Capítulo 36: Apocalipsis Apocalíptico.

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Con el ánimo destrozado, sin haber cometido ningún crimen, un joven mago estaba encerrado en una habitación de paredes y suelo de acero. No tenía su varita mágica, así que apenas podría invocar hechizos sencillos. Sin embargo, estaba tan débil y dolorido por sus heridas que no se movía del piso donde estaba tirado hecho un ovillo. Tenía el torso superior desnudo, repleto de latigazos y quemaduras que todavía tardarían en curarse.

<<Mamá, papá, abuelos, hermanita. Jamás podré volver a verlos>>, pensó resignado a su suerte.

Llevaba casi una semana en cautiverio en esa celda oscura, fría y que apestaba a su mugre. Y mientras tanto, su carcelero le tomaba muestras de sangre, piel, cabellos y hasta orina; aunque jamás le explicó con qué motivo. Y tres veces esa celda se llenó de un gas, una vez negro y las restantes rojizo. Lo hacía toser, lagrimear, vomitar; pero como sobrevivía, el carcelero entraba y lo castigaba.

<<Es un demente, pero si quizás colaboro con él en lo que se propone...>>, pensó angustiado.

De pronto, una voz sonó por el megáfono colgado de una esquina del techo:

―Levántate, Bryan. Tenemos que seguir trabajando.

El joven levantó el rostro, surcado de negras ojeras:

―Por favor, déjeme ir. Soy solo un mago. No soy una amenaza para usted ―imploró el joven con los ojos reventando de lágrimas.

―Tienes razón, Bryan. Debo soltarte, pero con la condición de que me permitas un último experimento. Solo un gas y luego, te podrás ir.

―Sí, sí ―asintió Bryan desesperado y se enjugó las lágrimas―. Colaboraré en todo lo que pueda.

―Muy bien, Bryan. Tienes mi palabra de que esta será la última vez. Luego, te liberaré.

El joven mago por fin tuvo un atisbo de esperanza entre tanta angustia y sufrimiento. Así que se puso de pie con mucho esfuerzo y tras un largo suspiro, se dispuso a esperar que el gas penetrara en la celda.

<<Familia, amigos... pronto los veré otra vez>>, pensó ilusionado. Tenía que confiar en su captor.

En ese instante, un gas amarillo comenzó a filtrarse por una serie de rendijas en el techo.

<<Solo será un poco de tos y a lo sumo un vómito. Nada más...>>, se dijo.

De pronto, se tomó el vientre dolorido. Gritó y abrió los ojos del terror. Su piel comenzó a llenarse de pústulas amarillentas. Y sangraba de la nariz, boca y ojos. Jamás había experimentado tanto dolor.

<<Que muerte más horrenda. Pobre mi gente...>>, pensaba mientras se desplomaba en el suelo.

Al rato, Dultarión entró a la celda enfundado en su traje antigás. El cristal de su casco estaba empañado pero alcanzaba a vislumbrarse el entusiasmo en sus ojos negros. De inmediato, se acercó al mago muerto y empezó a hacerle pruebas.

Al rato, Dultarión estaba copiando la fórmula que tenía escrita en un pizarrón a una carpeta.

<<Al fin encontré la forma de matar a esos magos inmundos. Cada vez estoy más cerca de terminar mi bomba. Cuando la encienda, todos los mitos del mundo estarán condenados. Qué placer será verlos a todos morir de esta manera. Tendría que llamar a mi arma "El apocalipsis apocalíptico">>, pensó mientras seguía copiando.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora