<<Licaón, sálvanos>>, suplicó.
El cielo estaba oscuro, con nubes negras. Los relámpagos resplandecían en las copas de los árboles. Los ángeles volaban sobre ellos como polillas alrededor de un foco de luz. Yuri contemplaba a su padre siendo atacado por esos seres alados. Sin embargo, él no podía ir en su ayuda ya que veía bestias deformes surgiendo de precipicios del suelo, como bocas dentudas. De pronto, la cicatriz se le abrió, unos pájaros salieron de allí y lo atacaron con sus garras y picos...
Despertó jadeando, turbado a causa del miedo. Pero, pronto, comprendió que había sido solo una pesadilla. Era de noche y el departamento estaba sumido en la oscuridad y el silencio, salvo por algunos ronquidos de Gastón a su izquierda. Dimitri había suplantado por un par de horas a David en la guardia.
Yuri exhaló por la nariz, procuró calmarse y volver a dormirse. Pero le costó bastante. Es que no podía dejar de pensar en ese mal sueño. La cicatriz le ardía dolorosamente. Además, al fin había llegado el viernes.
Más tarde, bufando de los nervios, todavía con un ardor producto de la poción humeante, Yuri ya estaba buscando las pistas en su cuadrante.
<<Está vez tienen que aparecer ―suplicó―. Por Licaón que así sea.>>
Licaón era el rey de Arcadia. Un soberano venerado por su bondad para con su pueblo, por ser el primer sacerdote de Zeus, y además, por su poder, ya que era invencible ante sus enemigos. Tenía una espada. La llamaban La que arde, La espada infernal, La Justicia de Zeus; tenía muchos nombres. Y con ella, sus enemigos caían ante sus pies. No hubo batalla que el rey perdiera con esa arma poderosa. Licaón la había encontrado abandonada junto a un río y aseguraba que era un regalo de los dioses griegos, que el propio Hefesto la había creado en su forja sagrada. Así que, gracias a esa espada, todo era paz en Arcadia. Ningún enemigo se atrevía a intentar invadir esos territorios. El único inconveniente era que Licaón exigía que los dioses, y en especial Zeus, fuera venerado por esa paz. Así que cada semana debían enviar una pareja de jóvenes para ser sacrificados en su altar. Era el único precio por esa vida de tranquilidad. Pero Licaón ocultaba...
Yuri volvió de sus pensamientos. Todavía seguía con su periplo. Por fortuna, ya las heridas producto del altercado con los pajarracos habían sanado del todo. No su sed de venganza. Les haría pagar ese ataque desleal y traicionero.
Abrió apenas el cierre de su riñonera para ver si el celular tenía buena señal. Luego, se caló el gorro casi hasta los ojos y entró al territorio de los magos. Nuevamente, se topó con los ebrios de la vez pasada, pero ningún mago. Ni siquiera los olfateó cerca. Sospechaba que lo traicionarían de un momento a otro. Pero, por fortuna, como lo habían prometido, no lo molestaron cuando cruzó su territorio. Aunque estaría alerta.
<<Sangre y cenizas. Unos cascabeles...>>, se repitió.
Pero pasaban las horas y no había encontrado nada más que pistas falsas, como la campanilla de la bicicleta de unos niños o el reflejo del sol en unas latas de cerveza. Por esto, exhaló por la nariz frustrado y desesperado.
Continuó con su búsqueda hasta que advirtió que el sol se iba perdiendo tras los edificios. Quizás ya debería regresar.
<<Le he fallado a mi familia otra vez>>, se lamentó.
Entonces, con una sonrisa de nostalgia y ternura, pensó en sus hermanos pequeños. Seguramente uno pensativo junto al arroyo, el otro escalando árboles y la más chica, todavía sin apartarse de su madre. También pensó en Diana. Entonces, tras un bufido de furia, el muchacho decidió aprovechar hasta el mínimo rayo de luz diurna. Todavía sentía que el efecto de la poción podría durar aún un poco más.
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Aullidos, flama y un corazón.
WerewolfSOLO +18!!!! Algunas escenas son EXPLICITAS y contienen LENGUAJE ADULTO. #Primer lugar Mostlettersawards. #Segundo lugar Premios Arcoiris. Sinopsis: Caro deberá buscar pistas para encontrar a su madre a la que creyó muerta toda su vida. Esta aventu...