Capítulo 4: Ciudad Pacífico. Caro.

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Era de madrugada, el día después de la cita con la mamba negra. En el televisor daban las noticias del canal 8. La periodista, una mujer de rasgos orientales, hablaba sobre la explosión de una central nuclear ocurrida un mes atrás. Sin embargo, Caro no le prestaba atención. Vestida de jogging y remera, estaba acurrucada en su sillón, la mirada fija en un enchufe, mientras no dejaba de enredar y desenredar sus rulos.

<<No tuve ningún aumento y encima, ya no tengo trabajo>>, se lamentó.

Tenía ahorros como para pagar el alquiler y subsistir unos meses; eran los que había guardado para ese otro asunto tan terrible; pero no sabía hasta cuándo podría soportar esa situación apremiante. No quería tener que volverse a Presidente Héller, cabizbaja y con sus bolsos a cuestas. No quería ni pensar qué dirían todos si llegaba derrotada de la gran ciudad.

<<Mamá, papá, me despidieron>>, se lamentó.

Ojalá pudiese recurrir a ellos para que la aconsejaran, la abrazarían y todo se solucionaría al instante; pero no estaban con ella. De hecho, nunca conoció a su madre quien murió en un accidente automovilístico cuando ella era apenas un bebé. Hubiese deseado tanto tener madre como todas las demás niñas que la fuera a buscar a la salida de la escuela, la empujara en las hamacas de la plaza y la ayudara con matemáticas.

―Tu madre se fue al cielo― le decía siempre su padre.

Pero para Caro no era más que una frase sin verdadero sentido, para ella no existía Cielo alguno dónde fueran las almas. Sin embargo, no siempre fue así, tiempo atrás le gustaba rezar, pero Dios la había traicionado al llevarse también a su padre. Éste la dejó cuando ella tenía diez años, víctima de un cáncer fulminante. Dios la había castigado sin que se lo mereciera, porque siempre fue una niña obediente y trabajadora.

Lo único que le quedaba en la vida era su abuela Leticia. Y al recordarla todavía en el pueblo, seguramente cosiendo y cosiendo, se reprochó:

<<Hace tanto que no le hago una visita ―recordó―. La extraño, pero cuando vaya tendré que... Oh, que terrible...>>

De todas formas, su abuela entendía que no fuese a visitarla. Ésta misma insistía que el estudio estaba antes que nada. Si los fines de semana Caro tenía que estudiar, que así fuera y los paseos podrían esperar. Doña Leti apenas había podido terminar la primaria a causa de la pobreza de su familia, por esto insistía tanto en que su nieta estudiara.

<<Pobre cuando se entere de que no...>>, se lamentó.

La tarde anterior, Elena ni bien salió del Súper West llegó al departamento de Caro, indignada y furiosa con Isabel Meza.

―Ay, le retorcería la cabeza a esa mamba negra. ¡Serpiente inmunda!―estalló Elena crispando los dedos ni bien su amiga le abrió la puerta.

―Pero ya te lo dije. No hagas nada, Ele.

―¿Cómo que no...?

―Oh, no. No hagas nada. Ya me despidieron. Estoy súpe' mal po' ello. Peo' me sentiría pues si encima te echan a ti po' mi culpa. Está muy difícil encontra' trabajo hoy en día.

―Pero es que es una maldita...

―Lo sé. Pero y nada, ya tendrá su castigo algún día.

Elena se apoyó en la pared, todavía nerviosa.

―Si necesitas dinero, tengo unos ahorros. Ay, y no quiero que empieces con el orgullo y lo mismo de siempre.

―Oh, gracias, Ele. Pero po' ahora, tengo los míos. Puedo sobrevivi'.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora