Capítulo 50: El Tercer Lugar Secreto. Caro.

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Ya en el barrio Santa María Misericordiosa, tras respirar profundo, con pasos nerviosos pero rápidos, Caro se encaminó hacia la fuente de los delfines para encontrar pistas sobre su madre. Debía ir derecho por la calle 115 y doblar en la 148 a la izquierda. Sentía su corazón golpetear como un motor descompuesto. Así que palpó la medallita bajo su remera para darse valor. Estaba atenta a cualquier sonido, a toda persona que se cruzase en su camino, por más que tuviese el aspecto angelical de una monja, y a todos los recovecos donde pudiesen esconderse los xonors perversos. Y mientras avanzaba, trataba de ocultarse en las sombras, como si fuese una vil criminal.

<<Mamá...>>, pensó.

Llegó a la calle 148, vio el cartel repleto de grafitis con aerosol rojo, y, tras exhalar temerosa, fue caminando hasta el número 3120.

Al fin llegó y sonrió ansiosa. La fuente estaba en una plazoleta en medio de la calle, de césped pisoteado y repleto de latas vacías de cerveza. Casualmente, allí las lámparas funcionaban correctamente. Al acercarse, Caro comprobó con un respingo, asqueada, que la fuente, de forma circular, apestaba debido al agua verde y podrida. Las esculturas eran inconfundibles, delfines pedregosos de los que brotaba el agua en algún tiempo atrás. Y al frente, Caro vio el edificio abandonado.

<<Y pensar que pasé por aquí antes>>, recordó.

Caro se sintió ansiosa y emocionada. No tenía dudas de que allí estaba el tercer lugar secreto. Así que se colmó otra vez de nervios. Arqueó las cejas y notó que estaba temblando y sudando por la espalda. Miró hacia todas direcciones. No había nadie más en toda la calle. Se sintió sola y expuesta; pero se dio valor y cruzó la calle.

<<Vamos, Carolina. Vamos>>, se alentó.

La fachada del edificio estaba sin terminar y las paredes, pintadas de grafitis vandálicos: "Muerte a la policía" o "los monos asesinos". En el suelo, había cajas de cigarrillos y hasta condones enroscados como gusanos gigantes. Había un cartel tirado y oxidado que anunciaba que la empresa Boro-Peterson era la responsable de la obra. Caro se acercó con pasos cautelosos, la respiración muy agitada. El lugar estaba en silencio y apestaba a meados. La puerta de entrada estaba tapiada con tablas, pero una había sido arrancada, así que dejaba un hueco oscuro por el que podía pasar una persona agachada. Caro sintió que era como meterse en la cueva de algún monstruo de dientes y garras enormes.

<<Bueno, vamos, Carolina. Coraje>>, se dijo.

La joven llenó sus pulmones de aire, lo soltó por la boca y luego, se introdujo al lugar bajando la cabeza. Con los ojos bien abiertos, estaba atenta a más ataques. Temblaba y el corazón iba a estallarle; pero no se detuvo. Estaba todo negro, así que fue tanteando la pared con sus dedos mientras su vista se habituaba un poco a la oscuridad.

<<Es injusto. ¿Por qué no puedo tener poderes y ver en la oscuridad?>>, pensó.

Encendió el celular y, con manos temblorosas, alumbró su camino con el débil haz de luz de su aparato. Pudo vislumbrar que estaba en el pequeño hall de entrada. A un lado estaban los ascensores, en realidad, el hueco oscuro y polvoriento destinado a ellos. Y, al otro, las escaleras. Caro alumbró los escalones. Allí, había latas de cerveza y jeringas. Evidentemente, allí se reunirían los vándalos por la noche. Así que Caro arqueó las cejas, temerosa. El miedo le estrujaba las entrañas. Pero se recordó que debía hacerlo por su madre. Así que suspiró, trató de fruncir el ceño, se tomó del pasamano y tanteando los escalones, comenzó el asenso hasta el primer piso. Mientras subía, advirtió que todo era tan silencioso.

<<La xonor dijo que estaba allí>>, se dijo.

Alumbrándose con su celular, como si llevara una pequeña vela, al fin llegó al primer piso. Tosió ya que allí se sentía ahogada y acalorada. De pronto, se encendió la bombilla del pasillo. Caro pegó un grito del susto ya que se encontró con una mujer frente a ella, de pie en medio del corredor. Era rubia, de ojos café y vestía una bata blanca y pantuflas rosadas. Tenía un aspecto enfermizo, el pelo despeinado y los ojos como si hubiese estado cortando cebollas. Al ver a Caro, se tapó la boca con la mano y rompió en un llanto desconsolado.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora