Capítulo 8: El Delert Mort. Caro.

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Por la tarde, caminando con su mochila a cuestas, escondiéndose del molesto sol, Caro regresaba hacia el edificio Las Colinas. Estaba agotada y con un incipiente dolor de cabeza; pero menos frustrada que el día anterior. Al menos, habían aceptado su currículo en una perfumería y una fiambrería. La joven esperaba que la llamaran de la perfumería, eran preferibles las fragancias importadas al tufo de los embutidos. Aunque, en última instancia, que fuera cualquier empleo. No perdía las esperanzas.

En ese momento, advirtió que le faltaba solo media cuadra para llegar, así que suspiró esperanzada y comenzó a mordisquear la uña de su pulgar derecho. Incluso, levantó la vista hacia las ventanas del último piso, las que eran pequeñas y no tenían persiana. No obstante, no se veía nada desde la calle, ya lo había intentado varias veces. No sabía cuál era la del vecino.

<<Qué lindo sería encontrármelo luego de este día>>, fantaseó.

Quien estaba haciendo guardia ante la puerta, de pie en la vereda, con una taza de leche en la mano, era la Señora Actriz. Por esto, Caro no puedo evitar fruncir los labios decepcionada.

―¡Morocha! ¡Morocha! ―gritaba la anciana, haciéndose bocina con las manos. Su voz era lastimera y enfermiza.

―Hola, buenas tardes ―saludó Caro.

―Hola, ¿no has visto a Morocha por ahí?

Morocha era una gata, negra y de collar rojo, y hacía unos días que se había perdido. En verdad, Caro pensaba que el animal seguramente había sido atropellado y no volvería jamás. Por esto, sentía algo de culpa, es que ella ni bien se instaló en el edificio, había deseado con fervor que Morocha desapareciera. Es que la gata siempre le bufaba cuando la veía en el edificio. Y a Caro no le gustaban esos felinos. Todavía recordaba los arañazos ardientes del pequeño gato que Mamá Sofía le había regalado de niña. Aunque, después de todo, como le decía Maga, no era su culpa que Morocha hubiese huido.

―Oh, lo siento, Señora. No la he visto desde hace mucho tiempo ―explicó Caro. Como no sabía su nombre, la llamaba simplemente "Señora". No iba a decirle "Señora actriz" en la cara. Resulta que Maga la había bautizado de esa manera porque cuando estaba en el edificio, la mujer fingía ser una anciana senil y enfermiza y vestía una bata vieja blanca y con tufo a rancio. A todos, la mujer ofrecía mostrarle la horrenda cicatriz de su traqueotomía. Pero cuando salía a la calle, no sólo no saludaba a sus vecinos; sino que se vestía como una mujer mucho más joven, perfumada, toda maquillada y caminaba como una modelo.

Al fin, dejó a su vecina en la entrada. Abrió la puerta, y con el picaporte destartalado en la mano, suspiró esperanzada antes de adentrarse. No obstante, el pasillo estaba desierto.

<<Se habrá mudado, estoy segura>>, se resignó.

Al subir sus escaleras, con pasos lentos y pesados, levantó la vista y en las vigas del techo, distinguió dos murciélagos colgados de cabeza.

―Ratas con alas ―decía su abuela que siempre los espantaba con escobas.

Sin embargo, a Caro le daban pena, por más que eran feos y, a causa de las películas, tenían fama de seres diabólicos. Todos querían verlos exterminados. Sin embargo, Caro insistía en que era importante su aporte a la ecología.

Al rato, ya se hallaba en su departamento. Estaba un poco mejor de ánimo. Se entusiasmó al pensar que en los próximos días podrían llamarla de esa perfumería. Tomó la merienda, resignada a sus galletas dietéticas, y, luego, se sentó ante su computadora. Debía terminar de pulir un trabajo práctico de Química. No debía descuidar su carrera universitaria. Es que por más que sentía que esa no era su vocación; entendía que debía tener algún título para aspirar a tener un mejor trabajo. Lo que añoraba era ser escritora. De todas formas, las matemáticas le resultaban como si estudiase chino. Era una cabeza dura. No se podía esperar menos, había repetido el cuarto grado.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora