó cerca. Jadeando con desesperación, miró a su alrededor buscando alguna vía de escape. Nunca tuvo tanto miedo en su vida, pero no por salvar su pellejo, sino...

<<Es mi culpa, es mi culpa>>, se atormentó.

Entonces, vio la tapa de una alcantarilla que despedía humos tóxicos de los bordes. De solo pensar en entrar allí, retrocedió y comenzó a temblar. A ellos no les gustaba estar bajo tierra. Era la peor tortura; pero los pasos se acercaban. Entonces, tras un suspiro, retiró la tapa y se metió dentro.

Tres personas aparecieron por el corredor. Un hombre calvo vestido de traje, una señora de vestido barato y un joven que sostenía una tablet adornada con plumas de varios colores.

―Lo perdimos ―anunció la mujer.

―No. Está por aquí. Sigamos buscando ―insistió el calvo y revisó cada rincón con los ojos entrecerrados.

―Pero la intensidad del pecado bajó hasta cero ―anunció el joven mientras manipulaba la aplicación KIE129 con una de las plumas.

―¡No! ¡Todavía sigue cerca! Era un pecado del más alto nivel. Incluso parecía salirse de la escala ―recalcó el de traje.

―Todos sabemos que ese nivel de pecado no existe. A lo sumo llegarán a ocho y quizás hasta nueve. Pero salirse de la escala... ―comentó la mujer escéptica.

―Claro, además esta aplicación es nueva y quizás no funciona del todo bien. La KIE025 era mejor ―agregó el muchacho.

El calvo gruñó molesto pero hizo silencio. El joven apagó su tablet e inició la marcha junto a la mujer. Rápidamente comenzaron a charlar de otro asunto.

<<Yo lo sé. Aquí hay un gran pecado. Uno inimaginable. Y atraparé al pecador>>, se prometió el de traje y tras una última mirada, siguió a sus compañeros.

Debajo, el ser enmascarado estaba colgado de un caño. Sus pies estaban sumergidos en desechos químicos que le estaban quemando los pies. Estaba temblando, no del dolor; sino del miedo a estar allí bajo tierra. Las lágrimas corrían por su mentón y apenas podía respirar. No había otra cosa que desease más que salir de ese lugar. Sin embargo, cerró los ojos y buscó soportarlo. Tenía un motivo para ello. Por esto, logró quedarse allí un rato más, soportando esa terrible claustrofobia.

<<Los ángeles del perdón no tendrán piedad. Y todo por mi culpa>>, pensó mientras se esforzaba por respirar.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora