Capítulo 34: Los Xonors. Ryan.

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A veces, Ryan creía que retrocedía en vez de avanzar hacia su anhelada venganza. Es que para convertirse en un poderoso uganor, tenía que conseguir, entre otras, la sangre de la bruja, pero a su vez, debía derrumbar ese muro, y para esto, era necesario llevar a cabo otro conjuro, que, por su lado, le exigía más y más ingredientes. Era frustrante. Pero al menos, como consuelo, Ryan ya estaba listo para obtener el último de ellos:

<<Las cenizas del mago>>, pensó.

Así que iría por el viejo que vivía solitariamente en la estación de trenes. Aunque primero, tenía que cerciorarse de que todavía moraba en el mismo lugar. Había pasado mucho tiempo desde que lo detectó allí en una de sus rondas de búsqueda. Como aún era de día, el plan consistía sólo en recorrer las inmediaciones de la estación pero sin acercarse demasiado.

Ya en la estación, arrugó la frente y subió a toda prisa las escaleras de la entrada principal. Una vez dentro, comenzó a deambular aspirando por la nariz con el objetivo de encontrar al viejo mago. El lugar era un armatoste gigante de alto tinglado del que colgaban infinidad de lámparas. El ruido era molesto: los pasos y las voces de miles personas, los anuncios por los altavoces y los trenes llegando y saliendo con el traqueteo de sus ruedas sobre las vías. Para no despertar sospechas, Ryan disimuló ver el cartel luminoso y hasta compró caramelos y cigarrillos en el kiosco que le salieron 5,50 leales.

<<Mierda, que siga por aquí>>, pensó.

Tras fracasar en el café de la estación, se acercó a la zona de los molinetes y se quedó por allí cerca, no tenía boleto, así que no podía entrar a los andenes. Aspiró el aire hinchando sus pulmones como dos globos. Y entonces, descartando el hedor a los humanos, le llegó el olor del mago ermitaño.

<<Sabía que te encontraría>>, pensó complacido.

Los magos no podían percibir a los demonios si éstos últimos no estaban convertidos, así que ese viejo mago no sabría que un enemigo estaba rondando su hogar. Por esto, satisfecho, Ryan salió de la estación de trenes rumbo a su morada.

Hizo el camino a pie para no tener que viajar apretado con humanos sudados en un viejo autobús. Además, era un demonio, no se cansaría por una larga caminata. En el trayecto, con el entrecejo arrugado, iba pensando en el mago. Pasó frente a una casa enorme, de muchos pisos y ventanas.

<<Una morada de minotauros>>, pensó.

Pero estaba deshabitada, aunque seguro conservaba sus pasillos laberínticos de infinidad de puertas. No querría perderse nunca allí dentro. No había visto ninguno de esos mitos en toda la ciudad. Quizás ya las palomas asquerosas los habían exterminado a todos.

Caminaba a paso vivo, tomó la calle 123 y, de pronto, pasó frente al mercado oriental "Los hermanos". El cartel estaba escrito en chino y en español y los clientes salían cargados de bolsas blancas. Ya desde afuera, Ryan advirtió que apestaba a humedad y comida humana, para peor, en mal estado. Había un gran cartel negro escrito con tiza que rezaba: harina 000 a $3.25 leales, oferta en aceites, comprando dos kilos de azúcar, el segundo a mitad de precio. Ryan abrió los ojos en redondo y se detuvo, paralizado como una escultura de piedra ante la puerta, dónde había un guardia con sobrepeso y aspecto aburrido. Ryan que hasta unos segundos atrás estaba entusiasmado por finalizar el hechizo; ahora se vio turbado por la posibilidad de encontrarse con la vecina de las preguntas.

<<Debo olvidarme ―se recriminó―. Tengo que seguir con la misión.>>

Él era un monstruo asesino y no se merecía pretender el afecto de nadie. Enfureció consiguió mismo por ser tan endeble. Bufó molesto y se dispuso a proseguir su camino. Pero no dio ni dos pasos que se detuvo y cerró los ojos. El corazón le latía frenéticamente.

Aullidos, flama y un corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora