Capítulo 51: Cristal.

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La noche había caído en Ciudad Pacífico. Por la ventanilla de aquel autobús, Cristal veía como titilaban las luces multicolores de los carteles publicitarios. Angustiada y temerosa, la joven de veintiún años se dirigía a la arena de combate dónde tendría una importante pelea. Un combate cuerpo a cuerpo donde alguien podría perder la vida.

En ese instante, viajaba junto a Frank en ese autobús lleno de gente. Esa forma de transporte era la más rápida. Además, ellos no tenían vehículos propios. Iban sentados en la parte de atrás. En los asientos contiguos, viajaban cuatro personas que vivían en las afueras de Ciudad Pacífico. Se notaba por sus atuendos rotosos y humildes. Por esto, Frank no dejaba de arrugar la nariz y de dirigirles miradas reprobatorias. Sin embargo, Cristal apenas se había percatado de su presencia. Su semblante era serio y temible. Tenía el ceño fruncido y la mirada al frente, casi no parpadeaba. Pero por dentro, su mente era un torbellino.

<<¿Por qué tuvo que sucederme esto a mí?>>, se preguntó. Como siempre, llevaba el pelo recogido en una coleta y su flequillo cayéndole en la frente, como una cortina dorada.

En ese instante, Frank se le acercó y le habló entre susurros cerca del oído. Con fastidio disimulado, Cristal solo alcanzó a entender la palabra "jabón".

―Son humanos. No se puede esperar otra cosa ―dijo Cristal procurando mostrarse fría y despectiva; pero, por dentro, sintió piedad por esa gente de menores recursos. Su madre y, una persona muy importante para ella, le habían enseñado a respetar y comprender a los humanos y su cultura. Después de todo, ellos los protegían de los demás mitos que anhelaban comer su carne. Algo tan desagradable para Cristal que era herbívora como todo ángel.

<<Serán humildes ―pensó―, pero mucho mejores personas que tú, nene de mamá.>>

―Tu rival, ¿cómo es que se llama?, no parece la gran cosa. La vencerás, Cris ―agregó Frank.

Cristal asintió y desvió la mirada:

―La destrozaré. No me importa su vida ―juró.

<<¡Claro que me importa!>>, quiso gritar.

Se sentía atrapada. Hubiese dado cualquier cosa por evitar esa pelea; pero ahora, sabía que ya no podía echarse atrás. El único alivio era que su padre estaba de viaje y no estaría presente en la arena de combate. Solo su madre, a la que adoraba. No hubiese sobrevivido sin ella. Es que su padre, quien no era precisamente alguien común y corriente, esperaba mucho de ella. Y eso era lo que torturaba Cristal desde pequeña. Así que no tenía escapatoria: debía ir a pelear. Pero el sólo pensar en quién era su rival, hacía que la angustia la carcomiera.

―Mi madre lamenta no poder estar presente. Tú sabes, ella siempre ocupada ―agregó Frank, quien iba con las manos en la nuca.

―Ok, que pena ―respondió Cristal.

<<Cómo puede ser tan insoportable ―se molestó―. Él y su maldita madre. Es un nenito de mamá.>>

Frank tenía dos años más que ella. Cristal iba a casarse con él en poco tiempo. Era un matrimonio arreglado entre sus padres. Es que la madre de Frank era la gobernadora de Ciudad Pacífico, así que le sobraban influencias. Pero la verdad, a Cristal le parecía un tipo irritante, soberbio y pedante. Frank era nada menos que uno de los diez generales de plata. Sin embargo, tal como se rumoreaba, Cristal estaba segura de que sus ascensos habían sido comprados por su corrupta madre. No sentía amor por él ni por casualidad. Su corazón pertenecía íntegramente a otra persona. En lugar de estar al lado de su prometido, sentía grandes deseos de meterse en algún cibercafé humano, pedir una máquina, entrar en la red social Myneim, en el que se hacía pasar por Hanna Twice, y ver qué le había respondido Peter Lawrence a su último mensaje.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora