Capítulo 15: El Muro Impenetrable. Caro.

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<<Mamá. ¿Dónde estarás?>>, se preguntó.

Viajaba en la sardinera línea S, apretujada contra una de las puertas. Las ruedas del tren traqueteaban y evidentemente ese día varias de las sardinas habían olvidado rociarse con antitranspirante. No obstante, Caro no dejaba de repasar y repasar mentalmente las pistas que tenía de su madre. También cavilaba acerca de sus deudas, los ahorros perdidos, su estudio, su vecino. Así que sus uñas lo sufrieron. No podía sacarse esa costumbre. Su abuela había intentado quitarle ese feo vicio al ponerle pimienta en los dedos. Pero, aunque con muecas de disgusto, Caro se las mordía de todos modos.

Ya en su habitual cibercafé, buscó y anotó los avisos de empleos. Pocos, la verdad.

Luego, con gran entusiasmo, abrió el buscador. Escribió Andrea Wieslowski y luego presionó enter. Pero nada. Suspiró largamente; pero no se frustró. A continuación, buscó artículos sobre el bosque rojo de presidente Héller, quizás su madre ya había publicado su nota. Tampoco encontró nada.

Una vez más, lamentó no tener ninguna foto de su madre. Nunca hubo retrato de ella en toda la casa. Pero ahora lo comprendía todo. Su abuela no le perdonó a su nuera haberse marchado. Así que seguramente había escondido o destrozado todo lo que recordara a Andrea Wieslowski.

<<¿Dónde vives, mamá?>>, se preguntó.

Dedicó la mañana a visitar dos avisos clasificados. En la zapatillería no tuvo mucha suerte. Supuso que buscaban alguna vendedora de piernas como escarbadientes. Seguramente no querían a la "chica melones" en su tienda. Se frustró, pero insistió y en el lavadero sí le tomaron el currículo.

<<Te devolveré tu dinero, Abu ―juró―. Lo prometo.>>

Ya en la calle, vio pasar por la acera un chico flaco y de cabellos rubios. Le recordó de inmediato al Malagradecido. Sonrió sin quererlo. No obstante, al verle bien el rostro, descubrió que no era el mismo.

<<Ojalá esté bien ―pensó―. Seguramente terminó en un hospital. Debe estar todo enyesado... pobre... bueno, pero no tengo forma de saberlo, se fue sin darme las gracias.>>

Llegó a Las Colinas. Buscó las llaves y abrió la puerta.

<<Debe andar por Europa con alguna mujer adinerada ―pensó―. Y yo aquí extrañando nuestras charlas.>>

Como era de esperarse, encontró el corredor vacío y silencioso por completo.

<<Ahora solo tengo que ocuparme de encontrar a mi madre>>, decidió.

Así que sonrió ante esta posibilidad. De pronto, oyó que abrían la puerta a sus espaldas. Tras un sobresalto, se quedó como una estatua, sin atreverse a voltearse.

―Hola ―escuchó la voz del vecino.

Caro se dio vuelta y sintió que el corazón se le paralizaba al ver a la torre cerrando la puerta.

―¡Oh, hola! ―respondió Caro e intentó de disimular su alegría. No obstante, esbozó una sonrisa ancha y sincera. Luego trató de ponerse seria.

<<Mierda, cómo me gusta>>, se dijo.

El vecino se acercó a ella y le dedicó una inclinación de rostro como saludo, la miró detenidamente, y luego sonrió. Cuando lo hacía, sus labios carnosos se estiraban y cerraba los ojos encantadoramente. Era la primera vez que Caro lo vía sonreír.

<<¡Ojalá lo hiciera todo el tiempo!>>, pensó.

―¿Cómo está'? E' un lindo día hoy, ¿eh? ―preguntó el vecino.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora